Por Isabel Coixet
Durante años tuve ese título en la cabeza rondándome y
finalmente hice una película con otro nombre, pero no, no quiero hablar de
ella, sino del universo de silencios, malentendidos, errores garrafales y
mentiras que evoca para mí ese título de película que nunca haré.
Venimos de un túnel oscuro de la historia y nos dirigimos a
uno más oscuro todavía. La única esperanza que albergo para nosotros está hecha
de la misma materia que empapa los errores que nos conducen al desvarío de hoy:
la mala memoria y la ignorancia obstinada y empedernida. Porque sólo olvidando
absolutamente el ayer inmediato y el pasado lejano, arrinconándolos en alguna
esquina oscura de la mente, podremos afrontar el futuro sin vergüenza. La
amnesia siempre ha estado muy infravalorada.
Insistimos en aceptar, loar y respetar patrones que, de
pararnos unos segundos a pensar, ni nos representan, ni nos gustan ni
compartimos. Repetimos, hasta la saciedad y sin pestañear, conceptos erróneos,
sin cuestionar la fuente de la que proceden, sin molestarnos en informarnos,
sin contrastar. La paradoja de un mundo en el que cualquier información está a
un golpe de clic es que la cantidad de información que poseemos es inversamente
proporcional al tamaño de lo que se nos oculta. Y el peso de lo oculto, que a
veces se encuentra entre líneas, es un millón (¿o quizás un billón?) de veces
más grande de lo que sabemos. Sufrimos en carne propia las consecuencias de
esta ceguera, de esta obstinación sin límites en ignorar lo evidente, en quemar
los mimbres del sentido común, de la razón. Pero no es suficiente. Nada lo es
cuando tu ombligo es lo único que ves al mirar al cielo. Cuando tu bandera
anida en tu ombligo y duermes boca arriba para que no se te arrugue. Esta orgía
de banderas y trapos en que se ha convertido el espacio público hace el aire
irrespirable y venenoso. Como tener siete años todo el tiempo y no salir del
patio del colegio y su lógica para matones.
Sólo los chinos encuentran solaz y beneficio en esta
sobredosis de patriotismos mientras nos venden banderas, banderines y urnas,
junto con las zapatillas de imitación y los geranios de plástico en el bazar de
la esquina.
Hay momentos y lugares en la historia en que no importan ni
la verdad, ni los hechos, ni los razonamientos ni la lógica: todo está lleno de
sentimientos, de victimismos, de fotos borrosas, de patrañas, de palabras
huecas. ‘Orgullo’: quizás la más hueca de todas ellas, junto con ‘patria’.
Asistir al desmoronamiento de una sociedad en nombre de nada
es la experiencia más dolorosa que me ha tocado vivir. Todas mis peores
sospechas sobre la capacidad del género humano para autosabotearse la vida se
han confirmado.
Soy lo bastante afortunada para abandonar el barco y dejar
de tocar el oboe antes de que las olas me arrastren. Pero sé que cada vez que
me adentre en el mar, me llegarán los ecos de la música flotante. Y lloraré.
0 comments :
Publicar un comentario