Por Gustavo González |
En medio de la angustia cotidiana que genera la búsqueda de 44
camaradas, hay un punto en el que a los hombres de la Armada la desaparición
del submarino
San Juan los coloca ante un momento único de sus carreras:
pasar de la teoría a una hipótesis de conflicto real, que es para lo que se
prepararon siempre y les da su razón de ser. Los marinos viven así, con
dramática excitación, el mayor operativo en el Atlántico Sur después de
Malvinas.
Todos desconfían de todos. También en el Gobierno hay sensaciones encontradas.
La angustia por el destino de la tripulación junto a la certeza de que su
política de apertura al mundo encontró una constatación de sus múltiples
beneficios.
Desde el minuto uno, se tomaron dos decisiones claves: Macri en
persona sería el eje de las relaciones internacionales de colaboración y
también él aparecería como máximo responsable del seguimiento militar.
Sobre lo primero, fue el Presidente el encargado de hablar con
mandatarios extranjeros, como Bachelet y Putin, para aceptar y agradecer ayuda.
No sólo es funcional a su mensaje aperturista, es una necesidad concreta. En el
Gobierno reconocen que debieron sortear obstáculos ante la desconfianza
ancestral de los militares locales. Esto se dio en particular cuando el
ofrecimiento vino del Reino Unido. Desde la Armada se cuestionó: “¿Vamos a
aceptar compartir información estratégica con un eventual enemigo que siempre
fue parte de nuestras hipótesis de conflicto?”. La orden fue aceptar la ayuda.
La desconfianza no es sólo con los ingleses. Cuando la Armada
estadounidense detectó un sonido en el mar, los argentinos le pidieron los
datos para llevarlos a Puerto Belgrano y analizarlos con sus códigos. Hubo
instantes de desconcierto, ya que los estadounidenses reclamaban lo contrario:
recibir los códigos argentinos para determinar a qué objeto correspondía el
sonido. Aun en medio de una operación humanitaria, todos desconfían de todos
cuando se trata de revelar secretos militares. Al fin se supo que el sonido,
esa vez, provenía de un banco de camarones.
Desde la fuerza contextualizan: “Todos tenemos información sensible. Hay
que entender que el objetivo último del poder militar es la guerra, son claves
que podrían resultar de vida o muerte”. Una de las tantas hipótesis que se
barajaron sobre la desaparición del San Juan fue el ataque de una
superpotencia. No se trata sólo de teorías locas, son protocolos previstos sobre
hipótesis a descartar.
Mesas de crisis. En medio de un gobierno que ingresó a una etapa de obsesión por el
déficit de sus cuentas, alguien atinó a preguntar en las últimas horas: “¿Y
quién paga la cuenta?”. Se refería a los millonarios gastos en los que incurre
cada país colaborador. La respuesta es que lo paga la Armada de cada uno,
aunque luego podrían enviar sus facturas para que la Argentina se lo reintegre.
Sobre la decisión de Macri de exponerse, en el Gobierno explican que se
la tomó en función de tres destinatarios: los familiares, “para escucharlos y
contenerlos”; la sociedad, “para mostrar implícitamente la diferencia con
quienes se borraban en situaciones límites” (por los Kirchner); y la Armada,
“para decirle que cuenta con todo su respaldo”. En este último caso, el
respaldo se revisa hora a hora y nadie supone que sus mandos puedan seguir en
sus cargos tras el operativo.
Hoy no existe en el Gobierno otro tema de mayor trascendencia. Hay dos
mesas informales de crisis, extensiones naturales de las reuniones habituales.
Una mesa comunicacional, encabezada por Marcos
Peña e integrada por el secretario de Comunicación, Jorge
Grecco; el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo; y el secretario
general Fernando de Andreis. Los contactos comienzan después de las 7 cuando
Peña llama desde su auto, siguen con una cita en su despacho de una hora y con
encuentros y comunicaciones durante todo el día. Algunas incluyen a Macri.
Y una mesa política, presidida por el Presidente con los habituales
participantes de la mesa chica: Peña, Gabriela Michetti, los líderes
parlamentarios y distintos ministros, según los temas. Estas semanas, su
participante excluyente es el ministro de Defensa, Oscar
Aguad.
Comunicar malas noticias. La pregunta de cómo se comunica bien una mala
noticia tiene una respuesta no siempre fácil de aceptar: no hay forma. Lo que
sí se puede es aminorar los daños de la comunicación y, en ese sentido, lo más
útil suele ser la verdad. Las mentiras son imposibles de mantener en el tiempo
y, cuando se descubren, las consecuencias son peores que las de las propias
malas noticias.
Es cierto que hay informaciones que son complejas para dar cuando se
trata de la vida de las personas, porque hay verdades y razones que nadie
quiere escuchar.
El destino de 44 personas no es morir todas juntas siendo jóvenes y en
perfecto estado de salud. Esa es la lógica general, pero cuando se trata de
soldados los riesgos son mayores, y si su trabajo consiste en viajar en
submarino a decenas de metros de profundidad, los riesgos se incrementan (en
época de guerra, aún más). Habría que agregar que si son submarinistas de un
país empobrecido que destina menos recursos que las naciones ricas para el mantenimiento,
los peligros aumentan. El adiestramiento submarino para estas tripulaciones
ronda los 190 días en el Primer Mundo. Aquí, en 2014, apenas fueron 19 horas
debajo de la superficie. Al margen están los riesgos que suelen sumar la
corrupción, los errores o las eventuales incapacidades profesionales.
En las últimas cinco décadas se perdieron, más allá de cualquier guerra,
una decena de submarinos y cientos de vidas en todo el mundo, entre ellos, de
los Estados Unidos y otras potencias militares.
Culpables se buscan. En estas horas ya se vislumbra lo que viene:
la búsqueda de culpables, algo que es imprescindible desde lo humano, lo
jurídico y lo político. Los familiares y la sociedad tienen derecho a saber por
qué pasó lo que pasó. El Gobierno y la Armada tienen la obligación de
entenderlo, para aplicar responsabilidades y para que no vuelva a ocurrir. Y la
Justicia debe hacerlo para determinar si, por acción u omisión, se cometió un
delito.
Los estrategas del oficialismo juran que no van a caer en el error de
transformar este drama en una batalla más de la guerra con el kirchnerismo:
“Sería una estupidez ponernos ahora a buscar culpables políticos”. Después se
verá.
Sin embargo, algunos políticos y medios comenzaron, aún solapadamente,
la caza. Los unos poniendo el eje en la reparación del San Juan de 2014
(todavía no se dice que al submarino lo hundió Cristina, pero ya se lo
insinúa), y los otros en el desinterés del macrismo por la cosa pública y en su
exclusiva responsabilidad por dejar zarpar a una embarcación que no estaba en
condiciones.
Es el anticipo del debate que se instalará en la sociedad.
Unos tendrán más motivos para soñar con una ex presidenta presa.
Otros para confirmar sus sospechas sobre lo que producen las
políticas neoliberales de ajuste.
Cualquier conflicto es bienvenido para ratificar lo bien que a algunos
les sienta la grieta.
0 comments :
Publicar un comentario