Por Hernán Cappiello
Los tribunales de Comodoro Py 2002 se están sacudiendo con
un movimiento sísmico nunca visto desde 1992 cuando este viejo edificio de
Vialidad Nacional se convirtió en la nueva casa de los entonces flamantes 12
jueces federales. Esos nuevos magistrados fueron creados por Carlos Menem para
licuar el poder de los seis originales, a los que ascendió para que dejaran de
generarle dolores de cabeza. Es decir, imputaciones a sus funcionarios del
menemismo.
Ahora, como nunca en estos 25 años, que están yendo presos
tantos ex funcionarios y otros ex poderosos por corrupción, justo en el momento
en que la Justicia pareciera estar haciendo lo que le reclamó la sociedad
durante más de dos décadas, es que la Justicia está en el peor momento de la
consideración pública.
A pesar de que ya suman al menos 15 los ex funcionarios
kirchneristas, sindicalistas mafiosos, empresarios cómplices en maniobras
delictivas del gobierno K que están presos, todavía la sociedad espera más de
la Justicia que lo que la Justicia le da. Acaso le reclama volver a los
básicos: dar a quien lo suyo, es decir el castigo que corresponde.
Las detenciones de Amado Boudou y de Julio De Vido, por
mencionar las últimas, no calmaron las ansias de una mejor Justicia. Es que la
ciudadanía ya lo sabe: un arresto, una prisión preventiva, una detención, no es
una condena. Es una herramienta que genera un gran ruido mediático y compra
tiempo, pero no es la respuesta que la ciudadanía espera de los jueces.
Gerardo Tato Young acaba de publicar el ácido Libro Negro de
La Justicia, perfil de la jueza federal María Servini (ahora, así, sin el
apellido del fallecido brigadier Cubría) que es en verdad un detallado retrato
sin maquillaje de cómo construyeron su poder los 12 jueces federales, los de
antes y algunos de los de ahora. Allí menciona que existieron en los tribunales
dos períodos de lo que denomina La Gran Simulación. El primero con la fundación
de este edificio y los primeros federales consustanciados con el poder
políticos. En el menemismo no hubo presos por corrupción. Hubo que esperar su
fin. La segunda Gran Simulación, coincide con el kirchnerismo, y su táctica de
control del Poder Judicial basado en las operaciones de inteligencias
carpetazos y los operadores ligados a los servicios. En el kirchnerismo no hubo
presos por corrupción hasta que, muerto Néstor Kirchner, Cristina Kirchner se
deshizo de los operadores de inteligencia sobre los tribunales a fines del
2012. La caída de Amado Boudou y la indisimulable gravedad de la tragedia de
Once, son ejemplos del impulso que tuvo entonces la Justicia.
Con el nuevo gobierno esos métodos cambiaron. Los federales
están sueltos, se encerraron en sí mismos. Reciben mensajes de los nuevos
operadores de riñón macrista en tribunales Daniel Angelici, José Torello,
Gustavo Arribas -la inteligencia de nuevo-. Funciona como un puente en los
tribunales de Cambiemos.
La Justicia intenta nuevos mecanismos y estrategias de
investigación. Los "arrepentidos" prometen ser las nuevas estrellas
de los casos de corrupción. Leonardo Fariña fue el primero, pero al ex marido
de Karina Jelinek no le cumplieron. Reveló la trama de corrupción de la obra
pública, mencionó a Lázaro Báez y a Cristina Kirchner, pero aún debe trajinar
tribunales acusado de evasión fiscal en un juicio que amenaza con devolverlo a
la cárcel. Ayer fue Alejandro Vandenbroele, acusado de ser el testaferro de
Boudou, el que pidió ser imputado "arrepentido" y protegido.
No casualmente la semana pasada la Cámara Federal publicó un
fallo de narcotráfico, en el que recuerda que la libertad es el beneficio
inmediato que pueden obtener los arrepentidos. No hace falta ser Sherlock
Holmes para entender el mensaje en estos tiempos de prisión preventivas.
Hay antecedentes de arrepentidos que quedaron libres tras
declarar y que sirvieron para llevar a presidentes a la cárcel. El ex
interventor de Fabricaciones Militares Luis Sarlenga en 2001 contó al fiscal
Carlos Stornelli el rol de Emir Yoma en la trama del contrabando de armas a
Ecuador y Menem terminó preso. Ahora Stornelli espera que otro preso de la
corrupción, Julio De Vido, se avenga a conversar. Su esposa Alessandra
Minnicelli viene proclamando que tiene mucho para decir.
Pero esta nueva justicia tampoco alcanza a satisfacer. Y
menos cuando los fuegos artificiales de las detenciones no bastan. Es que la
gente percibe que los jueces siguen siendo otra cosa. Los jueces no son iguales
a la sociedad. No pagan impuestos, tienen 45 días de vacaciones, trabajan hasta
el mediodía y cobran sueldos altísimos. Y fundamentalmente actúan con
discrecionalidad. Tienen un amplio poder y un amplio margen para ejercerlo.
Dentro de la ley, el juez hace lo que quiere. Un día blanco, al otro día lo
contrario, pero dentro de la ley.
Los remedios para regenerar confianza pasan por limitar su
discrecionalidad: la aplicación efectiva de la ley penal, un código procesal
que permite controles mutuos entre jueces y fiscales, transparencia en la
gestión judicial (de las declaraciones juradas y del trámite de los
expedientes), con auditorías permanentes -no usadas como presión política, sino
como mecanismo de gestión- y un Consejo de la Magistratura que se desperece.
El Gobierno llamó la atención de la Corte sobre algunas de
estas desigualdades vinculadas con el horario, las vacaciones y los impuestos.
El presidente Ricardo Lorenzetti pareció dar un primer paso para cambiar algo.
Solo el tiempo dirá si a estos retoques de forma siguen otros más de fondo que
permitan restringir la arbitrariedad y evitar que el tiempismo domine la
actividad judicial. Solo el tiempo dirá si se trata de cambios de fondo que
tengan consecuencias sobre los procesos o si solo estamos frente a la tercera
era de la Gran Simulación.
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