sábado, 9 de diciembre de 2017

Estilo

Por Fernando Savater
Hace bastantes años, cuando comenzaba a asentarse el éxito entre los lectores de las novelas de Javier Marías, recibí una malencarada misiva procedente de una secta de autonombrados justicieros literarios. Tenía ese sonsonete perdonavidas que logra sublevarme hasta en mis momentos más plácidos. Señalaba unas cuantas heterodoxias gramaticales y semánticas del estilo de Javier, que lo convertía según ellos en la última versión del abominable hombre de las letras y a mí en su cómplice no menos inmundo por haberle elogiado en varias ocasiones.

Me conminaban a un acto de contrición perfecta y pública en nombre de la ética que, indigno de mí, mancillaba en mis clases. Como el ultimátum me hizo gracia y por entonces me preciaba de responder a cuantos me escribían (vicio del que afortunadamente me he curado), les contesté risueño que el achaque de incorrección estilística ha sido también frecuente entre pedantes contra Cervantes o Dostoievski. ¡Ah, blasfemia!

A partir de entonces, en una hoja inquisitorial de un laborioso ingenio que ellos tomaban por desparpajo (La fiera literaria creo que la titulaban) dedicada a denigrar a Marías y a casi todos los escritores que no lo merecían, se regodeaban repitiendo que yo comparaba a Javier nada menos que con Dostoievski y Cervantes... Meo culpa.

He recordado a esa torpe jauría mientras disfrutaba con la admirable Berta Isla. En efecto, el estilo de Marías tiene una sintaxis heterodoxa y chocante, parece imitar el balbuceo mental que somos dentro. Como si reprodujese el tapiz del lenguaje por el revés, con sus nudos y groseros pespuntes.

Pero así resalta más eficazmente el misterio y a la par la sencillez de la trama hasta la fascinación cómplice del lector. O lo pillas o no, como los buenos chistes: no se puede explicar.

© El País (España)

0 comments :

Publicar un comentario