Por Giselle Rumeau |
Es un clásico de la política. Cada vez que una derrota
estrepitosa deja al peronismo roto y en la lona, se suscita una pregunta
inevitable: ¿es éste el inicio del fin? Los adeptos a esta fuerza dirán que se
trata de un planteo gorila. Pero lo difícil de entender es como hizo un partido
en todos estos años para conservar intacta esa capacidad de reciclarse al punto
de las contradicciones extremas.
Con la excusa de ser un movimiento, hace rato que el
peronismo se transformó en una cáscara vacía que se rellena con el relato que
mejor convenga a la ocasión. De las conquistas sociales de Perón y Evita a la
violencia de los 70. Del neoliberalismo de Carlos Menem y Domingo Cavallo al
populismo de los Kirchner y el pensamiento duro de Carlos Zannini y Axel
Kicillof. No importa el discurso, ni las ideas, que perdieron terreno frente a
la codicia. Lo que vale es la capacidad para fabricar votos y la tremenda
vocación de poder que los lleva a sancionar la Reforma del Estado menemista,
como lo hicieron Miguel Angel Pichetto u Oscar Parrilli, y años después, apoyar
la expropiación de YPF con la misma cara de nada.
Precisamente porque las reglas de su credo no son eternas,
resulta aventurado hablar hoy del fin del peronismo. El planteo sobre el futuro
de la fuerza debería ser otro: ¿el domingo pasado se terminó el ciclo del
liderazgo tradicional peronista? El del cacique territorial que piensa que el
poder está en movilizar a las masas, el del líder paternalista, que hace que
aún hoy hablemos de peronismo y no de partido Justicialista, o de kirchnerismo
en lugar de Frente para la Victoria. ¿Está agonizando esa especie personalista?
¿O el contundente triunfo de Cambiemos obedece a una foto del momento,
simplemente porque es lo que hay?
Los ingredientes que llevan a los pronósticos agoreros para
el peronismo son varios:
- En la provincia de Buenos Aires, incluso en los distritos
más populares, el peronismo en su versión kirchnerista perdió cuatro elecciones
de las cinco que hubo a partir de 2009.
- Pichetto -el hombre que se propone como el conductor de la
transición- ya dijo que el PJ atraviesa "una crisis profunda, una de las
más importantes desde el retorno de la democracia". Y le achacó a la ex
presidenta Cristina Kirchner gran parte de la responsabilidad por la debacle.
- No existe hoy un dirigente capaz de reunir las partes en
las que quedó fraccionado el peronismo. Y para peor, la sindicada como la
culpable de esa crisis fue la peronista más votada en los comicios del domingo,
pese a su rotunda derrota frente a Cambiemos en la Provincia. Mientras las
causas que se le siguen por corrupción no avancen al punto de hacerle perder la
libertad, Cristina seguirá siendo un escollo para la unidad deseada. Antes de
las elecciones, la intención de Picheto, Florencio Randazzo y Juan Manuel
Urtubey era encarar la reconstrucción de la fuerza y aislar a la ex presidenta
con el objetivo de volver a ser un partido de centro nacional. Hoy son conscientes
de que ella se transformó en la jefa de la oposición y mientras eso le siga
conviniendo al Gobierno, el 2019 podría encontrarlos en el llano.
- La UCR nunca pudo generar un líder propio después de
sufrir las consecuencias por la hiperinflación de Raúl Alfonsín y el
helicóptero de Fernando de la Rúa. ¿Podría pasarle lo mismo al PJ por el
espanto que generó el kirchnerismo, hoy con sus principales figuras desfilando
por tribunales?
Las opiniones varían entre los expertos consultados.
Para el sociólogo Marcos Novaro, la fuerza no atraviesa una
crisis terminal. "El peronismo tiene hoy un problema de liderazgo, algo
fácil de recomponer porque es una cantera de líderes y tiene bases sólidas. Ha
perdido votos en varios lugares del país, pero sigue siendo competitivo. No
sacó el 2% como Leopoldo Moreau en 2003. La del PJ es una crisis acotada en
relación con otras más agudas como las de los 70, que logró sobrellevar. No es
comparable con el 2001, que fue una crisis de representación y sepultó al
radicalismo. La UCR tiene un problema estructural. Acá sólo hay un cambio de
opinión de sectores que quieren un país más moderno, más capitalista, menos
populista", explica.
El analista cree que el principal escollo de la fuerza es
que tiene actores institucionales pero sin figuras descollantes. "Pichetto
no posee votos ni arrastre personal. Es un hombre de partido y respetado por
eso. Puede cumplir una función institucional, ligar actores diversos y generar
confianza, a la espera de que surja una figura. Él apostaba a Urtubey y, con la
derrota del gobernador en su terruño, eso naufragó. Pero por ahora. Hay que ver
qué pasa más adelante", remarca Novaro.
Sergio Doval -director de Opinión Pública de la Universidad
Abierta Interamericana y titular de la consultora Taquión- coincide en que es
apresurado hablar del fin del movimiento. Pero cree que el peronismo deberá
construir otro tipo de liderazgo si no quiere desaparecer. "A comienzo de
los 90, con el cambio tecnológico, se inició en marketing lo que se llama el
consumo por demanda. Algo que en la política se fue profundizando. Ya no hay
más partidos tradicionales sino frentes electorales. El PRO primero y después
Cambiemos registraron esa tendencia y se comenzó a investigar las necesidades
de la sociedad. Se las apropiaron y se pararon adelante de lo que el pueblo
quiere. El peronismo funciona al revés. Bajo la lógica de mover a la gente para
poder tener poder sobre ellos, los junta y le dice lo qué tienen que demandar y
pensar. Es una construcción desde arriba hacia abajo. Si el peronismo no cambia
esta lógica, claramente va a tener un problema", afirma el analista.
Para Doval, los males y dolencias que padece hoy el
peronismo se arrastran desde antes, porque nació como un modelo personalista.
"Se sigue diciendo peronismo o kirchnerismo. El macrismo se llama
Cambiemos. Ese dato es muy significativo. Hay una lógica distinta. Y esa
diferencia te indica como es la organicidad. El líder unívoco genera que lo
ames o lo odies. Además de Mauricio Macri, Cambiemos tiene cuatro
interlocutores fuertes con María Eugenia Vidal, Elisa Carrió, Marcos Peña y
Horacio Rodríguez Larreta", insiste.
Julio Bárbaro -cuya autoridad para opinar sobre el peronismo
es innegable- habla directamente del fin de los partidos y el triunfo de la no
política. Considera que el PJ, al igual que el radicalismo, nunca volvió al
debate de ideas y proyectos y los operadores de negocios ocuparon el lugar de
los cuadros políticos. "Después de la derrota frente a (Raúl) Alfonsín, el
peronismo quedo sin rumbo. La coordinadora radical parecía la dueña del futuro
y engendró como espejo a la renovación peronista. Esa generación fue la
responsable del fracaso de la democracia. Los peronistas retrocedieron a Menem
y los radicales, a De la Rúa, y así se profundizo la decadencia iniciada en la
dictadura. Terminamos en (Daniel) Scioli y Macri, dos aficionados a la
política, porque el resto de los cuadros se había dedicado a los negocios.
En esa línea, Bárbaro considera que el peronismo fue, junto
con el Movimiento de Integración y Desarrollo, el último intento de debatir un
lugar en el mundo a partir de una identidad cultural. "El resto no llega a
tomar los problemas centrales de la democracia", afirma.
Según el dirigente, el futuro de lo que quedó del peronismo
está ahora ligado a la suerte del Gobierno. "Después de una derrota no hay
jefes ni promesas. Y el proceso de reconstrucción depende esencialmente de los
logros o fracasos del PRO. El PRO es infinitamente mejor que los Kirchner, pero
lejos está de tener un vuelo y una conciencia política como la necesaria en
esta coyuntura. La suma de economistas más encuestadores no da una clase
dirigente, sirve para administrar rumbos, jamás para generarlos",
concluye.
Algo es claro. Más allá de las profecías sobre el futuro del
peronismo, está claro que el país necesita líderes dispuestos a pensar en el
futuro colectivo por encima de la codicia individual.
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