Por Nicolás Lucca
Sí, a mí también me llegaron. Sí, también me revolvieron el
estómago a pesar de ocho años de ver autopsias y escenas de crimen en primera
persona por haber trabajado en la justicia penal. Sí, también tengo mi teoría
sobre si estuvo ahí desde hace dos meses o es un cuerpo plantado.
Podría hablar largo rato y dar ejemplos concretos ya
ocurridos sobre cómo un cuerpo puede salir a flote luego de estar hundido a
causa de los gases de la descomposición, o cómo es que algunas partes se
descompusieron más que otras, o por qué no lo vieron antes y ahora sí, y un
largo listado de preguntas que nos habríamos ahorrado si no hubiera comenzado
todo el asunto con eso de “respetar un territorio sagrado” en un país con un
sólo territorio y en el que lo sagrado no importa a la hora de allanar un
convento al que se arrojan bolsos repletos de dinero o una congregación donde
sacerdotes abusan de menores de edad.
El hallazgo de un cuerpo con intervención judicial siempre
es un encontronazo con lo peor. Primero, si hay intervención judicial es porque
no se dieron las cosas de la forma que culturalmente tenemos aceptadas este
tipo de cuestiones. Creemos idílicamente que una persona debe morir en un
lecho, de viejo, y en paz. Si intervino la justicia es porque algo se rompió en
el camino, desde un homicidio hasta un infarto en la calle, un choque en una
ruta o un ahogo.
Pero siempre hay algo que puede empeorar las cosas y son los
que quedaron vivos. Y me refiero puntualmente a quien haya filtrado las fotos
que todos vieron y que están circulando por Whatsapp y, por cuestiones de
segundos, fueron a parar a las redes sociales.
En el río Chubut, puntualmente en la zona del hallazgo del
cuerpo al que sólo le falta un “ok” de la justicia para que podamos ponerle el
nombre y apellido que todos ya sabemos, no hay señal de celular. Y si bien había
varias personas, mirando las mismas fotos que fueron tomadas se puede saber
que, al menos dos, sabían quién estaba tomando las fotos. Es cuestión de dos
preguntas para saber quién filtró la documentación que, antes de que los
celulares vinieran con cámaras, eran exclusivas de los expedientes judiciales
y, por decoro, generalmente eran cubiertas dentro del mismo expediente para
evitar tener que verlas cada vez que se trabajaba en una causa.
Quien las haya filtrado posee la misma pulsión de fama que
todos los que también las hicieron circular a personas que no son peritos, no
son periodistas ni están abocados al
asunto. Y lo hicieron con la misma ilusión: sentir que dieron una primicia,
sentir que fueron partícipes de algo que no hicieron. Quien las haya filtrado a
su primer contacto porque quiso o porque las vio por ahí, contribuyó una vez
más a que una oleada de sujetos con título otorgado por la Escuela de
Detectives de Facebook esté elaborando sus conjeturas con el rigor científico
que da decir cosas en redes sociales desde la comodidad de un teclado virtual.
Preferentemente, en mayúsculas.
Pero, principalmente, quien las haya filtrado perdió de
vista algo superior a todo y que poco tiene que ver con la solidaridad, sino
con el egoísmo más narcisista: creer que a él no le puede pasar lo mismo, que
su vida terminará con tranquilidad en un lecho y que sus fotos no terminarán en
los celulares de todos, entre videos pornos y fotos de gatitos.
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