Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Circular hoy por los medios de comunicación es una montaña
rusa del mal gusto. De no darle bola a la falta de un submarino con 44 personas
adentro, al morbo de preguntarle a un familiar cómo le va a contar a sus hijos
que su padre probablemente esté muerto en el fondo del océano. Sin escalas.
No sabemos qué pasó esta semana, pero sí sabemos bien qué es
lo que pasa desde hace años. Y como ahora se nos llenó de doctores en
submarinismo de la Universidad de la Cadorcha con maestrías en “Tengo un
conocido” y “Me lo contó Fulano” que llenarán los canales, las frecuencias de
radio, los portales y las tarlipes, me limitaré a hablar de otro aspecto que
debería solucionarse de una vez por todas: qué queremos de las Fuerzas Armadas.
A la hora de querer reducir el gasto público los políticos no son de ponerse
muy de acuerdo, así que vengo a proponer dos alternativas sobre el mismo problema
que lo solucionaría de raíz. Opción A: Queremos tener Fuerzas Armadas que
funcionen como tales. Opción B: No las queremos y procedemos a cerrarlas.
Comencemos por la Opción B, que a algunos les puede parecer
antipática, a otros les generaría un orgasmo ideológico, pero a todos nos
debería resultar coherente con nuestro pasado reciente. El primer paso ya fue
dado hace tiempo cuando se decidió que cualquier zapato podía estar al frente
de los destinos de las Fuerzas Armadas. Desde que a Galtieri se le dio por
nombrar a un abogado como ministro de Defensa, hemos tenido al frente de la
cartera militar a nueve bogas, tres economistas, un licenciado en
administración, un periodista –sí, un periodista–, un médico familiar de un
presidente –sí, un médico familiar–, y tres ingenieros. Una tenía idea de cómo
funcionaba un arma, otro había ocupado cargos durante la última dictadura y el
resto había visto militares en los desfiles.
Obviamente, no es necesario hacer como Estados Unidos, donde
el 80% de los secretarios de Defensa han servido en alguna rama de las Fuerzas
Armadas. O Rusia. O China. O Japón. Muchos de los países desarrollados tienen
políticos en la cartera de defensa. Políticos que se rodean de tipos que saben.
En el peor de los casos, políticos que saben que un auto necesita combustible
para ponerse en marcha. Con saber elegir el equipo que te va a rodear, alcanza.
Pero ni esa tenemos en cuenta. En la última designación, se puso a Aguad al
frente de Defensa y éste se rodeó de un gabinete que incluye al ex presidente
del Banco Ciudad y una ex diputada sin otro antecedente que una larga carrera
municipal en Córdoba. Arquitectos en Ciberdefensa, Ingenieros Agrónomos en
Emergencias, todo ideal en la cartera de un funcionario que llegó después de
haber tenido una gestión mediocre en el ministerio de Comunicación. No sabía de
una, no sabía de la otra. Pero en la otra nadie le presta atención.
El curriculum de Aguad no es la excepción. Fajarlo a él hoy
no es injusto, pero tampoco abarca la dimensión real de una larga cadena. Hace
mucho tiempo ya que la política ha tenido dos formas de comportarse: o castiga
a las Fuerzas Armadas de hoy por sucesos de hace cuatro décadas en los que
buena parte de la política de hace cuatro décadas también participó y que, en un
país que dice ser republicano, se resuelven en la Justicia; o directamente las
ignora.
Por ello es que propongo, humildemente, la Opción B: Que
cierren todo.
El mecanismo es sencillo. Candados, tapias, cadenas. Se
cierran todas las guarniciones y se manda a todo el mundo a la casa a seguir
cobrando el sueldo de por vida. No es complicado, ya que en Argentina tenemos
experiencia en eso de pagar a cambio de nada. Incluso es económico el asunto,
verá: la parte del desmantelamiento ya fue llevado a cabo con laburo de hormiga
durante 35 años.
La medida también es honesta, ya que es una forma de
blanquear que no queremos tener Fuerzas Armadas, que no nos interesa tener
Fuerzas Armadas, que hasta nos tiene sin cuidado un Comandante en Jefe en
joggineta porque al menos pone la cara. Fue tanto el sufrimiento de las
dictaduras y tantas las ganas de alejarlas de la política que nos olvidamos
para qué fueron creadas las Fuerzas Armadas. Los medianamente informados de la
sociedad se dividen entre los que entienden el valor de unas fuerzas de
defensa, los que creen que es mejor no tenerlas, y los que prefieren tenerlas
con fines decorativos morbosos, como putearlos, o recordarles que son genocidas
aunque hayan nacido en 1995, y cosas por el estilo.
A nivel político sucede algo similar. Incluso en la última
semana fuimos testigos de ese extraño caso de quien quiere tener a los
militares en una vidriera y, al mismo tiempo, gritaron a los cuatro vientos que
nuestra soberanía estaba siendo atropellada por la presencia de aeronaves y
buques británicos y norteamericanos. Cultores de la educación de la historia
que se les antoja, no dijeron nada de los barcos brasileños, y eso que tuvimos
una guerra de tres años en la que perdimos una provincia y media. También está
el extremo de la izquierda nacionalista que, evidentemente, pretendía ir a
buscar un submarino a bordo de un pan relleno guiado por la tecnología de una
fotocopiadora. Pero no son ellos y su 5% del padrón electoral lo que preocupa,
sino el otro 95% que de las Fuerzas Armadas sólo les importa los brindis de fin
de año, los hermosos desfiles, lo bien que se quedan firmes los granaderos, y,
de vez en cuando, lo duchos que son para practicar la inteligencia interior.
Obviamente, no se puede dejar pasar el notable rol que han
tenido los sucesivos Jefes del Estado Mayor Conjunto y los titulares de cada
una de las Fuerzas Armadas, quienes han transitado la democracia en un hermoso
péndulo que va desde el planteo golpista hasta la complicidad silenciosa y a
veces aplaudidora. Ya ni puedo hablar de permanencia por vocación de servicio,
porque con la situación que tienen las Fuerzas hoy, que quieran llegar alto
sólo se explica desde la complicidad o la incapacidad de ganarse en la calle el
dinero suficiente para tener un secretario que les cebe mate. Hay excepciones
tanto en las personas como en intentos de reequipar que terminaron en parches,
pero cuando uno escucha casos como el de José Oscar Gómez, desplazado de la
Armada por Nilda Garré tras denunciar corrupción en los talleres donde se
reparaba el ARA San Juan, se pregunta qué hicieron el resto de los jefes más
allá de atornillarse al sillón. Y peor aún: se pregunta en qué mierda pensaban
cada vez que autorizaban un nuevo viaje.
Los manejos que han hecho con la reparación de submarinos me
exceden, pero viendo lo bien que les fue reparando los ferrocarriles, no hace
falta demasiado análisis para suponer que José Gómez tiene algo de razón. Del
mismo modo que un tipo no tiene intenciones de matar a nadie al cruzar un
semáforo en rojo, pero lo hace, a esta altura habría que crear una nueva figura
penal llamada Terrorismo Culposo: no tuvieron la intención de generar una
catástrofe pero al chorearse todo la causaron. Es algo más que el Estrago, es
el miedo generalizado a que nos pueda pasar cualquier cosa por confiar en que
funciona algo respaldado por el Estado.
No logro comprender desde la razón qué les pasa por la
cabeza a los que hoy tienen estas cosas a su cargo y autorizan que sigan
funcionando sin inspeccionarlas. Yo no me subo a una escalera mecánica que haya
sido reparada por el kirchnerismo, quiero creer que ya estarán chusmeando cómo
funcionan los reactores nucleares de De Vido, ¿no? Del mismo modo, quiero creer
que se va a investigar qué pasó con las denuncias que se hicieron sobre el
laburo que celebraron por cadena nacional el 27 de septiembre de 2011. Bien
nuestro: investigar qué pasó con una investigación.
Argentina es el país que menos porcentaje de su Producto
Bruto Interno destina a las Fuerzas Armadas. Peor aún: destina menos de la
mitad de su PBI que el país que le sigue en la región. De ese dinero, la
inmensa mayoría se va en sueldos. Y es una situación que no ha cambiado en
décadas. Hace un par de meses, no más, un Decreto autorizó emitir deuda para
comprar doce aviones norteamericanos para entrenamiento. Se llegó a una gestión
diplomática para que Argentina libere el pago de la tercera cuota y se frenó el
resto del modestísimo proyecto de reequipamiento por falta de presupuesto.
El resto, históricamente, lo que no está podrido, se vende.
En el predio que ocupaba el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General
Belgrano en La Tablada, hoy contamos con un supermercado. En Villa Martelli
tenemos una feria que nos mostraba un avión que no volaba, un dinosaurio de
papel maché y una fiesta de stands de infraestructura puestos por un tipo que
hoy escribe cartas desde una cárcel federal. Un predio enorme que dio origen a
la localidad de Los Polvorines hoy es un parque. En el Regimiento de los
Patricios pusieron dos hipermercados. Hoy están los terrenos en venta para
levantar más edificios, a ver si en una de esas conseguimos atraer habitantes
que permitan convertir este páramo desértico llamado Buenos Aires en una
ciudad.
Por eso pido que cierren todo. Pero todo, eh. Acaben con la
lenta agonía, bajen la bandera. Ni siquiera es necesario un debate para abordar
la necesidad de hacerlo.
Y como sabemos que nunca el Estado procederá al ahorro de
una partida presupuestaria sobrante porque nadie atenta contra su naturaleza,
les tiro ideas a la casta política: la comisión especial de las Buenas
Intenciones, donde se pueden montar veinte secretarías repartidas entre el
Congreso, el Ejecutivo, el Poder Judicial y organizaciones no gubernamentales
para la coordinación de los deseos de qué nos gustaría que pase en un mundo
idílico en el que la gente no se caga a tiros por un kilo de merca, donde no
hay faltantes de recursos, donde el terrorismo no asesina adolescentes en
recitales, ni atropella turistas, ni vuela embajadas, ni ocupa países enteros
donde terminan lapidando a las mujeres por putas, ahorcando a los putos por
putos, decapitando a los judíos por judíos, a los cristianos por cristianos, y
al resto por hereje. Reservemos en esa comisión un lugar para la Secretaría de
Agradecimiento Internacional, para canalizar nuestras palabras cada vez que
alguna superpotencia internacional superior militarmente a nosotros como
Estados Unidos, Reino Unido o Chile nos salva el culo por nuestra impericia y
abandono.
Clausuremos. Que los aviones que quedan vayan a decorar
alguna plaza, que los buques se conviertan en paseos para atraer turistas, y
que los campos aún disponibles del Ejército se conviertan en tierras
disponibles para levantar más edificios en un país sin lugar para construir
viviendas. O más cultivos en una patria que no tiene terrenos cultivables. De
paso, auditamos las ventas y acabamos con el curro inmobiliario de algunos
ministros y generales con los que todos se hicieron los boludos. Ese sería un
negoción: chau gasto en el Ejército y bienvenida recaudación de más impuestos.
[Aprovecho, de paso, para aclarar algo: No es contradictorio pedir una baja de
impuestos y un aumento en el gasto en Defensa. Contradictorio es que alguien
que curra del Estado formando parte de una casta privilegiada con miles de
asesores, salarios imposibles y jubilaciones indignantes, desconozca que una de
las excusas para que los pueblos se organicen en Estados fue la garantía de la
defensa conjunta. Ese es un rol primario del Estado que te mantiene, querido
amigo biempensante]
Vuelvo. Después de 35 años de finalizada la última dictadura
y a casi tres décadas de los alzamientos carapintadas, con todos los militares
repartidos entre la parca y el Servicio Penitenciario, ya podemos cerrar todo.
Es hora de blanquear qué es lo que queremos y de obrar en consecuencia. Que las
cierren. Y a bancarse las consecuencias. Y si las consecuencias nos parecen
insufribles, entonces tengamos Fuerzas Armadas de verdad. Así como están, son
un gasto al pedo que encima nos generan angustia y mantienen en vilo a un país
siempre acostumbrado a tragedias que nunca se resuelven. Es como el tipo que se
compra un auto porque hay que tener un auto y no le da el cuero para
mantenerlo: se queda sin frenos y se lo pone de sombrero, se mata o mata a
otros. Si no lo querés mantener, no lo tengas.
Sé que algunos sueñan con una humanidad sin ejércitos, sin
guerras y sin fronteras, pero Lennon murió cagado a tiros. El mundo es una
mierda, siempre lo ha sido, y los deseos de paz mundial son una meta
inalcanzable aunque queramos lograrla cantando tomados de la mano bajo un arcoiris
de organizaciones no gubernamentales sostenidas por todos. Por eso habría que
reconsiderar la Opción A: Las Fuerzas Armadas en forma son necesarias. Lo
contrario es suponer que disolviendo la policía vamos a lograr que desaparezca
el delito, o que clausurando hospitales no habrá más enfermedades.
No pretendo unas Fuerzas Armadas capaces de conquistar Rusia
en invierno ingresando por Siberia, pero si algo ya nos quedó claro desde hace
años es que no somos capaces de frenar una invasión ni a hondazos. Así que
propongo que ahorremos vidas humanas en tiempos de paz poniendo las cosas en
forma.
O que cierren todo.
Publicado por Lucca
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