Por Carlos Ares (*) |
¿Sabrán los pobres cuánto los queremos? ¿Cuánto necesitamos
de su resignación en esta lucha que estamos dando por la liberación de la culpa
de nosotros? ¿Alcanzarán a comprender el sistema de lubricación que los penetra
con tanto cariño? Sin ellos nada sería igual. ¿Por quién rezaríamos en Navidad
para compensar nuestros pecados? ¿Qué haríamos con la piedad? ¿A quién le
donaríamos ropa? Ellos nos han enseñado a convivir. Aprendimos a mirar para
otro lado, a despegar la nariz y alzar la ventanilla del coche cuando
atravesamos villas miserias, barrios del Conurbano, a oler pino desodorante y a
sentir alivio.
Y ni qué hablar de la patria. Que es “el otro”, que “nadie
es, pero todos lo somos”. Qué sería de ella, mientras hay canallas que la
traicionan, si ellos no estuvieran dispuestos a bancarla el tiempo que sea
necesario. Año tras año, hechos polvo, secos, húmedos, en medio del barrial,
hasta que la patria y la Justicia demanden a quienes incumplen sus juramentos.
Ellos aguantan ahí, al pie de la patria, con los iris de los ojos como dos
escarapelas. En la guerra, en las calles, donde haga falta morir o gritar,
cartoneando, revisando basura, esperando, agonizando lentamente por la patria.
Le digo más: pregúntese qué sería de los punteros que hablan
y cobran en nombre de ellos, reparten lo que les sobra de lo que se quedan y no
les piden casi nada a cambio: un votito, un acampe, una marcha. ¿Y de los
intelectuales? ¿Y de los políticos?
Peronistas, radicales, la izquierda, la derecha. Sin pobres no hay altos
salarios, ni conferencias sobre el tema, ni viajes, ni autos con chofer, ni
tratamientos vip, ni jubilaciones de privilegio, ni cometas, ni cárceles
llenas, ni actos, ni discursos. ¡Y qué sería de la Iglesia sin pobres! ¡De que
vivirían los 568 sacerdotes, los 1.120 seminaristas y los 132 obispos que
cobran del Estado! !Tendrían que hacer dieta!
Mi Dios. Cómo agradecer al Señor las señales que da de su
existencia en cada niño desnutrido. Es tan evidente el milagro que solo queda
arrodillarse frente a ellos con los ojos cerrados, los brazos extendidos, las
palmas abiertas al cielo y gritar:
¡aleluya! ¿De qué otro modo que no fuera como parte de uno de los más
sagrados misterios de la fe podría interpretarse que sea el Observatorio de la
Deuda Social de la Pontificia Universidad Católica Argentina el que nos llame
la atención sobre la cantidad de pobres?
¡Gloria! El informe de la UCA, una de las privadas más caras
de Buenos Aires, con sede en Puerto Madero, la que formatea a las élites del
poder político y económico que se encargan de controlar y asegurar las reservas
suficiente de pobres disponibles para que de ellos, los bienaventurados, sea el
reino de los cielos, viene a tranquilizar a los inquietos. Dos millones y medio
de indigentes. ¡Gloria! ¡Trece millones y medio de pobres. Gloria! ¡La mitad,
pibes. Gloria! ¡Los más ricos se la llevan 18 veces más. Gloria! Todos está
como siempre, hermanos. Respiren. Amen. Amensé los unos a los otros y violen
los derechos del resto.
El obispo de San Isidro, Oscar Ojea, amigo del Papa,
advierte: “Muchas veces vemos los problemas a través de estadísticas y de números,
no a través de las realidades concretas de las personas”. Palabra santa. Hay
que acercarse más, agradecerles por tanto y pedirles perdón por tan poco. Lo
tendré en cuenta en mis oraciones para alejar al Satanás que insiste en
recordarme la respuesta del cura Luis Farinello. Le pregunté por qué algunos se
empeñaban en combatir la pobreza que la Iglesia lleva miles de años
conservando. “¡Se van a quedar sin clientes!”, observé. Me asusta todavía su
risa diabólica y su voz: “Dale, no me hagas hablar de lo que no quiero hablar”.
Siempre habrá pobres, aseguran los expertos, pero no hay que
descuidarse. El diablo está en los detalles. Los dirigentes sindicales y
políticos deben resistir cualquier intento de acuerdo que pueda poner en riesgo
lo que tanto nos costó. No regalemos la patria. Digamos “no” a todo. A más
pobres, más culpa de otro.
(*) Periodista
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