Por Gustavo González |
La grieta es esta bomba que estalló sobre el país y nos dejó
lo que somos. Una palabra que viene del latín (crepta) y significa, justamente,
“crepitar”, “estallar”. Es mucho más que las diferencias que pueden existir
entre las clases sociales, los conflictos interpersonales o las brechas
políticas o religiosas. La grieta es lo anterior, pero con el agregado de la
pasión, la cuota de odio, el golpe. Grieta es también grito.
Cuando manda la pasión, la razón duerme. Y cuando no hay
razonabilidad, se pierde la percepción del otro, el sentido crítico, el
esfuerzo autocrítico.
El neurólogo Facundo Manes da una explicación científica de
este mecanismo cerebral: “El sector A está convencido de que el sector B es
malo y está equivocado. El sector B piensa lo propio del A y es muy difícil que
cambien de opinión, aún con evidencias. Desde el punto de vista científico es
lo que llamamos sesgos mentales, que son esquemas de confirmación que aplicamos
a diario y que se repiten en lo ideológico: los sectores A y B discuten no para
escucharse, sino para buscar la información entre lo que el otro dice para
reforzar lo que ya pensaban”.
Ir en contra de ese mecanismo neuronal requiere de un
esfuerzo intelectual complejo, en especial cuando las corrientes mediáticas y
políticas de la época abonan al infantilismo antropológico del ser humano.
Reflexiones desde el
pozo. El agrietamiento cerebral argentino lo atraviesa todo. El caso
Maldonado no podía ser la excepción. Desde el fondo de la grieta y cavando el
pozo a cuatro manos, quizá sea difícil de ver.
Se dijeron y se hicieron tantas cosas sobre la desaparición
de Santiago Maldonado, que sólo entendiendo que fueron realizadas desde ese
pozo ideológico pueden merecer cierto manto de piedad.
Maldonado desapareció en medio de un choque entre gendarmes
y mapuches, según la primera hipótesis que terminaría demostrándose como
correcta.
La grieta hizo lo suyo desde entonces.
Por el Gobierno, la ministra Patricia Bullrich cerró filas
sosteniendo con énfasis la imposibilidad de que algún gendarme estuviera
involucrado en la desaparición. Con los antecedentes de la historia argentina
sobre la participación de miembros de fuerzas de seguridad en delitos tanto
políticos como comunes, tal actitud generó sospechas sobre si el Gobierno en
verdad pretendía ocultar algo que lo involucrara.
Ella representa al sector A de la grieta. Creyó que si
hubiera dicho con igual énfasis que confiaba en la Gendarmería, pero que si
había un gendarme involucrado no quedaría impune, le daría un triunfo
dialéctico al sector B. Todavía esta semana jugaba en las redes sociales apoyando
a quienes le exigían a la familia del fallecido que pidiera perdón. Junto a la
ministra estuvieron políticos, periodistas, intelectuales y una parte de la
sociedad. La grieta insensibiliza.
Del otro lado del pozo, el sector B afirmó a través de sus
medios y sus dirigentes, que Santiago Maldonado fue el primer desaparecido de
Macri. Ratificando lo que ya creían: él es un dictador capaz de desaparecer al
que piensa distinto. Bullrich defendía a la Gendarmería, porque se trata de un
crimen planeado desde el Gobierno.
Como suele pasar cuando las tribus A y B se enfrentan por
algo, el paso del tiempo sólo sirvió para profundizar la grieta.
Desde el Gobierno se avalaba extraoficialmente la hipótesis
de que el joven jamás hubiera estado en el lugar, pese a los testimonios que
indicaban lo contrario. Pero como esos testigos pertenecían al sector B, no
resultaban confiables. En esta guerra tribal, el otro no es un testigo capaz de
aportar un dato, es el enemigo.
El sector A le dio amplia cobertura a la supuesta aparición
de Maldonado en distintos lugares del país. Y la sociedad que está de ese lado
del pozo abría sus propias hipótesis: el tatuador permanecía escondido para
desgastar al Gobierno o estaba muerto y los mapuches lo enterraron.
El sector B nunca pensó eso. Allí siempre estuvo claro que
hubo una orden que bajó desde la Presidencia para inaugurar una etapa de
represión violenta de las protestas sociales que podría incluir la desaparición
de personas. Maldonado fue su primera víctima fatal.
Cientos de miles de personas se movilizaron bajo esa
consigna más o menos explícita. Marcharon pidiendo la aparición con vida del
joven, como un anticuerpo lógico en una sociedad que guardó tanto silencio
cuando las desapariciones eran de a miles, pero también con una certeza que no
requería de más pruebas que los propios prejuicios.
Desde el sector A, Elisa Carrió cavó más a fondo. Con
exactitud estadística aseguró que había “un 20% de posibilidades” de que
Maldonado estuviera en Chile. Y cuando se halló su cuerpo, comparó su estado
con el de Walt Disney. Durante un par de días, en el Gobierno temieron que esos
dichos afectaran el resultado electoral, en especial en la provincia de Buenos
Aires. De los dos encuestadores externos que contrató la gobernación, Aurelio y
Poliarquía, el primero advirtió tres días antes de la votación que sus sondeos
detectaban un descenso de dos puntos en Esteban Bullrich, poniendo en dudas su
triunfo. Pero el sábado la encuestadora registró una nueva suba de la intención
de votos. Fue después de la instalación mediática de la supuesta resolución del
caso por ahogamiento y sin registro de golpes ni balazos en el cuerpo. Los
resultados finales de la autopsia recién estarán en las próximas semanas.
En todo caso, los más de 50 puntos de Carrió en la Ciudad de
Buenos Aires, los más de 40 puntos de Bullrich en la provincia y otros tantos
de Cambiemos en todo el país, demostrarían que los dichos sobre Maldonado que
podrían haber sonado tan desafortunados, en realidad pudieron servir para
ratificar las percepciones preexistentes en el sector A.
Festín morboso.
Esta semana, los A y los B siguieron cavando la grieta.
Ahora, con la misma certeza con que el sector B sostenía la
idea de la desaparición forzada de personas, se afirma que aunque no fuera así,
igual el Gobierno es responsable de la muerte: si la Gendarmería se hubiera
limitado a desalojar una ruta como había instruido el juez y no a perseguirlos
hasta el río Chubut, Maldonado no se habría ahogado.
Esta semana, en el sector A, un alto dirigente del macrismo
le aseguró a PERFIL, off the record, que a Maldonado lo mataron los propios
mapuches y que fueron ellos los que dejaron su cuerpo en el río.
A su vez, en el sector B están los que insisten en que
Gendarmería lo secuestró, lo mató y guardó el cuerpo en una cámara frigorífica
cercana hasta que lo depositó sobre el río días atrás.
Cualquier argumento suena verosímil en la grieta. En la
Argentina todo puede suceder. Incluso que haya un testigo E que el sector A
asegura que declaró que “Santiago se ahogó”. Exactamente opuesto a lo que el
sector B dice que dijo (“A Santiago se lo llevaron los gendarmes”), mientras el
juez afirma que no existe un testigo E.
A Maldonado no lo mató la grieta, pero ella se hace un
festín morboso con su memoria.
Algunos ya tienen las uñas y el corazón magullados de tanto
cavar.
Creen que la grieta es una trinchera en la que sus ideas
están seguras y no este pozo ciego en el que corremos el riesgo de caernos
todos.
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