Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Se acaba, no más, una nueva campaña electoral en este país
que vive en estado de campaña permanente. Sin descanso, los argentinos no
logramos reponernos de una elección que ya tenemos la cabeza puesta en la otra.
Por si fuera poco, la perversión de los políticos no se vio satisfecha con el
acortamiento de los plazos electorales en la reforma constitucional de 1994,
sino que desde unos años contamos con una fiesta cívica más por acto electoral
a la que hemos dado en llamar PASO, en una promo de vote dos veces al precio de
una.
Quizás nos sirva la comparación para dimensionar: todavía
estamos secándonos las lágrimas de la final del Mundial de Brasil y nos parece
un despropósito que ya tengamos a Rusia dentro de ocho meses, imaginemos lo que
es tener un mundial cada dos años. Tal vez sea por ello, por la velocidad a la
que se dan las campañas, que cueste tanto encontrar una diferencia dogmática
entre un acto electoral y el que le sigue.
Los chicos del Frente de Izquierda demostraron que siempre
pueden ser más creativos a la hora de exigir alguna pelotudez exagerada, como
la jornada de seis horas por la misma guita que si trabajaras ocho, o spots
críticos de las políticas neoliberales encarnados por unos Playmóbiles
producidos en la fábrica recuperada de Zimdorf, el municipio argentino de
Alemania. Sin embargo, ante la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado,
encontraron una notable forma de expresarse sin violar la veda manifestándose
en la Plaza de Mayo sólo con banderas y pancartas del PTS y del Partido Obrero,
y reventando las redes sociales. Curiosidades de los amigotes: tomaron una
fábrica, cortaron el tránsito una vez por semana, se prendieron en todas las
manifestaciones que se les cruzó, abrazaron todo tipo de causa, llegaron a
votar en contra del desafuero de Julio De Vido con tal de tener un cachitín de
prensa, y sólo lograron meter dos diputados en todo el país. No es poder de
convocatoria, sino constancia de movilización: a donde van, son siempre los
mismos.
Sergio Massa, que sacó el 15% en las PASO, comenzó su
segunda etapa electoral afirmando que el resultado demostraba que Cristina, que
sacó el 34%, era el pasado. Luego afirmó que él puede mirar a los ojos a sus
hijos porque no tiene padres empresarios. Lindo mensaje el del hijo de un
empresario de la construcción. Que niegue a su padre es lo de menos, cada uno
con sus traumas hace lo que puede. El coso pasa por haber supuesto que todos son
malos o que, en caso de que ser empresario sea malo, sus hijos sean indignos
por transmisión genética. Finalmente, el hombre eslogan, el sujeto que organizó
un acto para avisar que no haría actos por la congoja de la aparición de
Maldonado, reconoció ante las cámaras una derrota en la que sacó menos votos
que en las PASO y anunció que él se erigirá como un líder de la oposición seria
y constructiva, para luego darle consejos al gobierno desde la comodidad de
haber salido tercero en su propio partido.
Lo que quedó de Floppy Randazzo continuó con su campaña
basada en un sólo acto que hizo en toda su vida. En algún recóndito lugar de su
psiquis creyó que haberle dicho que no a Cristina le alcanzaba para limpiar
ocho años de ministro kirchnerista y cuatro de ministro de Felipe Solá.
Resultado final: le ganó Nicolás del Caño.
El caso de Cristina fue notable. Enojada con los que se
pusieron en tibios en los últimos tiempos, se quejó por la falta de lealtad
mientras entregaba públicamente con moño a todos los exfuncionarios que
terminaron con algún proceso judicial avanzado.
Jovial y llena de energía, Cristina Fernández de
Antikirchner se puso al hombro su campaña y, con el asesoramiento de una mente
perversa, de esas que tienen ganas de castigar a su cliente y a toda la
humanidad, comenzó a dar entrevistas a varios medios de comunicación para
mostrarse más democrática. Pero fiel a su percepción de la democracia,
respondió lo que quiso, cuando quiso y como quiso, además de censurar temas
previos a cada entrevista. En el medio, todo lo demás: invitó a un grupo de
estudiantes secundarios a comer pastelitos a su señorial departamento de la
Recoleta –lo más cercano que encontró a la villa 31–, bailó zumba en una clase
de gimnasia, y visitó mil veces La Matanza, el Territorio Sagrado Justicialista
donde las bondades del siglo XXI no tienen permitido su ingreso. Finalmente,
terminó por hacer una campaña electoral en la que se repartieron globos, se
armaron escenarios en 360 grados, y se bailó cumbia sobre el final.
Si hay algo que desde el oficialismo deben agradecer es que
enfrente tuvieron al kirchnerismo. Todos, desde Mauricio Macri hasta el pibe
que infla los globos en el local de Grand Bourg, deberían dar las gracias a la
providencia porque en esta campaña jugó Cristina. Primero, por haber dividido
al peronismo en tres cuotas que concentran más de la mitad del electorado de la
provincia de Buenos Aires. Segundo, por haber entregado con moño a todos los
sospechados por corrupción de su gobierno para luego afirmar que la imagen de
corrupción de su gobierno fue instalada por los medios hegemónicos. Y por
último, por hacer una campaña tan antikirchnerista que hasta incluyó frases
como “el Pata Medina es nefasto”, “gobernar no es sacarse fotos con los
pobres”.
El momento de ver a Cristina reconocer una derrota tendría
que haber sido sublime. Pero no ocurrió. En su loca cabecita, Cristina ganó y
lo hizo saber al afirmar que sacó más votos que en las PASO y que era la cabeza
de la oposición. Su tono buena onda desapareció al igual que su austeridad y la
mejor oradora de la historia de la Vía Láctea reapareció decorada nuevamente
con las joyas que había guardado durante la campaña y terminó leyendo un
discurso breve. La derrota no se le da para el lado de la creatividad. Así fue
que sostuvo que Unión Ciudadana será la base sobre la que construirá su
proyecto, algo que resulta interesante: gobernó ocho años, formó parte del
gobierno otros cuatro y medio, y no se le conoce otro empleo que el de
servidora pública desde la primavera de 1989. La base de su proyecto fue el
Partido Justicialista. Cuando ya no sirvió para más, montó su propio kiosco
como quien cambia el auto después de fundirlo. Anoche, le dio la extrema
unción: lo suyo será Unidad Ciudadana.
Y fue, no más, una campaña basada en la nada. No existió un
solo candidato, uno solo, que no basara su plataforma electoral en el
sentimiento. Todo giró en torno a la búsqueda de empatía de sentimientos. Esto
no es poca cosa porque el que nada promete, nada debe. Hoy nos encontramos con
una realidad tan trastocada que la ponderación de la campaña pasa por el apego
al Código Penal, los valores republicanos y el positivismo mental. El
kirchnerismo no dejó la vara baja: la tiró al piso y la meó. Todo lo que venga
después nos resulta un negoción.
La campaña basada en la emoción nos llevó a tener una
competencia entre el bien y el mal. Esto de cuán bueno somos nosotros versus
qué tan malos son los otros puede ser tolerable hasta cierto punto, pero uno
tiene la esperanza de que, a partir de ahora, se pueda encarar o discutir las
cosas que deberían cambiarse de manera radical, y no me refiero a la obra
pública o el precio de los servicios. El riesgo es que este domingo haya
comenzado la campaña 2019. Y que hasta entonces haya que bancar la parada
porque el kirchnerismo puede volver. Y que después viene la del 2021, donde
todavía hay que esperar porque hay que consolidar el proceso. Y que luego se
avecina la de 2023, cuando será peligroso arriesgarse. Y así, eternamente,
haciendo equilibrio entre la agenda de otros que pueden exigir lo que quieran,
total no están en el poder, y lo que el gobierno quiere hacer.
En esta campaña no se jugó a la democracia sino a la
violación de cualquier pacto de convivencia preexistente. No recuerdo tal nivel
de brutalidad mediática –por brutalidad me refiero a la ostentación suntuosa de
la ignorancia periodística–, ni tengo en la memoria tamaña magnitud de psicosis
colectiva en democracia. El nivel de locura alcanzado me ha llevado a dar por
sentado que, de garantizar la impunidad, un buen sector de esta sociedad
borraría del mapa a una buena porción de la población que, a su vez, haría lo
mismo con ellos. No hablo de grieta, hablo de sujetos que no están dispuestos a
convivir con el otro, de personas que no tienen la voluntad de aceptar una
verdad ni aunque se les caiga encima. Cornudos que son capaces de acusar a otra
persona sólo porque sus parejas, halladas en una cama con 36 amantes humanos y
algún que otro animal pedestre, así lo aseguraron. Personas que no quieren
verdades que sacudan paradigmas, sino paradigmas que confirmen sus verdades
preexistentes.
Da cosita. Y mejor no hablar del delirio contrafáctico, ese
vicio irresistible que tiene el argentino promedio por decir “qué hubiera hecho
fulanito sí” y que tanto capitaliza el político. Actitudes que vemos a diario,
desde las discusiones rutinarias de la calesita histórica de cada 12 de
Octubre, de cada 24 de Marzo, hasta las afirmaciones mesiánicas. No importa el
candidato al que se vote, siempre se convivirá con otro que lleva todo a un
nuevo nivel en cualquier sector social. Son los que terminan diciendo “gracias
por salvarnos de ser Venezuela”. ¿Tanta alma de cordero se puede tener? ¿Acaso
no salieron a la calle a marchar cuando los políticos estaban en otra? ¿Acaso
no fueron a cagarse de frío fiscalizando? ¿Acaso no fueron a votar? La locura
mesiánica es la leña de la hoguera demagógica.
El país se pintó de amarillo. Pero en esta nación de campaña
permanente, el oficialismo no puede confiarse en que siempre tendrá tanta
suerte de tener una oposición con delirios populistas pero sin poder de
comunicación ni figuras carismáticas limpias de prontuario. Tarde o temprano
aparecen. Si algo ha demostrado la historia es que, cuando nadie está prestando
atención, emerge un líder que no figura en la hemeroteca de cinco años atrás.
No es que uno quiera dar consejos, ya que, si la tuviera tan
clara, no estaría escribiendo de madrugada. Pero viéndola de afuera, el
oficialismo no debería confiarse tanto en la figura carismática de una
gobernadora que se tiene que cargar una campaña para salvar a dos candidatos
que no pueden abrir la boca sin cagarla. Porque parte de ese cambio propuesto
incluye un cambio de mentalidad que choca de frente con el discurso empático de
“la unión de todos”. Con reconstruir un acuerdo pacífico que permita la
convivencia entre individuos que, por sus propias particularidades, son
conflictivos, ya es un buen punto de partida. La desaparición de la división es
un imposible irrealizable y, por ende, fuente de más conflictos, ya que es el
faro que atrae a todos los que buscan un líder mesiánico. La derrota de toda
expresión populista de este domingo debería servir de ejemplo para que la
hegemonía del resultado no se traduzca en combustible para hegemonizar a los
ciudadanos.
Después de todo, el kirchnerismo puede desaparecer y el
peronismo quedar reducido a la identidad de género político de quien dice ser
peronista. El peronismo siempre se reacomoda y se lo puede matar mil veces.
Pero el populismo puede adoptar cualquier nombre, sólo le alcanza una
autoestima destruída, un ego dolido, una voluntad de cordero y un personaje que
sepa redireccionar culpas.
Publicado por Lucca
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