Los
encarcelamientos a De Vido y Boudou expresan caídas resonantes y avecinan
vértigo en los juzgados.
Por Roberto García |
Siempre la última es la semana más agitada en la Argentina. Tradición
del subdesarrollo, un crescendo sin límites que desvía otros acontecimientos clave,
recientes, a la profundidad de la memoria. Vivir al día.
Basta recordar, por ejemplo, que hace apenas quince días hubo elecciones que parecen ocurridas en otro siglo, a pesar de que fueron determinantes para que Macri ahora diga que empezó a gobernar aunque está instalado formalmente en la Casa Rosada desde hace dos años.
No es la observación de un extraño. Más bien se trata de una admisión
oficial sobre el paquete de anuncios que esta semana anticipó el Presidente, al
que consideran de corte radical. Siempre que uno elija para la definición de
ese término el castellano básico y no la traducción que realizó durante por más
de cien años la UCR. Peor que Mitre con La Divina Comedia. Habrá que
ver. Otros también tienen la palabra.
Junto a la promesa de modificaciones de fondo por parte de Macri y el
despliegue mediático que ya lo exhibe con un perfil caudillesco, se encadenaron una renuncia obligada (la procuradora Gils Carbó,
complicada y presionada con algunos mails, en apariencia) y dos
resonantes detenciones. Cayeron en prisión personajes del régimen anterior como
el ex ministro Julio de Vido y ayer, inesperadamente, el ex
vicepresidente Amado Boudou, arrestado descalzo y en pijama, filmado y
transmitido con pulcritud a las 7 de la mañana, en el mismo edificio que
albergó al matrimonio Kirchner como propietario de varias unidades. Casi un plan
de inspiración romana, con poco pan y mucho circo, diría el cristinismo.
Parecidos pero distintos. Son dos historias personales que ofrecen vínculos diferentes con Cristina. De
Vido nunca fue un preferido y aterrizó en prisión con un escandaloso aura de
corrupción por haber administrado la mayor parte de la obra pública en los tres
períodos kirchneristas. A pesar de su presencia sarmientina en el Gabinete,
jamás pudo disfrutar del cariño de la viuda de Néstor; tampoco su esposa, Lali
Minnicelli, quien velaba todos sus números. Por el contrario, cuando
Cristina estuvo por asumir su primer período presidencial, propició con su
influyente jefe de Gabinete, Alberto Fernández, la expulsión del
arquitecto para transparentar la futura gestión. Clarín, que entonces gozaba de
esas primicias, revelaba porfías e intenciones oficiales. Pero intervino
Néstor, a quien De Vido rendía fidelidad canina, y Fernández no opinó más
mientras ella recibió un sosegate de su marido durante un fin de semana
inolvidable en el Sur. Finalmente, la trama bonaerense que había armado De Vido repartiendo obras con los
intendentes le habían garantizado el triunfo a la dama.
A pesar de esta desconfianza femenina, ya muerto Néstor, De Vido incrementó paradójicamente su poder: ella se entretenía con el espejo, no con los negocios que antes dominaba su esposo. Esa lejanía perpetua debe haber presidido la sospechosa declaración cuando su ministro fue a la celda: sospechosamente afirmó que no ponía las manos en el fuego por él. Es de imaginar la indignación del preso.
Aimé querido. Todo lo contrario de lo que Cristina hizo ayer con Boudou, protestando
por la injusticia de la detención de quien fue un favorito de la señora
–también de su marido, que le agradecía como a un hijo su recomendación de
estatizar los ahorros de las AFJP, una idea que le había sugerido un empresario–
que hasta lo convirtió, luego de sostenerlo como ministro de Economía, en
vicepresidente de la Nación, por obra y gracia de su capricho. Las mieles de la
hegemonía feminista, el reinado.
Esa simpatía se descascara paradójicamente con la muerte de Néstor,
cuando a Boudou se lo imputa por la pretensión de quedarse
con la fábrica de papel moneda, Ciccone, cuando quizás esa era
una aspiración lógica en la cultura de Kirchner. Como si él, por su propia
cuenta, pudiera atreverse a un emprendimiento de esa envergadura. Desde
entonces vino el declive de este singular outsider de la política, que avanzó
de tarjetero en boliches marplatenses a docente en una liberal universidad
privada y, luego, gracias al dedo de los K, desarrolló una meteórica carrera.
Interesa una definición que él mismo se aplicó sobre su boom en el
Gobierno: “Soy un error del sistema”, explicaba cada tanto. Un
error del cual sacó un provecho infrecuente con el que se divirtió más que
otras almas.
Estos casos avecinan vértigo en los tribunales, más detenciones: la
imposición de una Justicia exprés sobre una objetable Justicia tardía,
variantes de velocidad que tal vez el Derecho no contempla.
(Continúa mañana).
© Perfil
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