Por Gustavo González |
¿Macri es o se hace?
Esa es la pregunta que se esconde detrás de muchas dudas que aún genera
su administración.
¿Tiene cierta sensibilidad social o hacía que la tenía para esperar a
ganar las elecciones y confirmar que para él la eficiencia está antes que
cualquier necesidad popular?
¿Su ideología es un desarrollismo aggiornado o
detrás de la idolatría por la gestión disimula un vacío ideológico que le
impedirá construir una corriente política de largo plazo? ¿Es el mayor experto
en cavar grietas para extraer de allí los mejores beneficios electorales o
encarna, como dice, un republicanismo que viene a cerrar heridas del pasado?
¿Sus funcionarios son personas que no necesitan ni quieren robar dineros
públicos o serán igual que los kirchneristas, que decían lo mismo cuando
empezaron a gobernar?
Y en lo judicial, ¿llegó para transparentar la Justicia, promover jueces
probos y designar un procurador/a que de verdad sea independiente, o lo que
está haciendo es reemplazar a unos por otros que le sean adictos?
Un juez en apuros. La Justicia argentina es también un arma política, y quienes la
usan a veces son jueces que pueden actuar bajo instrucciones explícitas del
poder de turno o anticiparse a lo que, intuyen, el poder de turno necesita.
Para el caso es lo mismo.
En el Gobierno dicen que esto último es lo que pasó con la detención de
Amado Boudou: “El juez Lijo sabe que está en problemas, porque cuando se conozcan
los detalles de la causa en la que está involucrado su hermano, lo van a
salpicar a él. Y él cree que sobreactuando de esta forma tiene más chances de
pelear por su cargo…”. La frase no termina con un “se equivoca”, pero pretenden
que se entienda eso.
Quien habla es un funcionario que conoce bien al juez. El hermano del
magistrado al que se refiere se llama Alfredo y le dicen “Freddy”. En
Tribunales lo conocen todos (les dicen los hermanos “Lujo”) y en el Gobierno
dan por hecho que será llamado a declarar esta semana por el Consejo de la
Magistratura en el marco de la investigación contra el suspendido camarista
Eduardo Freiler, sospechado por presuntas inconsistencias patrimoniales. La ex
esposa de Alfredo ya habló de negocios entre los hermanos Lijo y también de su
ex con Freiler.
Elisa Carrió cree concretamente que el hermano de Lijo era lobbysta de
De Vido y que los negocios comerciales entre todos se extenderían hasta el juez
federal que metió preso a Boudou.
El ministro de Justicia, Germán
Garavano, declaró que entendía que la
detención de Boudou era legal. Lo que no dijo es que igual le
parece extraña. Sus dudas son las de casi todo el mundo judicial: el ex
vicepresidente jamás había sido llamado a declarar, no había requerimiento
fiscal y su prisión preventiva para que no interfiriera en la causa no explica
por qué hoy lo podría hacer y antes, que era el número dos de un gobierno, no.
Plan judicial. El último día de la Lealtad peronista se conoció una trascendental
actualización en el espíritu de las prisiones preventivas. Su mentor fue el
camarista Martín Irurzun, muy bien considerado por el Gobierno. Allí se impulsa
a los jueces a detener a quienes, por su posición en la función pública
presente o pasada, pudieran entorpecer una investigación.
El problema es que el concepto es demasiado amplio para dejarlo librado
a los jueces.
Bajo ese precepto fueron presos De Vido y Boudou: ahora que están lejos
del poder resultan una amenaza para los magistrados y antes, que eran “el”
poder, no. Raro.
El Gobierno está convencido de que la intención de la Cámara que integra
Irurzun fue darles impulso a causas cajoneadas, pero entienden que, así como
está, la figura de la prisión preventiva es peligrosa:
“Hay dos motivos que justifican una preventiva, el riesgo de fuga y la
capacidad de los imputados para interferir en las causas. El tema es que a esa
figura hay que aportarle elementos objetivos y probatorios que puedan ser
causales de la prisión, porque de lo contrario el juez puede hacer lo que
quiera”, explica la voz más autorizada del macrismo en estos temas.
Lo que esta voz dice a continuación es que, de haber existido esa
jurisprudencia, el propio Macri podría haber terminado preso cuando era jefe
del Gobierno porteño o, ya presidente, cuando un juez investigaba los Panamá
Papers. Poder para interferir en las causas, tenía. Con la misma
lógica, cualquier funcionario del macrismo estaría en el ojo continuo de los
jueces federales.
Desde el oficialismo se impulsará una nueva actualización de esa figura
jurídica.
La repentina hiperactividad de estos jueces resulta preocupante para el
Gobierno, aun en defensa propia. Por eso retomaron un proyecto de 2014 (cuando
Cristina veía que los ex magistrados adictos comenzaban a enfrentarla), para
modificar el Código Procesal Penal y darles más participación a los fiscales en
la acusación y en la investigación.
De allí la urgencia de los últimos días por reformar la ley del
Ministerio Público: si los fiscales asumen más poder, el jefe de los fiscales
tendría, casi, un poder supremo. La intención es acotar a cinco años la
permanencia del futuro procurador (negociarían hasta siete años con la
oposición) y sumar una cláusula de remoción para que pueda ser echado con el
voto de la mitad más uno de los legisladores (para que salga la ley, el
oficialismo aceptaría subir esa mayoría a dos tercios).
Qué hacer con Cristina. Si Macri manejara a los jueces federales les
pediría que mantengan la tensión judicial sobre CFK, pero que no se les ocurra
enviarla a prisión. Por lo menos no antes de las elecciones de 2019.
Es lo que Jaime Duran Barba cree que necesitan para ganar otra vez: una
Cristina en acción, acosada por causas que demuestren la corrupción pasada, y
que garantice la división del peronismo. Confían en eso y temen que una mujer
presa provoque una impredecible ola de adhesión.
El plan estaría garantizado. Miguel Pichetto anticipó en el reportaje
con Jorge Fontevecchia de hace dos semanas
que el Senado no le quitará los fueros hasta que exista una condena definitiva
de la Corte Suprema (pueden pasar años). Falta que, además, los jueces tomen
nota de la misma necesidad política. Eso también estaría garantizado.
¿Es? En el Ministerio de Justicia se acepta que el mayor desafío de
credibilidad que tienen de aquí a fin de año es mostrar que el próximo jefe de
los fiscales argentinos será alguien que claramente no tenga nada que ver con
el oficialismo y cuyo pasado resulte irreprochable. Durante alguno de los
próximos sábados de noviembre, el Presidente y su ministro Garavano se reunirán
en Olivos para avanzar con los nombres.
En cualquier caso, el plan sería terminar el primer mandato con un
amplio cambio de caras en la Justicia. Ya lo hicieron en la Corte, y pretenden
repetirlo en la Procuraduría, en la Justicia Federal y en fueros en los que
históricamente se sospecha de negocios entre magistrados y estudios de
abogados.
Entonces, ¿Macri es o se hace? ¿Quiere cambiar la pésima imagen de la
Justicia porque es lo correcto y porque hacerlo le sumaría adhesión electoral
en 2019? ¿O quiere echar a los que están para garantizar con los nuevos un
acompañamiento legal en el presente e inmunidad en el futuro?
Francis Bacon decía que los hombres están dispuestos a creer aquello que
les gustaría que fuera cierto.
Y a quién no le gustaría creer que una Justicia justa es posible.
© Perfil.com
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