Por Carlos Gabetta (*) |
El título de esta nota, como el de la gran película de
Luchino Visconti de 1948, sugiere hoy las muertes, destrozos y pánico del
terremoto de México y de los huracanes que han devastado el Caribe. En esta
época de robots, naves estelares e internet, las catástrofes naturales generan
el mismo estupor e impotencia que el que habrán experimentado los dinosaurios
ante la caída del asteroide que acabó con ellos hace 65 millones de años,
cuando la especie humana era todavía un protozoo.
Y así seguirá siendo,
cualesquiera sean los recursos que inventemos. Un día cualquiera, una colisión
masiva en el centro del planeta; algún estornudo del Universo, podría acabar
con todos nosotros; desde los miserables del mundo, pasando por los famosos de
la tele y los piqueteros del Obelisco, hasta los multimillonarios, el
todopoderoso Pentágono y el bocón Donald Trump.
Los grandes filósofos se han afanado por dilucidar el dilema
del único bicho que, porque razona, es capaz de modificar en su beneficio
ciertas cosas de la naturaleza, pero sigue tan inerme como cualquier insecto
ante los humores del Universo. ¿Es Dios; es la naturaleza? Baruch Spinoza
concluyó que puede ser una cosa o la otra, pero que en cualquier caso se trata
de una cuestión que probablemente se nos escapará por siempre. Que por lo
tanto, debemos abocarnos a lo que sí podemos modificar para bien; la
convivencia humana. Escribió pues una Etica y un Tratado teológico-político. Y
afirmó: “No son las armas las que vencen los ánimos, sino el amor y la generosidad”.
Esta introducción filosófica de manual escolar requiere de
otra cita para entrar en tema. Albert Einstein, físico-matemático llevado a
conclusiones filosóficas, afirmó: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la
estupidez humana. De la del Universo no estoy seguro…”.
Y aquí vamos. Mientras México se derrumbaba y al Caribe se
lo llevaba el viento, Donald Trump y el norcoreano Kim Jong-un intercambiaban
insultos y desafíos de matones de barrio, con la diferencia de que el día en
que cualquiera de los dos tire el primer puñetazo, muy probablemente vuele todo
el planeta. En Alemania, el partido neonazi entró al Parlamento por primera vez
desde la última Guerra Mundial, convertido en la tercera fuerza del país con el
13% de los votos y 93 representantes; en la estela de sus homólogos franceses,
holandeses, ingleses, belgas, húngaros, austríacos, dinamarqueses, suecos,
finlandeses y andamais (http://www.pressreader.com/argentina/perfil-sabado/20131019/282879433487570).
El resto del mundo está peor –pobreza y migraciones masivas
en aumento; dictaduras; populismos; conflictos varios– pero la referencia es a
los países democráticos desarrollados, porque allí la estupidez humana parecía
ir transmutando en lógica, en razón, sobre la base del desarrollo material y
modos civilizados de convivencia y reparto; en particular en los países
nórdicos.
Hasta que en 2008 les llegó la crisis y ahora se reitera “el
clima” de 1930, a pesar de que el desarrollo productivo hace factible hoy lo
que siempre fue utopía: una vida digna para todos los seres humanos. Aquí
habría que citar a Carlos Marx, pero no hay espacio. Subrayemos sólo que
mientras el capitalismo, hoy global, no encare otro modo de reparto del trabajo
y la riqueza que éste genera, todo seguirá empeorando. Las economías y las
democracias se degradan. Las alternativas de la razón son abandonadas y por lo
tanto se esfuman: es el caso de los partidos socialdemócratas. El desconcierto
es tal, que hasta se esgrime una “razón populista”.
En 1948, Visconti no se refirió a temblores de tierra, sino
a la explotación de humildes pescadores sicilianos. A principios de 1930,
también Hitler y Mussolini, como hoy Trump, Kim Jong-un y varios otros, fueron
considerados “excepciones”; “accidentes”, sin considerar las causas que los
engendraban. Y pasó lo que pasó.
(*) Periodista y escritor
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