sábado, 23 de diciembre de 2017

FIN DEL TRIUNVIRATO / Cambios en la CGT

Después de los días calientes, buscará volver al jefe único. 
Hugo Moyano, con poder en las sombras.

Por Roberto García
Fecha de extinción, marcha fúnebre: febrero o marzo. Hay que respetar las vacaciones. Para entonces, se supone, el trío que está al frente de la CGT depondrá su mandato y le cederá el cargo a una conducción unipersonal, ese estilo de vida que el gremialismo reclama: siempre devotos de un jefe. Nunca en la historia de la central obrera hubo comodidad con los colegiados, más cuando parecen representar  a otras figuras ocultas: como se sabe, para muchos Acuña era embajador de Luis Barrionuevo; Schmidt, de Hugo Moyano, y Daer, de los “gordos” o independientes (Lingeri, Cavalieri, Rodríguez, West Ocampo y Martínez, entre otros ). 

Tanta dispersión en la jefatura produjo hendijas que habilitaron el ingreso de organizaciones sociales que, del trabajo, son expertas en cobrar planes del Gobierno. Léase Pérsico, sobre todo Grabois, primerizos del quinto piso o el salón Felipe Vallese, que ocuparon sin pagar entrada. Esa penetración subterránea convirtió a la CGT en un organismo vacilante, sin norte, que en una jornada propiciaba una huelga y, en la otra, una marcha. En esos episodios confusos, el errante triunvirato padeció públicas vejaciones por parte de sus socios, perdió autoridad, no sirvió para negociar con el Gobierno ni, tampoco,  para protestar o contener.


Demasiadas voces.
 Hasta los presuntos padrinos tomaron distancia, se expusieron más divisiones internas; la UOM, que había entrado por la claraboya, se disparó como Papá Noel, y la Uocra de Martínez se perfila como sostén casi único de la actual cúpula.

La agonía de la CGT se alcanzó la última semana con el debate sobre la ley previsional: tardíos, primero lanzaron un paro de queja por si la norma era sancionada, no para impedir su sanción: gremialismo de ocasión. Además, lo determinaron absurdamente por medio día y autorizando excepciones. Mientras, algunos sindicatos desertaban  luego de votar la medida de fuerza, y quienes la habían consagrado no pudieron explicar la razón por la cual habían llamado a la huelga. Como reina el estupor en Azopardo, para prevenir el desenlace, antes de concluir el año habrá una cumbre con dirigentes de varios sindicatos en un local de la calle Boedo, justamente el mismo donde una vez se gestó el nacimiento del trío que ahora  vislumbra el final de su ciclo. No será el único encuentro, tampoco los mismos participantes: la CGT está bifurcada. Por lo menos.

Un nombre, otra vez, planea sobre el futuro de la central obrera: Hugo Moyano (ya que otro referente, Barrionuevo, parece marginado del entorno oficial por la ira que desata su mujer, la diputada Camaño, con sus críticas al Gobierno).  Sea para conducir o para determinar un heredero, se aguarda la voz del líder camionero, inesperadamente afónico ante los salvajes episodios de la última semana. Su excusa banal: me dediqué a las elecciones en Independiente, club donde ganó con guarismos soviéticos.

Como se sabe, ha pasado del amor oculto con Macri en la Municipalidad y en el gobierno a una desavenencia manifiesta: rechaza un encuadramiento para su gremio (Camioneros), negocia la continuidad impositiva de su protegida OCA y un exceso obvio de personal: no menos de 3 mil personas. No sabe aún si confirmará el magro porcentaje que pide el Gobierno para las nuevas paritarias (como ya lo hizo este año que finaliza, a pesar de los distanciamientos) y, con muñeca quirúrgica, controla silencios, vociferaciones y actuaciones de su hijo Pablo (cercano a Cristina), también la venia de su hijo menor y abogado, Hugo, a la reforma laboral de Triaca, mientras conserva en un limbo al tercero, Facundo, el diputado del espectáculo, que dice no tener nada que ver con Camioneros.

El dilema de un Moyano protagonista será unificar al movimientismo cegetista, sus múltiples tentáculos. Lo que no logró el trío actual de Schmidt, Acuña y Daer, víctimas de un epílogo anunciado, en apariencia, que coincide con la postergación del tratamiento de la reforma laboral, vértice sustantivo según Macri –junto a la previsional e impositiva– para regularizar el trabajo en negro, que recuperaría lo que la asociación lícita gobierno-Parlamento-gobernadores les quitó a los jubilados.


Piano, piano. Ahora ya no hay prisa, menos urgencia para esta demanda, y el Gobierno tropieza con cierta reticencia del peronismo legislativo, llamado federal o no cristinista, luego de que en su momento consintiera estos cambios prometidos. Ahora, juran que nunca aprobarán el proyecto, que hiere el corazón de los trabajadores: de pronto, todo es más efímero que un fósforo. Como si asumiesen que le han concedido demasiados favores a Macri y el precio por ese servicio no hubiera sido el conveniente. Por lo tanto, en febrero o marzo tal vez se requiera de renovadas atenciones para estampar la firma.

Al Gobierno, mientras, esa dilación le despeja inquietudes ante eventuales movilizaciones o actos de violencia en este fin de año, cuando prosperan esas iniciativas por moda, necesidades o aspiraciones políticas. Ya tuvo bastante con las dos bataholas disparatadas de los últimos días, en las que no fue ajeno ni prescindente en materia de seguridad, donde en una apareció Bullrich con sus leones de la Gendarmeríay, en la otra, se la notificó desaparecida y lejos de las suicidas libélulas de la Policía municipal que envió Rodríguez Larreta.

Si no era suficiente esta acefalía oficial, contradictoria, se sumó la pequeña burguesía K, que suele reivindicar a las formaciones especiales de los 70 y, de la mano, variedades de izquierda. Una caracterización de la Argentina contraria a la teoría evolutiva, a la inteligente comprensión entre los hombres, que no solo desafía a Darwin, también a la comprobación de que la mayor parte de las sociedades ha mejorado los niveles de vida. Por la fatuidad de parecer distintos, por la birome o el dulce de leche, por los premios Nobel o la inflación, en el país se repiten los gobiernos soberbios, los opositores extremistas y las mayorías volátiles. Un retrato de la decadencia.

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