Por Pablo Mendelevich |
La Argentina, qué duda cabe, es una democracia de
claroscuros. Ayer, en el Día del Pensamiento Nacional, instaurado por ley en
2004 por Néstor Kirchner, su primogénito, Máximo, se convirtió en el primer
hijo presidencial en comparecer ante un juez por presunto lavado de dinero,
actividad que éste habría desarrollado junto con su mamá, su papá y su hermana,
entre otros.
Máximo viene de "Maximus", superlativo de magnus,
grande, y quiere decir "el más grande" o "aquel que es el más
fuerte, más poderoso, el más noble". Los romanos le daban ese nombre a los
generales victoriosos, pero esa costumbre no parece aplicarse al jefe de
"La Cámpora", patrulla voluminosa que hasta no hace mucho ofrecía
soldados "para la liberación". Tal vez un canto premonitorio, si la suerte
judicial de la familia Kirchner sigue desmejorando.
Con todo, a Máximo Kirchner le sobra mérito para figurar en
el Guiness. Él es el único hombre del mundo (es decir, uno entre 7350 millones)
cuyos dos padres fueron presidentes de una república. Su hermana Florencia,
quien conocerá mañana las escalinatas de la Justicia federal, es la única mujer
con el mismo récord. Todo lo contrario de una familia tipo.
De extravagancia análoga en la realeza, es decir, una reina
que con fluidez hubiera sucedido en vida al rey, no hay noticias en la historia
universal dado que en las monarquías se exige consanguinidad para la sucesión y
los cónyuges no cumplen con ese requisito (bueno, algunos sí, desde la dinastía
ptolomaica hasta los contemporáneos Juan Carlos y Sofía, primos lejanos entre
sí, tataranietos ambos de la reina Victoria). Técnicamente Néstor Kirchner y
Cristina Fernández eran parientes políticos, además de políticos a secas y a
ningún convencional constituyente -quizás ni a ellos mismos- se le había ocurrido
en 1994 (mucho menos en 1853) el atajo de la república matrimonial para
gobernar el país más tiempo que cualquier otro en toda la historia argentina
(más que Roca en dos períodos espaciados, incluso). Mucho menos imaginaron la
república matrimonial combinada con el negocio inmobiliario primero, hotelero
después. Ergo, nada de eso quedó expresamente prohibido. Argumento rector que
usó ayer en su escrito el compareciente Máximo Kirchner para zafar de las
imputaciones: nada de lo que hicimos como negocios en mi familia, dijo, estaba
prohibido. Se refería a hacerse millonarios mientras gobernaban.
Casados el 9 de mayo de 1975 tras seis meses de noviazgo, en
2007 los Kirchner le inocularon su contrato conyugal a la institucionalidad
argentina, la cual fingió hallarse frente a un hecho natural quizás porque la
república ya había sido sobada por otra exclusiva sucesión argentina, la de los
Perón, viudez mediante. Tanto Perón como Néstor Kirchner nominaron a sus
respectivas esposas para sucederlos, pero las épocas tuvieron marcos bien
distintos. En los setenta, la violencia paraestatal. En el siglo XXI, los
negocios paraestatales.
Cristina Fernández, cuya primera candidatura presidencial
surgió de unas PASO de dormitorio que tampoco estaban prohibidas, cantó luego
loas a la democracia dentro de los partidos políticos, pero hizo todo lo que
estuvo a su alcance para perpetuarse en el poder. A esa perpetuación imaginaria
quedó ajustada la impunidad en el manejo de los dineros propios, los de sus
hoteles y los que venían de la obra pública muchas veces inconclusa.
En gran parte debido a la muerte inesperada del fundador, la
dinastía Kirchner se acortó. Podría decirse que Máximo heredó la diputación
(ambos padres también fueron diputados), si bien es imposible probar que de no
haber tenido padres tan influyentes igual estaría hoy acolchado con fueros en
el Honorable Congreso de la Nación. Lo que sin duda heredó fue el negocio
familiar, según la propia familia negocio hotelero. De sus padres le vinieron
asimismo rasgos tan genéticos como la aversión a contestar preguntas de
desconocidos, sean éstos jueces, fiscales o periodistas profesionales. Los
Kirchner siempre prefirieron explayarse delante de personas de su confianza,
con frecuencia meros subordinados. A los cuales se les podía decir sin que se
rieran que todo lo que ellos hicieron pasó durante los años kirchneristas por
el ojo revisor de los organismos de control del Estado. Cualquiera sabe que los
organismos de control fue lo primero que los Kirchner colonizaron.
He aquí, a la intemperie, la defensa judicial de la familia:
todo fue legal. Ya nos investigó la Justicia y fuimos sobreseídos. Y las
decisiones políticas -por ejemplo, haber convertido a los organismos de control
en instituciones de cartón- no son judiciables. No se puede negar que los
Kirchner conocían el lugar donde pasaron sus vidas: el Estado.
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