Por Relato del
Presente
En momentos en los que muchos están abocados a tratar de
saber qué es lo que finalmente pasó con la vida de Santiago Maldonado, y
mientras buena parte de los medios de comunicación se encuentran recalculando
en base a la cantidad de pelotudeces que han dicho durante los últimos dos
meses y medio, no está de más poner blanco sobre negro para entender qué fue lo
que pasó por fuera de los causales de muerte en sí.
Un chico ignoto desaparece tras un corte de ruta y un
enfrentamiento con las fuerzas de seguridad nacionales. La denuncia se realiza
un par de días después y el país se entera de que en el sur hay un conflicto
penal –no pienso llamarlo de otro modo– con una porción de la comunidad
mapuche. Y todo explotó: marchas, disturbios, daños, detenciones, heridos,
teorías conspirativas, millones de hipótesis y una violenta batalla verbal bien
al estilo del siglo XXI. Nada de este desmán hubiera ocurrido y ya se hubiera
resuelto judicialmente todo este asunto si no hubieran intervenido los mismos
tres factores de siempre:
Los políticos. Y
por políticos me refiero a todos sus ámbitos, desde las oenegés que gravitan
políticamente, hasta el kirchnerismo, pasando por ese mar de contradicciones
llamado izquierda argentina. El rol del CELS en este caso debería ser materia
de estudio a nivel universitario –incluyendo Derecho Penal– sobre cómo se puede
embarrar la cancha creando hipótesis basadas en teorías conspiracionistas que
los fans nostálgicos de Página/12, añorando un pasado glorioso que nunca
existió, asimilaron como absolutos incuestionables. El kirchnerismo y sus
acólitos, que tienen un poder de memoria selectiva notable a la hora de hablar
de responsabilidad estatal en materia de muertes evitables, convirtieron a
Santiago Maldonado en afiche, en remera y en bandera. El nuevo Che Guevara no
fusilaba, no combatía en las sierras cubanas ni lideraba el levantamiento de
los pueblos. El nuevo Che Guevara tatuaba a cambio de alimentos, vivía de
prestado y se prendía en luchas ajenas. No será la imagen que uno tendría de un
revolucionario, pero se acerca mucho más al ideal de la militancia actual que
ve en un estado de derecho constitucional una dictadura a la cual resistir. De
allí el uso divino que han hecho los kirchneristas de ayer, hoy y siempre
colectivizando la victimización de cualquier muerto, sin importar su ideología.
De los partidos de extrema izquierda no voy a decir
absolutamente nada porque la organización del Estado es un concepto que les
resulta extraño. Más allá de eso, también hay una cuestión de falta objetividad
entendible: en los últimos años han cosechado dos muertos por la represión de
la policía de un gobierno peronista, otro muerto por un grupo parapolicial
sindical peronista y un desaparecido que sigue desaparecido desde que un
gobierno peronista no lo cuidó en medio de un juicio.
Y ya que hablamos del tema, quiero resaltar la versatilidad
de Cristina a la hora de hablar de los muertos dependiendo del interlocutor,
sea una banda de niños cantores en un acto kirchnerista, o sea un entrevistador
en un medio de comunicación. Este martes, acá no más, Cristina quiso chicanear
al gobierno recordando que el actual jefe de la Policía Federal ya era
funcionario policial durante su gestión, a lo cual podría sumarle que el 80% de
todas las fuerzas de seguridad en actividad, ingresaron al servicio durante su
gestión. Digo, como para dejar de escupir contra el viento.
De paso, a todos los que estuvieron estas últimas semanas
fiscalizando qué decía este humilde servidor al respecto: fíjense si encuentran
una declaración de Néstor o Cristina Kirchner allá por 2002 sobre la muerte de Darío
Kosteki y Maximiliano Santillán. Yo no encontré ninguna, pero estoy abierto al
desafío.
Vuelvo a esa manga de retrógrados autócratas que consideran
que el Estado es una carrera profesional y no un servicio público y que son
capaces de abrazar cualquier causa, por lejana que resulte, para pegarle al
contrario. No voy a meter a todos en la misma bolsa por esta vez porque no creo
que todos hayan buscado capitalizar este caso. Ningún gobierno que quiera
sobrevivir desea un muerto en el enorme arco opositor. Mucho menos en campaña
electoral.
Párrafo aparte merecería el análisis de cómo es que Carrió,
con una campaña en la que participó sólo una semana, pudo tirar lo del “20% de
probabilidades” y la bestialidad absolutamente fuera de foco que dijo al
comparar las condiciones climáticas del río Chubut con Walt Disney. La
comodidad de saber que puede obtener un récord electoral el domingo debe haber
relajado lo suficiente a todos, pero sé que hasta en la Quinta de Olivos se
agarraron la cabeza al enterarse de su último dicho.
No puedo decir lo mismo de algunas terceras o cuarta líneas,
esos contratados que abrazaban la liberalización del Estado hasta diciembre de
2015 y que hoy parecieran haber encontrado la verdad revelada en un Estado que
no es necesario achicar porque se administra sabiamente. Y porque les da
trabajo, obvio. Son esos mismos que desde sus cuentas o a través de sus
contactos hacen circular versiones truchísimas, golpes bajos y audios menos
chequeables que el video porno de la sueca de Lanata. Gracias a ellos y su
terror a perder el relajo de un cómodo asiento en una oficina gubernamental
tuve que fumarme el audio de la mina que hablaba desde una morgue afirmando que
estaban por anunciar que Santiago Maldonado apareció muerto de un cuchillazo en
el cuello, el video que mostraba al artesano comprando en un comercio de Entre
Ríos, una foto que podría haber sido choreada de la recreación de un vía
crucis, un pibe llamado Santiago Maldonado que era productor de seguros de La
Matanza, y un largo, larguísimo listado de boludeces que, si lo hicieron para
cuidar al Gobierno, merecen devolver hasta el último centavo de sueldo que
hayan cobrado.
Lo peor de esto es el lupanar de humanoides con la capacidad
de deducción de un Neanderthal en estado vegetativo que levantaban estas
pruebas como si se trataran de la resolución del caso. No creo verlos a todos
desfilar para ratificar sus argumentaciones. Posiblemente, ya se encuentren
abocados a probar cómo es que la familia de Maldonado guardó el cadáver de
Santiago en un frigobar para colocarlo cuidadosamente en un río para que
aparezca cinco días antes de las elecciones.
La Justicia. La
otra pata de este asunto tiene que ver con el rol que pretendemos asignarle al
Estado. Desde que aceptamos convivir en un país damos por sentado que nos
someteremos a la misma ley que exigimos que se cumpla para todos. Los derechos
humanos no son una expresión de buenas intenciones de las que se pueden
reclamar las que queramos con beneficio de inventario. Si exigimos el derecho
humano a la vida, también exigimos el derecho humano a la libertad y, por
decantación, el derecho humano a la propiedad privada. Son tres pilares de la
sociedad occidental y están contemplados en la Constitución Nacional. Y si
reclamamos el cumplimiento de la Constitución, tenemos que partir de la base de
que la misma establece un territorio. No dos, no tres: un territorio.
No existe el territorio sagrado mapuche. No existen
territorios sagrados exentos de la ley en Argentina. Imaginen por un segundo
que un juez argumente que tiene que negociar con el arzobispado para investigar
un orfanato en el que se violaron hasta los perros. Piensen por un segundo que
la policía no hubiera podido detener a José López porque estaba dentro de un
convento. La pajereada de la conexión ancestral con la raigambre cultural de
civilizaciones preexistentes que no contaban con leyes, ni organización
territorial ni propiedad privada hay que dejársela a los chicos de apellidos
europeos con culpa de clase. No me entra en la cabeza que un Juez Federal
entienda lo contrario: lo aprendió en la primaria, lo profundizó en la
secundaria, lo estudió particularmente en la carrera de abogacía y tuvo que dar
un kilométrico examen sobre el sistema administrativo y legal de la Argentina.
Y todo para que luego venga a decir que “hay que consensuar
con los mapuches para respetar su voluntad”. Ayer mismo, los vehículos que se
acercaban al operativo fueron revisados por los integrantes de esta banda y
todos accedieron. Tamaña actitud pasiva frente a lo que la ley que dicen
representar considera una obstrucción al accionar de la Justicia, sólo puede
sostenerse desde la cobardía, la ignorancia o las ganas de atornillarse en un
cargo en el que se cobrará la guita que en la puta life se imaginó cobrar en el
sector privado.
Y, finalmente…
La prensa. El
manejo que del caso Maldonado han hecho buena parte de los periodistas y de los
medios donde se desempeñan, ha estado a la altura del nivel laboral con el que
trabajamos. La voracidad por la primicia y la necesidad casi patológica de
tener que decir algo sobre el tema del momento sólo lleva a mayor pérdida de
credibilidad, la cual arrastra a todos los demás en el derrape hacia el
infierno de la mediocridad comunicacional. ¿Saben la cantidad de puteadas que
me comí por no hablar del tema? Como si fuera una suerte de delivery de
opinión, nos hemos acostumbrado a que todos hablen de todo, sin saber si tienen
conocimiento o no. El conocimiento es lo de menos, ya quedó claro. Ya no se
opina desde la construcción de una idea, sino desde la manifestación de un
sentimiento. Y frente a un sentimiento no hay forma de pensar: se siente
empatía o se es un psicópata. Y yo no quiero ser un psicópata voluntarioso. Si
no tengo una opinión formada, cierro la boca. Al fin y al cabo, a la hora de
pagar los platos rotos por la opinión, mi boca es mía y nadie se hará cargo,
como nadie se hizo cargo hasta ahora.
Desde el manejo del sentimiento la prensa se ha dividido en
dos posiciones centrales sobre una misma y única agenda determinada por la
responsabilidad directa del gobierno. Unos han abordado todo su trabajo
direccionando la culpa hacia la Casa Rosada, otros han hecho hasta lo
ridículamente imposible para despegar al gobierno de todo. En un tercer lugar
para nada minoritario aunque lo parezca frente al ruido del resto, los que tan
sólo cubrieron la sucesión de hechos. Respecto de los primeros dos casos, trato
de pensar desde la óptica del “sentimiento que nubla la razón” para no tener
que pensar que son una manga de burros que aún no comprenden el concepto de
responsabilidad objetiva, esa que dice que uno es responsable sólo de los actos
que ha realizado. ¿En serio vamos a seguir creyendo que al mismo Presidente al
que le achacan no querer laburar ni meterse en nada le podría interesar dar la
orden de desaparecer a un artesano que era un total desconocido y del que ni su
propia familia sabía qué había hecho de su vida en los últimos doce meses? En
ese mismo sentido, propongo que se haga una presentación firmada por todos los
periodistas que se copen para exigirle al congreso que modifique el código de
procedimiento penal y se dé por válido que cualquier persona pueda ser
condenada o absuelta en base a dichos de personas que nadie conoce, que nadie
vio antes, pero que conforman “declaraciones conmovedoras” o “testimonios
esclarecedores” sin una puta prueba que sustente lo que se dice de la boca para
afuera.
La función del periodista no debería ser la de desmentir
todas las pelotudeces que se dicen en las redes sociales. Hay que dejar de
vivir de las redes sociales porque nadie va a pagar por lo que se consume
gratis. Si fuera por las redes, estaríamos analizando si Santiago Maldonado no
era en realidad su propio hermano que reclamaba en la Plaza de Mayo “porque,
sospechosamente, se parecen mucho”, o estaríamos formando parte de la
carnicería de las fotos que se filtraron sobre el hallazgo del cuerpo, en una muestra
total de falta de empatía propia de los sociópatas y de aquellos que creen que
tienen la suerte comprada y tendrán una muerte tranquila y privada.
Sé que puedo resultar demasiado utópico, pero la verdad es
que el manejo de la información, la investigación y el abordaje que se hizo y
se hace del Caso Maldonado desde todos los sectores, se podría realizar de un
modo mucho más humano si todos fueran conscientes de que la sociedad entera no
es un diván donde podemos resolver nuestros traumas de la infancia, y que no
todos tenemos la culpa de que no hayan querido prestar atención en la clase de
educación cívica o que la obra social no les cubra más de diez sesiones de
tratamiento psicológico al año.
Estos tres pilares elegidos son el reflejo de una sociedad
que permite este tipo de cosas. Los que querían que Maldonado apareciera vivo,
los que hubieran preferido que le realizaran una ejecución sumaria y le
mandaran la factura de la bala a los padres, los que querían que apareciera con
vida, los que querían que no apareciera nunca más para que la gente se olvide
del tema, los que querían que no apareciera nunca más para tener la
justificación psicológica que justifique la construcción del fantasma
dictatorial, los que querían que apareciera aunque esté muerto pero hubieran
preferido que ocurriera en otro momento, los que vinieron a dar lecciones de lo
que es un duelo porque vieron al hermano de Maldonado en un recital y los que
buscan cualquier excusa para hacer quilombo y romper todo a su paso.
O para sumar un voto.
O para tener una buena nota.
Y mientras ya me voy preparando para todo lo que se viene de
ahora en más, me pregunto si realmente importaba dónde estaba Santiago
Maldonado o sólo importa mantener nuestras posturas sin permitir que una verdad
arruine una hermosa historia.
0 comments :
Publicar un comentario