Por Miguel Munárriz
Me eduqué en la creencia de que la historia era un
proceso líneal, ininterrumpido, cuyo crecimiento económico avanzaba hacia un
mundo más libre y más igualitario. La consecuencia de todas estas posibilidades
que se dibujaban en línea ascendente la hemos llamamos progreso.
Han pasado cien años de
la Revolución Rusa —el acontecimiento de mayor
trascendencia en la Europa del siglo XX—; sobre el cielo de Berlín, —y de
otros países de la vieja Europa— aún sobrevuela el fantasma de Hitler, como si su poder omnívoro para destruir el
mundo no hubiera sido suficiente escarnio; se han sufrido dos espantosas
Guerras Mundiales; hemos vivido en plena Guerra Fría y
asistido a la caída del comunismo. Ahora estamos sumidos en un proceso
inacabable de ascenso de otros poderes caníbales del capitalismo salvaje, las
mafias de la droga, del crimen organizado, de los Estados que mantienen el
terror por las armas nucleares; el ascenso de los nacionalismos, el hambre, el
desastre ecológico, la corrupción económica y la desigualdad galopante.
Y en lo que a España se refiere, hemos acumulado
una buena carta de presentación que demuestra nuestra capacidad para acabar con
nosotros mismos a una velocidad de vértigo, ya sea la imposición de una
dictadura con Primo de Rivera, con un régimen monárquico expulsado
por la Segunda República, de una revolución proletaria
en 1934, un golpe de estado dos años después y una guerra que duró tres años y
se resolvió con una nueva dictadura que duró cuarenta. Y otros cuarenta años
más tarde, es decir, ahora, todo lo que creímos que era sólido ha entrado en
fase de descomposición a base de volver a caer de nuevo en parecidos errores y
de tropezar una y mil veces en la misma piedra. Ya lo dijo el premio
Nobel Paul Krugman: “Quizá el futuro no es lo que
acostumbraba a ser”. Y es que bien podría parecer que estamos instalados en una
constante distopía.
Ya no se trata de que Huxley, Orwell, H. G. Wells, Bradbury, Stanislaw Lem y Ursula K. Leguin nos
presenten sus mundos más o menos cercanos, sus crudas y poéticas anticipaciones
literarias con las que hemos convivido tantos años, con las que hemos soñado,
pasado miedo, creído a pies juntillas, que nos han emocionado y nos han dado
materiales para pensarnos como seres humanos, únicos o no, en el universo. Nos
hemos hecho mayores pero no hemos logrado que la experiencia nos salve de las
catástrofes inventadas por los políticos, por los gurús de la mentira y la
falsificación, de la manipulación de las guerras, de la falsedad de la
Historia, de la nada que estamos construyendo entre todos, los que la inventan
y los que colaboramos con el silencio. Un silencio que deberíamos rasgar con un
grito sostenido de socorro.
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario