Por Carlos Ares |
En medio del candombe de estos días con los de mi oficio, me
vino al oído una canción de Jaime Ross. ¿Recuerdan?: “Uruguayos/uruguayos/dónde
fuimos/a parar...” Al llegar al momento de repetir el estribillo, afectado
seguramente por el desasosiego que me provoca seguir las alternativas del
escándalo entre colegas, me escuché murmurar: “Periodistas/periodistas/ donde
fuimos/ a parar/antes éramos confiables/con data buena de verdad/hoy somos los
sinvergüenzas/que caen a picotear...”
Esta es una columna de opinión y, como tal, debiera escribir
algo que complemente el breve análisis hecho sobre “El Estado del periodismo”,
publicado aquí hace dos semanas. Al fin, eso es lo que se espera, y lo que está
de moda. Con una supuesta verdad por delante, dicha en alta voz, que pueda ser
interpretada como a favor o en contra, nos damos por hechos. Opine, opine, que
algo queda.
Con un poco de carne de chisme, si viene ya picada mejor,
los foros abren sus fauces y a ese foso van a parar las babas furiosas,
flambeadas, fóbicas. Y todos juntos allí, fundimos los cerebros fofos bajo
fúnebres focos de TV. En un futuro cercano vendrá el personaje de aquel
arqueólogo alemán que interpretaba Tato Bores a recoger los frágiles fósiles de
un país demolido y se preguntará, fatigado, frente a las cámaras, mirando una
foto de Magnetto: “¿Quién carajen era ésten?”.
De todos modos, la “no opinión” es también una, que será
leída a su vez por el revés. Así es que no hay chance de zafar. Vamos, vamos.
Juéguese. ¿Con quién está? Marque con una cruz sus odios, amores y rencores.
¿Fueron cómplices del choreo K los que trabajaron para Página/12 o los medios
de Szpolski, Cristóbal López, Ferreyra de Electroingeniería? ¿Informaban?
¿Militaban? ¿Sí? ¿No? ¿Tal vez? ¿Andá a saber? ¿Y los que hablan de ellos, pero
callan sobre el cierre de la agencia DyN y las fechorías de Clarín, Radio Mitre
y TN? ¿Informan? ¿Militan? ¿Sí? ¿No? ¿Tal vez? ¿Andá a saber?
Vamos. No se haga el boludo, amigo, tache o marque con un
círculo. Usted conoce todos los “canjes”. Menem pagó el apoyo de Clarín con la
derogación del artículo 45 y le permitió acceder a los medios electrónicos.
Duhalde, además de la devaluación, le dio la Ley de Bienes Culturales, llamada
“ley Clarín”, para evitar que sus acreedores se cobraran en acciones. Kirchner
le aprobó a Clarín la fusión de Cablevisión y Multicanal. Usted sabe de
Belocopitt (Swiss Medical), socio de Manzano –“Robo para la corona”– y Vila en
América TV, y de sus empresas offshore para evadir impuestos.
Las grandes corporaciones de medios –periódicos, radios,
televisión por cable y negocios vinculados– son, en los hechos, propietarias
casi exclusivas de la libertad de expresión. Apoyan figuras políticas, tienen
sus “listas negras” de artistas o personajes públicos por razones personales o
comerciales, participan en negocios que ocultan a sus audiencias, contratan
“operadores” y “mercenarios”.
Aún así, repito lo dicho hace dos semanas: “la mayoría de
los periodistas ejerce la libertad de expresión y el derecho a la información
en nombre de los ciudadanos y es, la suya, una tarea de máxima responsabilidad,
sometida a la ley y a los juicios éticos y morales. Sin periodistas y sin
medios independientes que los respalden no hay Estado de derecho ni democracia
plena”.
Es en esa frontera de la conciencia, en los bordes del
riesgo a perder el trabajo, a ser manipulado por las fuentes de información,
censurado por los editores o recortado por sus propios prejuicios o intereses,
donde se define cada día la cuestión del ser o no ser del periodista
profesional. ¿A quién y para qué sirve lo que hace? ¿Se trata de ser o de
estar? ¿Se puede ser sin estar en un medio?
Aturde el ruido. Sobre el cacareo del gallinero vedetongo se
escucha ahora Juguetes perdidos. A ver qué dice el Indio Solari, a ver qué
inspira. “Cuanto más alto trepa el monito/el culo más se le ve”. Tal vez, los
verdaderos, necesarios, buenos periodistas, sean esos “pájaros de la noche/ que
oímos cantar y nunca vemos”.
(*) Periodista
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