Macri decide,
Quintana influye y Sturzenegger disimula
que se rinde. El plan para 2018.
Por Roberto García |
El vencedor no asistió a la cita, le escapó a la coronación. Como no es
economista, el empresario venido a funcionario, Mario Quintana,
evitó presumir de su triunfo en la interna del Gobierno para
anular la política monetaria impuesta desde hace dos años por parte del Banco
Central. Casi un golpe de mercado.
Fue Quintana quien terminó de convencer a
Macri por el cambio heterodoxo, aunque el Presidente estaba superado por un
alud de quejas del sector patronal, del agro a la industria, temeroso del atraso
cambiario, el nivel de endeudamiento,la estatura de las tasas de interés y una
eventual parálisis en la actividad económica. Si él mismo, utilizando la
mensajería de su celular, interrogaba desde hace tiempo a consultores del ramo,
en su mayoría críticos por la falta de un programa y hasta de un ministro ad
hoc. No le alcanzó ni la última aprobación de diversas leyes que, según
el mensaje oficial, habrán de recomponer déficits y otras flaquezas. Había
padecido el estrés de que le anunciaran catástrofes si no había acuerdos en el
Parlamento y, por la urgencia, hasta habilitó que se modificara la meta
inflacionaria en 50% a la suba, a pesar de que el día anterior había logrado
que el Senado sancionara la original en el Presupuesto. Demasiada imprevisión, por
lo menos.Temporada. Para esta época del año, en Villa La Angostura, Macri suele aprobar traumáticas decisiones económicas, como el despido el año pasado del ministro Prat-Gay por no trabajar en equipo (quien, ahora, en represalia con aquellos que lo echaron, habla y pregona, está con la mano levantada para que lo distinga). No se sabe si al ingeniero lo influye el clima del sur, del mismo modo que el siroco desata sudestadas en ciertas personas, o si pesa en su conducta la dominante suegra que tiene de vecina en el club de golf, un caso de matriarcado en la familia Awada.
Lo cierto es que dio vía libre a la exposición publicada de cuatro de
sus principales colaboradores económicos bajo la batuta de Quintana, quien puso de espaldas a
Sturzenegger, teledirige a Peña, a Dujovne y a Caputo, ese
cuarteto que si fueran músicos no provendrían de Zagreb. Tampoco parecen
capacitados para la composición poética del cuarteto: no riman el verso uno con
el tres. Y menos semejan un afiatado conjunto profesional para explicar
alteraciones de objetivos y políticas, como se demostró hace dos días, al
aparecer en un escenario, mostrando una imagen de unidad que se
desmintió a sí misma en la presentación.
Al margen de las disidencias internas y de las medidas, sorprendió
en esa jornada la falta de contenido gubernamental para comunicarlo. Casi
pueril la actuación del cuarteto, en la que se sostuvo la prioridad de luchar
contra la inflación al mismo tiempo que se propone su continuidad y
crecimiento. Eso sí, como advirtió el aparente cándido Dujovne, en lugar de
vaticinar un rango entre l2 y l7, como se hizo a principios de este año,
ahora se fijará una meta fija del 15% para el año que empieza. Sin sonrojarse,
Dujovne dijo que esa medida otorgará más certidumbre. Ni alumnos de colegio
primario admiten esa argucia elemental, más cuando el ministro añade que el
cambio de calibre se debe a que ahora dispone de información de la que antes
carecía, como si durante dos años de gobierno no hubiera leído los diarios o no
hubiera visto televisión. Quizás ocurra que la AFI se incorpora a su gestión en
el futuro.
Otro de los voceros, Caputo, afirmó que sus empréstitos obtienen la tasa más baja en la historia del país, en oposición a lo que en otros tiempos se le pagó a Venezuela con los Kirchner y a las que oblaba el dueto Cavallo-Menem. Una desatinada comparación: en los 90, volaban las tasas de interés en el mundo con registros inauditos, al revés de lo que sucede desde hace tiempo en este mundo, que funciona a tasa cero o menos cero. No es lo mismo, entonces, salir a la calle con temporal y rayos que pavonearse bajo un día diáfano, soleado. Otro de los asistentes protagonistas, el ángel caído Sturzenegger, había anunciado en octubre que todo era perfecto y promisorio –diagnóstico igual al del Gobierno, que despreciaba a los “liberalotes” de mal agüero que desconfiaban de esa declaración– y hasta garantizó, por escrito, que en el último trimestre la inflación no treparía a más de un punto. Mejor que no juegue al Quini. Exhausto, agobiado, en la presentación ni siquiera se defendió por haber concedido correcciones en su política monetaria antes de las elecciones para satisfacer los intereses proselitistas de Macri, lo que, según dicen sus adláteres, conspiró contra su quimérico fragor antiinflacionario. No puede lamentarse: en ese momento ya entregó la autonomía del BCRA, la que hoy reconoce haber perdido por obra y gracia de Quintana y su séquito.
Cuestión de fe. Aunque diga lo contrario, el poder oculto en la
Jefatura de Gabinete cree que podrá enrocar inflación por crecimiento o
actividad, reviviendo el apotegma radical de “un poco de inflación no viene
mal”, mejorar levemente el tipo de cambio (dólar a poco más de 20 durante el
año próximo) y, de paso, reducir el cuasi fiscal del BCRA al tiempo que
aumenta la recaudación, haciéndole más caros los impuestos al ciudadano común. Siempre
las mismas víctimas. Además, tratará de que el endeudamiento oficial sea en
pesos y no en activos externos, lo cual puede constituir un peligroso boomerang
si los ahorristas no creen en esos billetes nuevos, ecológicos, con dibujos de
animalitos. Para más de uno, hay un cierto simplismo en quien admira el viejo
modelo de Brasil de crecer a cualquier costo, o alternativas locales llamadas
desarrollistas. Un proyecto atribuido a Quintana, menos imaginativo que el Plan
Austral o el tipo de cambio fijo que en la Argentina se denominó uno a uno.
Coincide este ascenso de un no economista con la incursión de otras
advenedizas en la materia, dos mujeres de la política, la señora de Kirchner y
Carrió, egresadas presuntamente de Stanford o Harvard.
Han hablado esta semana como si en esas cátedras hubieran pasado una
vida, una para anticipar el declive de Sturzenegger y la otra para recitar el
Lerú Kicillof al tiempo que se dijo ofendida porque Macri no expresó en su
campaña lo que ahora está haciendo (como si el mandatario, por otra parte,
supiera lo que está haciendo)
Olvidó que su finado esposo afirmaba: “No lean mis labios, vean
lo que hago”, una copia cínica del manual Menem, quien sostuvo alguna vez:
“Si hubiera dicho lo que iba a hacer, nadie me hubiese votado”.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario