El 9 de noviembre de
1938 se produjo la “kristallnacht”, el comienzo del Holocausto
Una de las tantas sinagogas que ardieron en la horrorosa noche. |
Por Andrés Pancani
En agosto de 1938 y antes del comienzo oficial de la Segunda
Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939) y del exterminio que sufrieron los
judíos durante el conflicto, el gobierno nazi canceló el visado de residencia a
todos los extranjeros, aunque llevaran décadas viviendo en Alemania. La medida
expulsó a 17.000 judíos hasta la frontera de Polonia, donde permanecieron a la
intemperie durante semanas porque Polonia se negó a acogerlos.
“La noche de los cristales rotos”, comenzó a sonar en los
noticieros radiofónicos que habían emitido por la mañana una noticia que se
esparció por los comercios y las tabernas de Berlín a lo largo del día. Un
joven refugiado judío, según la información manejada en aquel entonces, había
matado en París a un diplomático alemán, Ernst von Rath, miembro del partido
nazi, en represalia por la deportación de su familia a Polonia.
Esa misma noche, el 9 de noviembre de 1938, iniciaba lo que
conocemos como “el holocausto”, era una noche tranquila, hasta que la llama del
antisemitismo alemán arrasó con la comunidad judía asentada en el país. El humo
en el cielo empañó las ventanas de las casas donde miles de judíos vieron arder
las sinagogas, comercios, hospitales, escuelas, hogares, que fueron destruidos
e incinerados por el poderío nazi al mando de Adolf Hitler.
La “Kristallnacht” se desarrolló en apenas 24 horas, pero el
recuerdo que dejó tras de sí fue imborrable.
Aproximadamente unas 1.570 sinagogas (prácticamente todas
las que había en Alemania), muchos cementerios judíos, más de 7.000 tiendas, 29
almacenes y centenares de muertos fueron las cenizas que quedaron en aquella
pálida noche para los judíos y al rojo vivo para los nazis, como el fondo de
las banderas del III Reich.
Unas 30.000 personas fueron despojadas esa trágica noche de
sus hogares y en los siguientes días se había continuado con el operativo de
persecución y aislamiento. Posteriormente se obligó a los judíos a pagar una
multa de mil millones de marcos por los daños producidos y que además como
medida de opresión la ley les prohibía pedir indemnizaciones a sus
aseguradoras.
Muchos de los judíos lograron escapar en el intento
desesperado de una carrera contra la mecha alemana. Lamentablemente las llamas
llegaron a muchos y las brasas se esparcirían en los campos de concentración
dando lugar a los exterminios más grandes de la historia durante la Segunda
Guerra Mundial.
Así decía el manifiesto del Partido Nazi, en cuyo Art. 4 se
acuerda que: “Solo los ciudadanos pueden beneficiarse de los derechos cívicos.
Para ser ciudadano, es necesario ser de sangre alemana, sin importar la
religión. Ningún judío puede ser ciudadano”.
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