Por Laura Di Marco
Lo presienten. Lo saborean por anticipado. La sombra de la
mala madre podría, por fin, empezar a esfumarse si Cristina Kirchner, tal como
indican los principales sondeos -incluso, los que ella misma maneja-, es
finalmente derrotada en las urnas de octubre.
Una derrota que los dejaría
huérfanos pero libres, al fin, tras una década de colonización voluntaria.
Conversan, se reúnen, tejen estrategias para después de octubre. Sueñan con
armar un "refugio" -así lo definen- o un "espacio" que pueda
contener al peronismo no kirchnerista, que necesita con desesperación matar
simbólicamente a la madre política para tener alguna posibilidad de
reconstrucción.
"Necesitamos que ella pierda. Porque el corazón de este
gobierno es Cristina. Allí radica gran parte del éxito electoral del
macrismo", apunta un importante referente peronista del Congreso, donde
los cruzados planean marginar a la ex presidenta, si es que la Justicia no la
acorrala antes y ella logra acceder finalmente a la banca el próximo 10 de
diciembre. "No la vamos a atacar ni a defender: será como una
planta", exageran ahora quienes la obedecieron ciegamente. Apuntan a
fortalecerse con un bloque justicialista robustecido en Diputados: podrían
unirse en un interbloque los legisladores del Frente Renovador, que responden a
Sergio Massa. La idea de Diego Bossio, impulsor de la primera movida
secesionista en la Cámara baja, es que los diputados constituyan un bloque
espejo de los senadores liderados por Miguel Ángel Pichetto.
Los matricidas -que, en el fondo, dan manotazos de ahogado
buscando un posicionamiento nacional- imaginan a los gobernadores como el eje
de la reconversión. "La pregunta que debemos hacernos es si tenemos o no
mayor capacidad que ella para la construcción política", profetiza Massa
ante sus reencontrados camaradas.
Miguel Ángel Pichetto se ubica en el centro de estos tanteos
peronistas. "Cristina odia a la clase media y a los empresarios. Y ellos
la odian a ella. Cristina construyó una secta radicalizada. ¿Qué tiene que ver
el peronismo, que es pluriclasista, con todo eso?", dice en la intimidad.
La derrota de gran parte de los gobernadores peronistas en
las PASO y la pobre performance de Massa empujaron una novedad: la vuelta del
tigrense al redil justicialista, donde ya se entrevistó con varios
gobernadores. Sergio Casas, Juan Manzur, Gustavo Bordet, Mario Das Neves. Con
Juan Manuel Urtubey -uno de los pocos que podrían resultar ganadores en las
elecciones de octubre- conversaron poco antes de las primarias. El salteño
empezó a medir en imagen a su flamante mujer, la actriz Isabel Macedo. El zorro
pierde el pelo, pero no las mañas.
Víctima de la polarización, Massa promete derrumbarse aún
más en octubre. Para los gobernadores será, entonces, uno más en el nuevo bote,
al que el tigrense planea sumar a una pasajera disruptiva: su socia, Margarita
Stolbizer. El problema es que los peronistas le tienen alergia. "Ya van a
aprender a quererla -conjetura el tigrense-. Si el peronismo se bancó a María
Julia, ¡mirá si no se va a bancar a Margarita!"
Stolbizer le devolvió la flor esta misma semana: el lunes,
en Morón, dejó abierta la puerta para el armado de frente con el peronismo. El
único que, por ahora, permanece ajeno a la construcción del nuevo
"refugio" opositor es Florencio Randazzo.
Presintiendo una victoria más contundente de Cambiemos en
octubre, los gobernadores pasaron de ningunear a Macri a sobreestimarlo,
anclados, tal vez, en su propia memoria histórica: cada vez que el peronismo
arrasó en las urnas, se volvió hegemónico y brutal. Ahora, esos fantasmas
funcionan como un búmeran. "Cuando Macri gane en octubre va a venir por
nuestras cajas", desliza un atemorizado Juan Schiaretti, quién también se
habría reunido con Massa después de la derrota en las primarias.
Los matricidas se frotan las manos cuando leen los
resultados de los focus groups realizados por encuestadoras propias. Allí
aparecen resultados sorprendentes: potenciales votantes cristinistas sienten
rechazo cuando escuchan a la candidata o la ven aparecer en la pantalla. Un
indicador de que sus últimas apariciones mediáticas -las entrevistas en Crónica
y en El País- pudieron haber contribuido a su debacle. La jefa K parece más
rendidora en la evocación que cuando irrumpe en la realidad concreta.
Con Cristina en el Senado, ya sea por la mayoría o por la
minoría, a Pichetto lo espera más de una situación incómoda. El peronismo teme
que su jefe espiritual quede envuelto en una situación incómoda si Elisa Carrió
lidera la movida para bloquear el ingreso de la reina calafateña a la Cámara
alta, sin que exista el pedido de un juez para su desafuero. La cruzada podría
desatar una gran polémica, como la que se produjo, a mediados de año, con Julio
De Vido.
El último fin de semana, Cristina se deprimió leyendo un
sondeo de Analogías -encuestadora ligada al kirchnerismo- que le daba 33
puntos, frente a 38 de Esteban Bullrich. "Estamos como en Malvinas",
suele interpretar, ante los intendentes que la frecuentan. "El pueblo cree
que está ganando, pero más temprano que tarde se dará cuenta de que todo fue un
sueño". Su conjetura parece desconocer la realidad, justo ahora que los
indicadores económicos revelan síntomas de recuperación. Para Cristina, Macri
es Galtieri.
En sus postales de la decadencia, los únicos que la siguen
venerando como cuando era presidenta son sus hijos políticos. Cebando mate,
discretos, los muchachos de La Cámpora custodian a su madre política, apostados
frente al edificio de Uruguay al 1300. La presencia camporista en su piso de
Recoleta revela que es falso que los haya relegado. Ellos viven, como siempre,
en el corazón de su intimidad, aunque amparados en un estudiado bajo perfil.
Siguen instrucciones de Jorge Alemán, un psiconalista argentino que vive en
España y es asesor de Podemos y del consultor Antoni Gutiérrez-Rubí, un
separatista catalán, que instruye al cristinismo en comunicación política y
funciona como espejo de Jaime Durán Barba.
Hernán Reibel Maier, íntimo amigo de Máximo Kirchner y
antiguo dueño y señor de la pauta oficial, también colabora con los asuntos de
campaña. Andrés "Cuervo" Larroque, que escandalizaba con sus
exabruptos en la Cámara baja -fue el que le gritó "atorranta" a
Victoria Donda-, practica ahora un silencio de ultratumba. Wado de Pedro es el
más cercano emocionalmente, mientras que Máximo Kirchner -envuelto en rumores
de separación de la madre de sus hijos, Rocío García- sigue al frente de la
operatoria general y las chicanas.
A José Ottavis, en cambio, la derrota lo empujó hacia la
espiritualidad. No incursiona en recorridas políticas, sino religiosas: pasó de
Vicky Xipolitakis a los santuarios y las vírgenes. Le pide a la divinidad que
lo libere de consumos tóxicos, según él mismo relata a sus camaradas. En julio,
visitó a la Virgen del Cerro, en Salta, y aprovechó para pedirle una reunión a
Urtubey. Pero el salteño le echó flit. Lo que menos le hace falta, en plena
campaña, es una foto con La Cámpora.
Un día antes de que Amado Boudou se sentara en el banquillo
de los acusados por el escándalo Ciccone, Cristina bailó zumba en un club
barrial de José León Suárez, un sitio sagrado para la mitología peronista.
Desde que están en el llano, los rencores de la familia kirchnerista se
acrecentaron. El ex ministro se reunió, por separado, con Bossio y Juan Manuel
Abal Medina, ambos anotados entre los renovadores. A uno de ellos le sugirió
que él está metido en el escándalo Ciccone por culpa de Máximo Kirchner.
Cristina también detesta a Boudou (y a De Vido, desde
tiempos inmemoriales). Sin embargo, al tope del ranking del odio no están
ellos. Ni Mauricio Macri, ni María Eugenia Vidal, ni nadie de Cambiemos. Lo
verdaderamente imperdonable es la traición de los ex súbditos, los matricidas:
esos mismos que, sin ella, no hubieran sido nada.
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