Por Héctor M. Guyot
En pleno siglo XXI, la tecnología puede resultar limitada
cuando se enfrenta a la inmensidad del mar. La desaparición del submarino ARA
San Juan produjo un interrogante y un vacío que no pudieron ser aliviados con
el correr de los días. Por supuesto, la vigilia se volvió insoportable para los
familiares de los 44 tripulantes de la nave.
La vastedad abisal del océano sólo
parece comparable a las profundidades del espacio sideral. Es difícil imaginar,
dentro de la geografía terrestre, una lejanía mayor. ¿Cómo habrían de sentirse
entonces los seres queridos de aquellos navegantes atrapados dentro de una
cápsula perdida en medio de tamaña oscuridad, cuya vida en apariencia está o
estaba amenazada a plazo fijo por la falta de oxígeno?
Cuando resulta inimaginable, aquello que necesitamos saber y
no sabemos abre dentro de nosotros una angustia que busca ser saciada. En la
agonía de la espera, estamos sedientos de respuestas y reclamamos una certeza
que nos rescate. Y, en este caso, que permita hacer algo por el rescate de los
que corren peligro de vida en un medio ajeno y desconocido donde el hombre se
vuelve todavía más pequeño y vulnerable. Durante esta semana, este sentimiento
desbordó de las familias que se congregaron en la Base Naval Mar del Plata a
todo el país e incluso a buena parte del mundo, que envió ayuda para encontrar
esa patrulla perdida en cumplimiento de su deber.
Sin embargo, esa certeza no existía. Quizá por eso se la
buscó durante toda la semana con hipótesis que se acumulaban una detrás de la otra,
sin solución de continuidad. Llenamos el vacío con palabras. Con lo poco que
sabemos. Y además, buscamos responsables. Culpables. De que el submarino se
haya perdido, de que no pueda ser hallado, de los errores en la comunicación y
también del deterioro de la infraestructura del país, que se ensaña con la vida
de sus habitantes.
Se habló de mala praxis en la pesquisa, pero lo cierto es
que acabaron buscando la nave 14 países, además del nuestro. Acaso sea que
encontrar un submarino en el fondo del mar dentro de una superficie de casi
500.000 km2 es como hallar una nuez en el lecho de un río. Según los expertos,
el ARA San Juan podría estar entre 200 y 2000 metros por debajo de la
superficie del océano, pues se habría hundido en la zona donde la plataforma
continental cae en picada a los abismos.
Una cosa parece indiscutible: a la precariedad de la
condición humana, los argentinos le sumamos un plus. La hipótesis hasta ahora
más firme, el único elemento que parece fácticamente comprobado, surge cuando al
embajador argentino en Austria consulta a las autoridades de la Organización
del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, una agencia que
sondea los sonidos que viajan a través de los mares para detectar detonaciones
atómicas. Anteayer, el vocero de la Armada hizo público, quizá con excesivo
tecnicismo, marcando un antes y un después en esta historia, lo que halló ese
organismo: "Un evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear,
consistente con una explosión". Habría sucedido el miércoles 15 de este
mes, a 30 millas de donde el submarino se comunicó por última vez para reportar
un problema en las baterías.
Horacio Tobías, ex tripulante del ARA San Juan, explicó
luego en TN que un cortocircuito en algunas de las 960 baterías del submarino
por sobrecarga o calentamiento provocaría la descomposición de ácido sulfúrico,
que acaba despidiendo hidrógeno, altamente explosivo. En un video de los
talleres Cinar Tandanor que celebra la reparación de media vida del submarino,
concluida en 2015, se explica lo siguiente: "La situación del navío
requería una intervención de esta magnitud para mejorar la calidad de
navegación, deteriorada por las emisiones de hidrógeno de sus baterías, que
ponían en riesgo la tripulación y el propio submarino".
Todo parece llevar al mismo sitio. Pero nada se ha podido
comprobar hasta ahora. La falta de certeza despertó la bronca desesperada de
algunos de los familiares. Lo que hay es dolor y ausencia. Como dijo la jueza
federal de Caleta Olivia que investiga la desaparición del submarino: "Una
causa penal indaga sobre cuatro preguntas: qué pasó, cómo pasó, cuándo pasó y
dónde pasó. Nosotros sabemos el dónde y el cuándo".
Hay 44 familias que quieren saber la verdad. También
necesitan saberla el país y aquella parte del mundo que ha seguido este drama.
Hasta ahora, al cierre de esta nota, la verdad es un misterio que el océano no
entrega. Sin embargo, muchos hombres de mar trabajan juntos, más allá de las
procedencias y las banderas, para arrancarle ese secreto a las profundidades.
0 comments :
Publicar un comentario