Por Martín Rodríguez
En 2001, en el medio del voto bronca, el peronismo
bonaerense obtuvo el 37% de los votos. El dato pasó desapercibido para los
radares que se encantaron con la estrella ciudadana de los indignados que
ponían una feta de salame o una carta abierta a la Junta Coordinadora Nacional
en las urnas.
En la oscura noche de ese triunfo duhaldista había una
cuadra de gente en el frío, manzaneras y punteros sobre avenida Rivadavia,
cerca de plaza Once. En el balcón, Duhalde saludaba, ya era senador electo.
"Le pido sabiduría a De la Rúa para entender el ultimátum de las urnas,
porque es suicida seguir así", dijo. Estaba Ruckauf también al lado, y
Chiche, a quien le dedicó el triunfo.
Duhalde venía de dos derrotas: la de 1997 y la de 1999. El
gobernador Ruckauf, su delfín, ya no contaba con el esplendor de su sonrisa y
emitía patacones a lo pavote, se acobijaba bajo el ala del líder bonaerense
viendo si había margen aún para un sueño presidencial. Meses después, Ruckauf
agarró la cancillería para ser un caballero del aire y le dejó el balurdo a
Felipe Solá, para suerte de los bonaerenses.
Cristina hace un mes obtuvo un 37% de los votos. Aquella
vieja elección, dos meses antes de que el país vuele por el aire, fue el
antecedente del salto al poder del peronismo, salto que duró hasta 2015 y que
se capituló en etapas que fueron de Duhalde a Kirchner, de Kirchner a Cristina.
Pasó de todo. Catorce años y ese número se repite en la provincia: 37% de votos
bonaerenses.
Seguramente la composición de ese caudal tenga rupturas y
continuidades: la vida de los millones de bonaerenses cambió. Duhalde no era
progresista, aún sin ser neoliberal. Cristina es progresista, aún siendo
popular. Pero hay algo circular en ese mismo número: el final es en donde
partir, cantaba la Renga. La larga marcha de la restauración peronista, los 14
años de poder con mano de hierro, se reencuentran con ese núcleo duro
bonaerense. ¡Rosismo o barbarie! ¿Quién se fue en el 2001? El fallido gobierno
no peronista y quedó el estadista de Lomas.
¿Qué cambió en este 2017? Que el no peronismo en un nuevo
partido y equipo de poder que parece haber aprendido las lecciones de la
Historia. El viejo voto bronca y anti político es el vocabulario (ya más
estilizado) de Cambiemos. La política para los que no les gusta la política:
ese sentido común que crece de abajo hacia arriba, como cuando Macri denuncia
la planta de empleados de la biblioteca del Congreso o la cantidad de
sindicatos que existen en la Argentina. Una ola de aliento viene de abajo. Y
encima el peronismo carece de un liderazgo sensible al equilibrio de su más
llana contradicción: está compuesto por peronistas que gobiernan (provincias,
municipios), por sindicatos y por otros que parlamentan. Sin mayoría social, no
hay modo de subordinar la estrategia a la pura resistencia o al puro diálogo.
La diversidad es real, territorial. Quedó expuesto en los zamarreos internos de
la votación del presupuesto bonaerense. Su conducción debería ser realista.
La astucia kirchnerista no fue "ordenar" la
sociedad de 2001 sino introducir esa sociedad bulliciosa todo lo que se pudiera
en la política (meter piqueteros, organismos de DDHH, etc., en el Estado). El
kirchnerismo le devolvió el conflicto a la política y le devolvió la política
clásica a la sociedad: restauró la representación montando el potro, regulando
los conflictos más que reprimiéndolos. Pero los desgastes naturales de esos
gobiernos, la restricción externa y las evidencias de corrupción llevaron a
este estado de cosas: anti política y anti peronismo ya son indistinguibles. El
precio de un peronismo que aceptó las condiciones culturales que le impusieron
porque las creyó positivas: se auto segmentó, admitió gustoso los achaques del
discurso republicano para sentir la impostura de que cuanto peor apariencia
mejor, "somos feos, sucios y malos", los chistes de Moreno, el
regodeo con formas "brutales" en función de atacar al establishment
como si no hubieran servido sólo para mostrar débiles a los fuertes, jugar de
"las Orgas", la indolencia de creer que el rechazo a la corrupción es
un lujo de clase, no calibró el impacto de ese discurso en la sociedad, un discurso
de nueva transparencia que, habrá que decirlo, tiene motores internacionales,
viene de arriba, del Norte. Con la "credibilidad" de que acá lo
encabeza un Macri. En fin.
En 2001 nadie se preguntaba qué iba a pasar con el
peronismo, sino qué iba a pasar con el país (el peronismo aparecía después,
como el personal de maestranza). Hoy, en la compactadora macrista parece que
todo pasado fue peronista. Son todos recién llegados al país peronista. Vienen
de afuera, tienen todo afuera (hasta la guita).
En un buen artículo Lara Goyburu y Facundo Cruz ("La
brújula del General", revista Panamá) apuntan: "La Provincia de
Buenos Aires se construyó como el faro ordenador del resto de las partes del
PJ. En tiempos democráticos esta capacidad se dio por el buen uso de la
brújula: gobernar el 37% del padrón nacional más un puñado no menor de
provincias periféricas. Allí están sus bases. Allí está La Matanza. Allí están
sus Unidades Básicas. Allí están sus punteros. Allí están los 135 municipios.
Allí está la garantía para el resto de los compañeros de otros distritos. La
tranquilidad de que ganamos. Que también podemos ganar. Y así podemos
gobernar." En 2001 Duhalde aseguró ese mínimo para un peronismo que para
ser nacional primero tiene que ser bonaerense. A nivel nacional, el peronismo
obtuvo en ese 2001 un 40% de los votos. Dato, insisto, que pasó desapercibido
debajo del vozarrón del Negro Oro que comentaba la picaresca del voto-bronca,
el costo de la política (ponían en tela de juicio hasta hacer un censo) y el
deseo de dolarizar el país y que vengan a gerenciarlo.
En un tiempo de malas noticias para el kirchnerismo tal vez
la peor no vino de Comodoro Py. Vidal, en la ardua negociación del paquete
fiscal, se quedaría con una torta de plata cuyo destino es el Conurbano.
¿Verdaderamente tendrá ese dinero para el Gran Buenos Aires? ¿Y qué hará? Por
lo pronto la discusión fiscal en Argentina es entre conservadores nacionales y
provinciales. El dinero, se sabe, se pide prestado, se cobra o se emite. No es
mágico. La emisión está descartada. La deuda es viciosa pero no eterna. Y
cobrarlo, implica mostrar más los dientes, que cada gobernador, por ejemplo,
sea un poquito más "ortiva" con sus economías y oligarquías locales.
Es más fácil que un gobernador emita un bono a que aumente un impuesto. Pero en
Argentina hay un consenso rumiante entre comentaristas oficialistas: ¡no se
puede cobrar un impuesto más!
Vuelvo al punto: Vidal obtiene el instrumento con el que
querrán asegurarse un salto más en 2019. ¿Quién está en condiciones de
disputarle los votos a Cristina de la Tercera Sección Electoral? ¿Otros
peronistas? No: Vidal y el partido del Estado. La discusión politológica acerca
del sexo de los ángeles hegemónicos podrá no saldarse nunca, pero la acción del
gobierno es incesante. Quieren ir por todo.
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