Por Manuel Vicent |
Durante los cinco años que duró la Segunda República, según
cuentan algunos historiadores, Gil Robles, líder de la derecha e Indalecio
Prieto, jefe de filas del Partido Socialista, nunca se dieron la mano, ni
siquiera se saludaron en los pasillos del Congreso. Nadie sabe qué habría
sucedido si estos políticos enfrentados en bandos irreconciliables hubieran
decidido un día sentarse a tomar café simplemente para charlar un rato.
Según la teoría del caos, una acción sutil como el vuelo de
una mariposa puede desencadenar una catástrofe en cualquier lugar del planeta,
pero también un acto irrelevante es capaz de salvar de una gran hecatombe a
toda una nación. Algunos analistas creen que si aquellos líderes hubieran
tomado ese café, se habría evitado la Guerra Civil.
Hitler quería ser pintor. Si el oscuro profesor de dibujo de
la Academia de Bellas Artes de Viena que lo suspendió en su examen de ingreso
le hubiera dado un notable, convertido Hitler en un feliz pintamonas, la
humanidad se hubiera ahorrado la Segunda Guerra Mundial.
Ese vuelo de mariposa con que se expresa la teoría del caos
se cierne ahora sobre la frustración y la quiebra social que se han apoderado
de la política en Cataluña. El delirio independentista ha llevado a sus líderes
a la cárcel. La ley se ha cumplido de forma inexorable.
Las manifestaciones callejeras producto de la emoción herida
de millones de catalanes, la salida a la superficie del espíritu nacional y el
españolismo reactivo de la extrema derecha puede que se acaben disolviendo en
la rutina gris de cada día, pero bastará un hecho anodino imprevisible, una voz
incendiaria que rompa el equilibrio inestable, para que suceda como cuando una
pequeña roca se desprende de una ladera y provoca un alud que se lo lleva todo
por delante hasta el fondo del barranco.
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