La detención de
Boudou activó un debate denso sobre
la manera de combatir la corrupción.
Por Ignacio Fidanza |
Un conflicto neurálgico empieza a tocar el nervio de la
política: la relación del poder con la justicia.
La desmesura del espectáculo
punitivo de un ex vicepresidente arrancado de la cama para ser exhibido
descalzo, esposado, en ropa de dormir y con la mirada perdida de un animal
golpeado, detonó una carga subterránea.
Macri hasta ahora no tuvo una política judicial. En la
intemperie, se limitó a aferrarse a un republicanismo remanido: el gobierno no
interferirá con el accionar de la Justicia. Y en todo caso, buscó aprovechar lo
que se podía aprovechar. Las fotos y videos del vicepresidente, también de
difundieron desde chats del Ministerio de Seguridad.
El problema, obvio, es que no estamos ante un sistema
impecable que sufría distorsiones del poder, ahora removidas. Aún en el caso
que fuera auténtica la manifestación prescindente del actual Gobierno, su
efecto inmediato es liberar de conducción política las peores y mejores
prácticas del mundo judicial. El resultado no es necesariamente mejor y no
parece casual que en su reciente paso por Buenos Aires, Felipe González
advirtiera sobre los riesgos de un gobierno de jueces.
Impunidad, poder y justicia es un triángulo de los más
complejos, ante el que sería prudente abandonar la propaladora de lugares
comunes que el macrismo aplica cada vez que se tropieza con un debate denso.
Esa liviandad acaso le impidió calibrar en toda su dimensión
el fallo Irurzún de la Cámara Federal, que disparó la sucesión de detenciones
de los últimos días. Allí, sintetizando, se dispuso que en causas de
corrupción, ya no importa si el investigado está a derecho o no hay peligro de
fuga, igual se lo puede detener en base a una presunción en su contra: Como
funcionario o ex funcionario podría disponer de las relaciones y recursos para
entorpecer la investigación. Una presunción que aplica aunque ni siquiera esté
procesado, como ocurrió en el caso Boudou. No hay que ser abogado para percibir
hasta donde lleva ese razonamiento.
Los actuales ministros de Agricultura, Energía y Finanzas
-por citar algunos-, los titulares de la Aduana, la AFI y la Anses, uno de los
vicejefes de Gabinete, el secretario de Comercio Interior y otros funcionarios
macristas, todos con denuncias por presunta corrupción, podrían ser detenidos
mañana mismo, si esto no fuera la Argentina.
Macri y su círculo más cercano tienen frente a este
envenenado saludo del futuro, una reacción cultural. Lo que molesta es lo
brutal. Prevalece lo estético por sobre lo jurídico o político. El problema es
Lijo -por poner un nombre-, que gira sobre si mismo y se ofrece al nuevo tiempo
sin discreción. Exponiéndose, pero también exponiendo. Gente bien como el
fiscal Plee, con quien a lo sumo se pueden intercambiar sugerencias amables,
son un reemplazo ideal para los tiempos que vienen.
O sea, discutimos personas, modos y hasta pertenencia
social. Si fuéramos ¿optimistas? podríamos intuir que estamos ante la
construcción de una nueva elite. Una generación modernizante, moderada y
preparada, que busca retomar el camino de una grandeza perdida en la primer
mitad del siglo pasado. Algo de eso trasuntan los discursos de Macri.
Una selectividad moral que se explica en el repliegue de
Carrió en su histórico rol de denunciante del poder. Retroceso que incuba la
tensión latente al interior del actual proceso: Los detenidos son
kirchneristas, pero se trata de apenas una etiqueta de un dilema mayor, cómo se
articula el poder con aquellos que deben juzgarlo.
Pero al mismo tiempo es muy propio del PRO, acaso previsible
en una fuerza con identidad en formación, creer que los problemas políticos se
crean y resuelven abordándolos desde lo personal. Reemplazar un jodido por una
divina, puede ser tan saludable como peligroso, según lo que se busque. Porque
no se trata de estar cómodo, sino de cómo y para qué, se opera sobre una
realidad dada.
Y eso es lo que enfrenta el país, ahora sí, en su más amplio
alcance. ¿El Mani Pulite italiano y su remedo brasileño son el modelo deseado
de "purificación" de la política argentina? ¿Transitamos una
trayectoria similar? ¿Cómo les fue a esas potencias? ¿Qué vino tras la
redención?
En un espejo perfecto de ciclos pasados, vimos en las
últimas semanas solaparse procesamientos y detenciones de ex funcionarios, con
vertiginosos sobreseimientos y faltas de mérito para los actuales. Ya lo
vivimos. Con Menem, De la Rúa y Kirchner. No es nuevo.
Son problemas complejos, porque seguir como veníamos tampoco
es solución. ¿Quién puede negar el poderoso mensaje que envía comprobar que los
intocables también terminan tras las rejas? ¿Pero lo hicimos bien? ¿Es acaso
importante hacerlo bien? ¿El modelo es tan sencillo como lo que se ve: Mientras
seas gobierno impunidad, luego prisión?
La tentación fundacional y el pragmatismo del día a día,
nombre por nombre, son extremos de la misma distorsión. Decir que la raíz es la
debilidad de las instituciones, la tranquilidad de un placebo. No hay
respuestas sencillas para problemas complejos. Al menos en política.
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