Macri cerró dos
reformas al hilo pero quedaron quejas
de empresarios y desconfianzas internas.
Por Roberto García |
Fue una preferencia obvia, manifiesta por la discriminación: cuando Macri pronunció el discurso más denso de su gestión,
el vaticinio de la reforma permanente –cándida metáfora
trotskista–, se preocupó en calificar como “mafia” a dos sectores: la Justicia
y el sindicalismo. Y se cuidó de no incluir en ese agraviante juicio a los
empresarios, a quienes trató en forma benevolente (aunque, se sabe, dispone
de una lista negra con algunos nombres que el mandatario detesta de otras
épocas).
Como si ese rubro al que perteneció fuera ajeno a la decadencia argentina y él o su familia en particular, estuvieran libres de cualquier roce con ese pasado nauseabundo que denuncia. Esa pública distinción, reparada por pocos, parecía justificarse en otro propósito: seducir a quienes pueden invertir en el país y generar, quizás, mayor cantidad de puestos laborales. Como se sabe, ni aun con esos privilegios orales, el sector mejor atendido por la lengua parece satisfecho. Podrían citarse los pataleos de Coca-Cola o el arrebato de Mercado Libre por la demanda de $500 millones anuales de la AFIP.
Reclamos. Se amparan los empresarios en multitud de razones. Por un lado,
reclaman un plan económico –consideran el paquete de reformas apenas como un
esbozo incierto– y la falta de un referente ministerial de Economía al que
Macri siempre le negó existencia. Copiando a Néstor Kirchner, entonces,
decidió asumir ese doble rol de Presidente y economista, aunque tal vez no
hayan explicado que, al revés suyo, el sureño extinto de aquellos tiempos
disfrutaba de superávits en los dos gemelos, precios internacionales
envidiables y navegaba con una inflación digna de otro país. Entre otras
diferencias. A nadie, en consecuencia, le importaba si el ministro era
Rodríguez o Fernández. Ni les importaba que Alfonso Prat-Gay presumiera
de su inflation target, se quedara o se fuera del Gobierno. Tal vez el
ingeniero no incorporó la ventaja de ubicar un tecnócrata en Economía, el que
además de ejecutar su oficio se carga o se fulmina con la energía negativa que
le transmiten hoy al Ejecutivo. Como absorbe esa vibra Bullrich en Seguridad o Garavano en Justicia. Abunda la
literatura técnica sobre este fenómeno para eludir culpas. Y no llovería, como
ahora, la andanada de críticas sobre un colateral de la Administración,
Federico Sturzenegger, de independencia presunta en el Banco Central, cuya
política de tasas inauditas para contener la inflación recibe hachazos hasta de
sus propios compañeros.
Para muchos, en la Casa Rosada, la incertidumbre del experimento
Sturzenegger ha vuelto inestables los triunfos de la política oficial en las
urnas (aunque, para ser justos, el gasto político es lo que obviamente
interfiere en la economía). ¿O acaso, para esos objetores con poca memoria y
menos agradecimiento, el Banco Central se desvió de su objetivo y no tocó
las tasas durante más de tres meses, antes de las elecciones, para evitarle una
eventual complicación a Macri en el resultado? Palabra de Sturzenegger,
claro.
Pero él no ha dado en el clavo según reconocen varios profesionales que
no pueden tildarse de opositores y hasta el discreto argentino Guillermo Calvo,
del BID, hace una semana, señaló con cierto enojo la insuficiencia de la
política monetaria como mecanismo para doblegar la inflación. Una advertencia
cruda de quien, alguna vez, presagió la crisis del tequila. Si bien no se vive
de los diplomas, a veces se los debe tomar en cuenta. Su mensaje, por otra
parte, llega con retraso. Hace más de un año que Miguel Ángel Broda
instaló una figura descriptiva sobre la incompatibilidad de ajustar
monetariamente y expandir el gasto público al mismo tiempo, ejemplificaba con
la estupidez de encender la calefacción y la refrigeración en forma simultánea.
Entonces, en la Casa Rosada decían que Broda era un loco desaforado. Lo curioso
de los cuestionamientos actuales es que aparecen en la superficie del Gobierno
sabiendo que Macri se engolosina con las recetas teóricas del laboratorio Sturzenegger,
un favorito que entró a la mezcladora de culpables por su propia impertinencia
optimista: se aburrió de emitir anuncios errados, de cuánto bajaba la
inflación, se equivocó en la de este año con holgura y más en este último
trimestre, el cual iba a ser de l% de promedio y ya empezó con l,5%. Más bien
purga por lenguaraz.
Facturas y ganancias. También lo responsabilizan por la inclinación
oficial a tomar crédito, aunque el pedigüeño sea otro (el inestable ministro Luis Caputo, al que le imputan cadáveres financieros
en el placard). Y quien consienta sea el mismo Macri, como
ocurrió en buena parte de su administración porteña. Con lógica barrial, más de
uno pregunta por la razón de que los prestamistas cada vez reclaman más tasa
cuando se asegura que todo está bien en la Argentina. Se incrementa la
sospecha con algún entuerto debido a que los bancos empiezan a derivar Lebacs a
sus clientes, sea a pedido o por consejo médico de su propia salud.
Con los bancos, se añade la desconfianza lógica: en algún momento,
cuando se asusten por lo que ganan (luego de cobrar sus operadores el
formidable bonus en Nueva York), exigirán su dinero por más atracción de tasa
que le ofrezcan. Son previsores, se aguarda que no ocurra esa demanda en un
mismo momento. Mientras, el Gobierno parece encadenado a ese circuito, acumulando un stock de Lebacs impresionante y
rogando que nadie estornude en el mundo ni que algún episodio menor provoque
una catástrofe.
Después, lo elemental: l) la recuperación cíclica de la actividad
económica del 3% puede frustrarse por la astringencia monetaria y 2) se sabe
que las deudas se pagan cuando uno ahorra o cuando uno vende, nunca cuando uno
compra. Y el país, hoy tiene cero de exportación frente a un aluvión de
importaciones.
Para Sturzenegger resulta paradójico este ingreso al rumoreo de los
despidos, sobre todo en un Estado donde no se echa a nadie. Y, encima, cuando
su gobierno festeja el acontecimiento “histórico” de haber pactado con
sindicalistas y gobernadores un acuerdo en el que todos juran haber ganado y
que empezó con la consigna de que todos debían ceder algo. Delicias de una
Argentina en el que se aplica maquillaje fiscal para fingir recortes,
la contabilidad creativa oculta gastos y la pobreza se reduce en la estadística
porque se hacen más cloacas y no porque la gente coma más.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario