Por Tomás Abraham (*) |
Las palabras mafia y asociación ilícita se emplean hasta el
hartazgo en los medios de comunicación. Se celebra que al fin, la Justicia
actúa. Se reclama que metan en la cárcel a ex funcionarios del gobierno
anterior. Se insiste en que los argentinos fuimos víctimas de una banda
delictiva.
Para quienes hemos formado parte de la batalla cultural
contra la degradación política que nos impuso el kirchnerismo, este modo de
analizar los 12 años de hegemonía K, es un grave error.
En el 2007, Cristina con el apoyo del partido radical y la
vicepresidencia de Cobos duplicó en votos a Carrió.
En 2011, Cristina obtuvo once millones de votos y Carrió
trescientos mil. Más de 54% contra 1,5%. La gente no votó a mafias. No hay que
despreciar al pueblo, no hay que ofender a la ciudadanía diciéndole que son
idiotas útiles, esclavos de la fiesta consumista, borrachos de populismo, o
estafados consuetudinarios. Es lo mismo que escupir para arriba. Nos denigramos
a nosotros mismos.
Hacemos lo mismo que el kirchnerismo. Convertimos a
adversarios políticos en enemigos públicos y traidores a la patria. A quienes
nos enfrentábamos al gobierno anterior nos decían gorilas, destituyentes,
menemistas, procesistas, siervos de Clarín. Es una vergüenza repetir la misma
alegre buchonería.
Hablamos de Justicia con mayúscula como profetas
vociferantes, cuando bien sabemos cómo actuaron los jueces hasta hace poco
tiempo.
Néstor y Cristina Kirchner fueron votados durante tres
presidencias porque le dieron a 80% de los argentinos el pan, el trabajo, y la
dignidad arrebatados en el 2001. Que fue la soja, la devaluación, la suerte, es
cierto, como también es cierto que ahora las cloacas y los caminos se financian
con deuda.
Es irrisorio decirle a quien pudo recuperar un trabajo,
tener un mejor sueldo, financiarse un electrodoméstico, que lo hizo con plata
falsa y papel pintado. Por lo mismo sería ahora grotesco si se le señalara a
quien ya no padece inundaciones que los caños de desagüe se los da la banca
internacional. Que los economistas debatan mecanismos de una sana economía no
impide que haya necesidades reales y bienes concretos que dan cuenta de su
satisfacción.
El país venía de casos trágicos de mortalidad infantil, de
comer gatos, de millones de personas que subsistían con el trueque, padres que
llevaban a sus hijos a las embajadas para que se fueran del país, gente en la
calle sin pan ni trabajo.
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sentían que alguien las
escuchaba. El pueblo, que hoy se llama “la gente” y “los vecinos”, votaron a
los Kirchner porque compensaron dolores históricos.
Los encuestadores nos cansaron con clasificaciones en las
que la corrupción estaba en cuarto lugar en las preocupaciones de la sociedad,
después de la economía, la inseguridad, y la educación.
No por eso se disfruta que desde el Estado se robe la plata
que entregan quienes trabajan. Pero nadie se chupa el dedo. Muchos desconfían
del capitalismo privado y del estatal argentinos. Y no se equivocan demasiado.
Ni hablar de la credibilidad de la clase política y sus
operadores periodísticos.
La corrupción en nuestro país es sistémica. Está organizada.
Recorre a la sociedad de arriba a abajo. Se roba en grande y se saca ventaja en
chico. Cambiar el sistema es un buen ideal. Que se lo haga con el ejemplo no
estará de más. Que se controle a los que están ahora es lo primordial. Que se
juzgue a los que estaban antes es necesario mientras sea con mesura, seriedad,
respetando las garantías, y sin circo. Que se humille a quienes los votaron,
eso se paga caro.
Nada justifica la sorna y la euforia de fiscalizadores
mediáticos, ni siquiera como reacción ante la necedad de quienes llamaron a una
resistencia a Macri, o aquellos que lo difamaron como un nuevo Führer o que con
fanfarronismo de opereta dicen que los porteños dan asco.
Hay golpistas de toda índole y merecen un auténtico
desprecio, y nada más. No hace falta agregarle la sanata conocida que comienza
un nuevo país, que en el anterior sólo había piratas. Y menos que amanecerá sin
pobreza.
Por eso quienes no estuvimos de acuerdo con la política en
estos últimos años y lo expresamos públicamente en diarios, libros y medios
audiovisuales, y que no cedimos ante extorsiones de una moralidad tramposa y
combatimos una versión oportunista del pasado, no podemos aceptar que se
degrade una vez más el deseo de una mejor sociedad y una mejor convivencia.
Menos aún debemos someternos a que se intente
agredir a nuestra inteligencia con broncas e impulsos vengativos que
siempre reaparecen, que se lo haga en nombre de una verdad y una Justicia a
precio de saldo, y se use nuestra historia para sembrar más odio.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
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