Por Jaime Rosemberg
-Así caminan los mendocinos, ¿ven?-decía Adolfo Rodríguez
Saá, mientras caminaba imitando a un ganso, con la vista al frente, los brazos
pegados al cuerpo y su eterna sonrisa gardeliana. Los invitados a la
cena-periodistas de distintos medios-se reían con la ocurrencia, aunque un rato
después la tensión llegó a la coqueta y exótica casona que su hermano Alberto
se construyó en El Durazno.
-No jodamos, compañeros. ¡Esto es justicia social,
independencia económica, soberanía política!-gritó Esther Goris, la actriz y
entonces pareja del gobernador de San Luis, enojada por la tímida crítica de
uno de los comensales.
Aquella fue una modesta fiesta previa a otra más grande y
privada: la que siguió a la reelección de El Alberto, en el ya lejano 2007.
Antes, y después, los hermanos del poder puntano se cansaron de festejar, y a
lo grande, a medida que se sucedían sus triunfos electorales. Más allá de la
agitada y corta semana que pasaron en la Casa Rosada, en diciembre de 2001
cuando Adolfo llegó a la Presidencia, el suyo fue un dominio exclusivamente
local y casi absoluto, con oposición testimonial, justicia adicta y control de
los medios de comunicación. Un verdadero paraíso sólo salpicado por la reciente
derrota en las PASO de agosto, revertida de manera "milagrosa" en las
elecciones del mes pasado.
"Esa fue la última vez que festejan. En 2019 les
ganamos la provincia", repiten en la Casa Rosada, aún no del todo
repuestos del increíble levantada de Adolfo, que de perder por 20 puntos en las
primarias terminó ganando de manera holgada al candidato opositor Claudio
Poggi, y consiguió otros seis años como senador nacional.
¿En qué se basan los funcionarios para pensar que este fue
el último festejo? "El triunfo les salió carísimo. En 2019 va a ser
distinto", responde con tranquilidad un funcionario, horas después de un
nuevo desaire de los Saá: San Luis fue la única provincia que no firmó el pacto
fiscal con la Nación, el jueves pasado.
La oposición puntana, conformada por peronistas disidentes,
radicales e independientes, hace cuentas. Miles de planes sociales de $7500
cada uno, promesas de empleo público, electrodomésticos, cheques para canjear
por material de construcción, colchones. "Prometieron mucho. No les van a
dar las cuentas", afirman, mientras calculan en $16.000 millones el costo
total de las promesas hechas al filo de la desesperación, cuando el poder
parecía escurrírseles de las manos. Además de hacer cuentas, Poggi y el radical
José Luis Riccardo (candidato a la Cámara baja) todavía se preguntan qué hicieron
mal para perder una oportunidad tan preciada.
Sin prestar atención a las críticas, el poder bifronte
volvió a reír después de su proeza electoral. Adolfo, cuyo cuerpo
"sabe" cuando es viernes y empieza el disfrute, difundió fotos con su
joven esposa en paradisíacas playas, mientras el gobernador-de inusual bajo
perfil-se iba de vacaciones con licencia a Italia y España. Los viajes
coincidieron con cientos de reclamos de supuestos "beneficiarios" de
planes y empleos, que hasta ahora no recibieron lo que les habían prometido a
cambio del voto.
Nadie sabe qué nuevo conejo sacarán de la galera para
continuar en el poder, al que Adolfo y Alberto llegaron cuando tenían 36 y 34
años, respectivamente, en diciembre de 1983 y de la mano del entonces dirigente
peronista Oraldo Britos. "Yo creé a esos monstruos", bromeaba Britos
muchos años después, cuando sus herederos en el poder lo hicieron desaparecer
del mapa político. El gobierno de Mauricio Macri está convencido: la de estos
días será la última fiesta de los Rodríguez Saá.
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