Los sueños y los caminos se asemejan. Hay que sentirlos,
imaginarlos y trazarlos de la misma manera. Casi como en el vuelo de un cóndor para mirarlos
desde arriba. O para caminar en ellos como en tierra sedienta. Andándolos o elevándonos.
Tener o no tener esos sueños y caminos puede erguirnos en
nuestra estatura o tumbarnos en el lecho de lo irremediable. Y entonces, el
horizonte de la libertad ya no será un anhelo. Simplemente, no será. No
seremos. No habrá modo (no podrá haberlo) de mirar la traza del sueño o del
camino. La rosa de los vientos será tempestad del alma y no rumbo.
Por eso, en los momentos en que la esencia humana sugiere (sin
que nos olvidemos) marchitar los dolores, los sufrimientos y los arrebatos, debiéramos,
en la excelsitud de las alturas o en la bondad de la tierra, alzar juntos, los
nervios y la sangre de la libertad. Por los siempre sueños. Por los buenos
caminos. Por el corazón en vuelo. Juntos. Por la libertad…
¡Felicidades!
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