Por Giselle Rumeau |
Es tan claro y evidente que podría ser el colmo de lo claro
y lo evidente. Si hay algo que deslegitima una protesta social es la violencia.
El reclamo se desdibuja por completo. Sólo queda lo que mueve a los violentos,
la impotencia, el odio, la imposibilidad de llenar los huecos del pensamiento.
Quien intente justificarla en el accionar de las erradas medidas de un Gobierno
constitucional se quedó lisa y llanamente varado en los 70. Ya no hay lugar
para eso, la herida por lo vivido hace más de 30 años aún está sensible.
Es por eso que la lluvia de piedras y mármoles arrancados a
martillazos de la Plaza de los Dos Congresos por parte de aquellos sectores que
sólo usan a la democracia para llegar al poder pero la desprecian no logró su
cometido: no hizo mella en el Gobierno. Dejó al país mal parado ante los ojos
del mundo, generó angustia entre los ciudadanos y un nuevo gasto en el
presupuesto porteño de 30 millones de pesos para reparar el espacio público. Lo
que no es poco. Pero en términos políticos, el Gobierno salió bien parado y
logró que se aprobara en el Congreso la reforma previsional y el cambio en la
fórmula de movilidad jubilatoria, eje de la discordia.
Es que la sola imagen de la barbarie rompiendo todo empuja
muchas veces por espanto a votar a quien no se quiere. Hasta que en la
Argentina no aparezca un Churchill criollo -¿aparecerá un estadista de verdad
algún día?- los ciudadanos estamos condenados a optar entre populistas ineptos
y ladrones o gerentes indolentes. Esa dicotomía es lo que sigue alimentando a la
grieta política, que tanto necesitan Mauricio Macri y Cristina Kirchner para
ser, para existir tan solo por oposición al otro.
No es en la violencia en donde el Gobierno debería
concentrar su preocupación sino en los cacerolazos y en la manifestación pacífica
realizada el lunes por la noche en varios barrios de la Ciudad, cuando los
barrabrava kirchneristas y de izquierda se fueron a dormir.
Se sabe: el macrismo nunca tuvo el control político de la
calle. Ni le interesa tenerlo. Es más, desprecian esa forma vieja de hacer
política concentrada en las movilizaciones partidarias. Se contenta simplemente
con que no haya desbordes como única forma de administrar la conflictividad
social, otro de sus flancos débiles. Pero el tronar de las cacerolas, haya sido
convocado por las redes o nacido de manera espontánea, tiene en la historia
reciente una connotación distinta. Como diría el macrismo, son los vecinos los
que salieron a la calle. Es la pura reacción de la clase media, aquella que
suele bajar el pulgar a los gobiernos y condicionar su futuro.
Resulta increíble como en apenas dos meses la Casa Rosada
dilapidó el capital político obtenido con el amplio triunfo de los comicios
legislativos. Pese a los tropezones constantes, el Gobierno sigue sin aprender
de los errores, sin medir el límite de sus recursos políticos, ni los costos de
sus decisiones. Algo similar pasó en enero pasado, cuando con el mal humor
social reinante por las subas de tarifas, en la Casa Rosada decidieron
gestionar en privado un acuerdo beneficioso para la convocatoria de acreedores
del ex Correo Argentino, propiedad de la familia del Presidente, alimentando
las feroces mandíbulas del kirchnerismo. Siguieron con la decisión de
transparentar el costo financiero de las tarjetas de crédito y el consumo se
desbarrancó. La imagen positiva del Presidente cayó entonces en febrero 10
puntos. Pero con la marcha atrás de las medidas cuestionadas y la violencia y
caos que prosiguió en la calle con las interminables protestas del
kirchnerismo, gremios y organizaciones sociales, Macri volvió a posicionarse y
legitimarse con una marcha de apoyo popular en abril.
Ahora, el Gobierno no sólo cargó contra uno de los sectores
más vulnerables como son los jubilados sino que se metió con una parte de sus
seguidores: Cambiemos suelen tener mejor performance entre los mayores de 50
años.
El cambio en la fórmula de movilidad jubilatoria que -por
una cuestión de empalme con el modelo anterior, podría generarle a los adultos
mayores una pérdida de 7 puntos en marzo- es sin duda la iniciativa más
impopular de la era Macri y genera mucho más rechazo de lo que el Gobierno
cree. Incluso entre sus seguidores. La incógnita es si la medida rechazada por
un cacerolazo implica un quiebre en el electorado de Cambiemos. ¿Se afectó su
base con un proyecto tan regresivo? ¿Puede perder el apoyo de la clase media a
partir de ahora? ¿O simplemente, la protesta pacífica fue una muestra más de la
grieta política y sólo se manifestaron aquellos que nunca quisieron a Macri?
En el Gobierno hubo sorpresa inicial ante el ruido de las
cacerolas pero, eufóricos por la aprobación de la reforma previsional en el
Congreso, optaron luego por bajarle el precio. El triunfo político estaba en
otro lado. Y concluyeron en que quienes salieron a cacerolear son
"ciudadanos ideologizados", que nunca quisieron al Presidente.
Orlando DAdamo, director del Centro de Opinión Pública de la
Universidad de Belgrano, coincide con el diagnóstico macrista. "Me inclino
a pensar que fue una muestra más de la grieta. La mayoría del reclamo se
concentró en la Ciudad, donde Cambiemos tiene su voto duro. No creo que tenga
efecto en su base electoral, más allá de la sensibilidad y el mal humor que la
reforma previsional genera entre sus seguidores. Si uno piensa que el 22% del
votante porteño se inclinó por Daniel Filmus -más de 100.000 electores- con que
haya salido la mitad de ese porcentaje se haría ruido", explica el
analista en comunicación política.
Según su visión, podría haber una caída de imagen del
gobierno y un estado de mal humor pasajero pero sus votantes van a estar
alineados para el 2019.
Con su filosa ironía de siempre, Luis Tonelli, profesor
titular de Política Comparada en la Carrera de Ciencia Política de la UBA,
analiza que lo sucedido es otra señal de "la insoportable levedad de la
política argentina", "A horas de que se hablara de la hegemonía
macrista, con carteles de "Antonita 2050" incluído, se pasa a hablar
nuevamente de ingobernabilidad y del helicóptero", remarca. "El
problema -dice- es que se sigue viendo la realidad del país con los anteojos
del 2001. Pero esta es otra Argentina". Entre las diferencias
fundamentales destaca que el Gobierno tiene plata y el ajuste es para darle
sustentabilidad a la economía y evitar la crisis y no porque la crisis lo
impone y se acabó la plata. También menciona a la grieta por donde se
interpreta todo: el caso Maldonado, el subamarino perdido y las protestas.
"En 2001 eran las cacerolas, así, en genérico. Hoy son las
kacerolas". Como si fuera poco, dice, el peronismo está de vacaciones. "Sin
crisis real se dedica al juego de la supervivencia". La conclusión es que
todos perdieron. Pero la oposición perdió más", concluye.
Carlos Fara, director de la consultora homónima, tampoco
cree que el cacerolazo haya sido un deterioro de la base electoral del Gobierno.
"Me parece que el problema fue que se perdió la batalla comunicaciones de
la ley de Reforma Previsional. Ese es el punto. Y creo que sí, que los
cacerolazos forman parte de la grieta y también nos indican que hay que ser muy
cuidadoso cuando se dice que el kirchnerismo está de salida. Yo creo que hay un
kirchnerismo ideológico muy fuerte en una parte de la sociedad y me parece que
eso se expresó con el cacerolazo".
El politólogo Julio Burdman, en cambio, se permite dudar.
"Me parece muy pronto saber si hubo pérdida de votos con este proyecto.
Los cacerolazos son una herramienta de protesta de la clase media, no del
kirchnerismo. Y la reforma a la fórmula de movilidad jubilatoria no tenía apoyo
social. No parece que sea un tema que haya que analizar con el eje político
Cambiemos-kirchnerismo. Creo que el Gobierno no explicó bien esto, en parte por
lo difícil que es. Pudo haber dicho que hubo un ajuste por este lado para
consolidar las cajas de la Anses, menguadas por la reparación histórica. El
Gobierno no disminuyó el gasto público social; al contrario, lo subió",
afirma.
Y cuestiona cierta tendencia oficialista a negar que la ley
era impopular. "Deberían admitir que eso es una posibilidad y no negarla
de raíz", remarca.
Conclusión: la grieta que todo lo arrasa también atravesó la
protesta de la clase media. Pero aún así, el Gobierno no debería dormirse en
los laureles en medio de un proceso de reformas que seguirán generando
manifestaciones y mal humor si no quiere en un futuro perder votos.
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