Por Guillermo Piro |
Además de las que los viejos libros cuentan en sus páginas,
los libros viejos tienen sus propias historias. Simon Brown es un fotógrafo
londinense que retrata esos libros. Uno de sus trabajos se titula The Weight of
Knowledge (El peso del conocimiento); la serie se está exponiendo por ahí desde
hace años, pero recién ahora di con algunas fotografías en la web.
Al parecer
el hijo adolescente del fotógrafo se encontraba sumergido en el estudio por un
examen para el General Certificate of Secondary Education (GCSE), una serie de
pruebas que los estudiantes británicos tienen que rendir a los 16 años. Brown
tuvo una idea para levantarle el ánimo: apiló algunos libros sobre un banco y
sacó una foto. “Llamé a la foto El peso imposible del conocimiento, aludiendo a
lo difícil que puede resultar aprender”, explicó Brown; “mi hijo tiene un
carácter complicado y dijo que la ocurrencia había sido buena”.
Después de ese episodio, Brown se puso a fotografiar otros
libros que fuesen especiales, que tuvieran alguna carga histórica, y cuyo aspecto
exterior lo diera a entender. Algunos de estos libros provienen de su
biblioteca, otros los encontró mientras viajaba por Gran Bretaña, Irlanda y
Francia, ocupado en otros proyectos. La foto Libros salvados del fuego, por
ejemplo, la sacó mientras estaba haciendo fotografías en un castillo francés
para el libro Romantic French Homes. “Otra fotografía la saqué en una gran casa
de campo inglesa. Estaba en la biblioteca y tomé un montón de libros sin
prestar mucha atención, los acomodé, saqué la foto y los volví a acomodar como
estaban”, dijo. “Lo que no había entendido era que algunos de esos libros eran
del siglo XVI y XVII y tenían un valor inestimable. Hubiese podido meterme en
problemas de haber roto uno”.
En los casos en que lo que rodea a los libros es tan bello
como los libros mismos, Brown lo fotografía, capturando estantes de bibliotecas
antiquísimas y salones fantásticos. Otras veces hace primeros o primerísimos
planos, concentrándose en las texturas y los colores. Las fotografías de Brown
están sacadas siempre con luz natural, porque con esa luz, como pasa con los
libros mismos, siempre “hay alguna cosita que no va”. Apila los libros unos
sobre otros, en equilibrio, lo que a fin de cuentas pone un poco nervioso al
espectador –a mí, al menos. Para ser precisos: vi todas las fotos disponibles
muchas veces y nunca dejo de tener la impresión de que de un momento a otro
todo puede caerse –y no tengo dudas de que esta impresión es aplicable a
cualquier otro observador. Derrumbe inminente que lleva a preguntarse sobre el
futuro de los libros en general en el mundo digital. Muchos otros, yo y hasta
el mismo Brown se hicieron la misma pregunta, pero después de haber pasado
tanto tiempo con objetos tan viejos y tan resistentes lo que uno llega a
concluir es que es imposible que los libros desaparezcan. Dice Brown: “Con el
desarrollo de la era digital se esperaba que los libros desaparecieran, pero no
lo harán. De algún modo se reinventaron. Tienen una belleza propia, una
persistencia propia en el tiempo. Están aquí para permanecer”.
Nada me aburre más que la gente que se pone a enumerar los
placeres del papel: subrayar con lápiz, las dedicatorias escritas a mano, el
gesto de pasar las páginas, el olor, etc. Me suena como si alguien dijera que
es mejor hablar con un teléfono fijo para poder enrollarse el cable en forma de
resorte entre los dedos. Los libros no desaparecerán porque sencillamente son
bellos. Y los libros electrónicos son feos. Muy feos. Lo que salva a los libros
es el peso imposible de la belleza.
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