Los que saben leer
entre líneas y no tanto ven ruidos en la relación. Cristóbal López y los amigos
del nuevo poder.
Por Roberto García |
Para algunos exagerados, es la falla de San Andrés, anticipo de
terremotos devastadores.
Otros, más atinados, como no ven esa divisoria entre dos placas suponen
que se trata de una incipiente grieta, tan común a los argentinos. Como si
fuera parte de una moda. Desencuentros de ocasión, pugna transitoria de
intereses, efímeras reyertas.
Pero desde que ayer un editorial de
Clarín vaticinó nubarrones y tentaciones que el Gobierno no debería emprender,
el problema adquirió otro cariz: el diario en un escrito, como si fuera una
fotografía, reveló la existencia de dos territorios diferentes que el más común
de los mortales imaginaba cándidamente unidos hasta el fin de los días. Y,
ahora, cierto espíritu tremendista le puede otorgar carácter de guerra fría o
de litigio semejante al de Cataluña con España,
mientras un observador moderado minimizaría ese conflicto a un barullo
doméstico, temporal.
Lo cierto es que el mensaje de la víspera en Clarín –mil palabras para
justificar apenas una línea final, determinante–, indica que en Dinamarca no
todo huele a perfume francés.
En síntesis, el editorial del diario abunda en la monserga habitual
sobre el apetito voraz que tuvo el kirchnerismo para controlar los medios de
comunicación, la comunicación en sí misma, someter, perseguir y anular
competidores con el propósito supremo de la angurria informativa y de la
opinión. Sin importar, claro, ningún límite. Pero esa descripción conocida y
padecida, incontrastable, concluye con una impensada alerta preventiva, mira
más hacia adelante que hacia atrás.
Dice en otras palabras: hay que evitar que ese espejo nefasto de
dominación se repita en la actualidad, se le ocurra instalarlo a Mauricio
Macri, afecte la libertad de expresión y al mundo libre. Y,
por extensión, hasta encandile a pájaros y ballenas, impida el tránsito
ciudadano, intoxique a la humanidad y modifique el clima. Obvio que estas últimas
consecuencias ambientales corren por cuenta de quien esto comenta, una
derivación humorística para no ignorar que el saludable ejercicio de la memoria
sobre libertades menguadas también confiesa un manifiesto interés
empresario para que no aparezca otro polo mediático a la vera presidencial.
Volver al futuro. Lo que se expuso ayer en Clarín ya había sido registrado por el
Gobierno, al menos entre sus buceadores de significados, especialistas en leer
entre líneas. Propensos, en su faena de archivistas, a concebir fabulaciones o
confabulaciones. Como los Kirchner. Esa maquinaria observaba, por ejemplo, que
se filtraba cierta crítica en la notificación de los índices de pobreza,
tratamiento en los títulos que no había aparecido otros meses.
Más doloroso fue asombrarse ante el comentario de un columnista
dominguero, casi un golpe en la nuca, cuando escribió su amargo malestar ante
un presidente que le entregaba concesiones de obra pública –en el rubro de la
energía– a su “hermano del alma” Nicolás
Caputo (el que, por otra parte, ha vuelto a imperar en la
cercanía de Macri), como si fuera un acto de transparencia universal y no una
semejanza de Néstor Kirchner con Lázaro Báez. Fue un impacto para los sectores
oficialistas que buscan maledicencia periodística y que ni siquiera respetan la
individualidad del autor, considerando quizás que el grupo utilizaba a
su personal más reputado para enviar mensajes de intencionalidad política.
Esa teoría conspirativa se reforzó en la noche del domingo, cuando en Canal 13
uno de los profesionales más avezados y, en alguna medida, un “Estado libre
asociado” al medio, se despachó con enjundia y racionalidad sobre una imprecisa
denuncia que Macri había realizado un par de días antes. En esa ocasión, y
utilizando la palabra mafia como sinónimo de campaña, el mandatario no sólo
aludió a las del narcotráfico o las sindicales; también en su discurso
incorporó a las “mafias periodísticas”. Toda una novedad para esta administración,
en la que no distinguió nombres ni apellidos, historias, empresas ni
representaciones.
Aunque a nadie se le escapa que Macri se refería a alguien en esa
oportunidad. Le faltó, claro, la exactitud de otro columnista
de Clarín que, un par de jornadas más tarde al domingo crítico, con relación a
las investigaciones sobre el gremialista de los porteros y dueño de Página/12,
Víctor Santa María, recordó que en otros tiempos había compartido
intereses con un alter ego del Presidente, Horacio Rodríguez Larreta.
Para los bisoños émulos de Catón colgados del Gobierno, el
editorial de ayer de Clarín fue un lustroso broche. Entienden que confirma
sus sospechas de que la sensible piel de Héctor
Magnetto se ha irritado por cierta inesperada vocación
empresaria del macrismo por integrarse a los tambaleantes medios de
comunicación. Justo los que llegaron al poder despreciando a los medios,
jurando que éstos se habían extinguido y que el reino de la comunicación pasaba
exclusivamente por las redes sociales.
Nuevos vientos. Pero algo cambió y, como se sabe, un simpatizante de Macri en el
negocio de la salud, Claudio Belocopit, ingresó al grupo que piloteaban los
hermanos Vila y Manzano (hoy en proceso de cordial separación). Además, han
sido variadas, por otra parte, las versiones de que otros allegados al
Presidente, desde su primo Angelo Calcaterra hasta el reiterado Nicolás Caputo,
entre otros, se han preocupado para que no cesen ciertas fuentes laborales del
periodismo. En particular, impedir la caída del emporio de Cristóbal López,
núcleo que pugna –como la Argentina– por salir de cierta categoría de
insolvente. Hasta se mencionó a un representante en esa operación
monumental, el intrépido corredor Orly Terranova, un
mendocino que fue candidato macrista y al que se le buscó sin éxito algún tipo
de ubicación en el gobierno (en YPF, por ejemplo).
Se dudaba de que por sí mismo tuviera capacidad para ese salto
empresario. Si bien se aludió a otros capitales, la operación parece
suspendida a instancias de un contralor impositivo que se mostró estricto,
quizás menos que en el caso de OCA o SanCor. Son detalles.
Quizá Magnetto se irrite por estas acechanzas a su viejo e inicial
negocio, y las compare con las atrevidas que se gestaron en los tiempos de
Carlos Menem con el CEI del Citi, Monetta y los Werthein –entre otros– o las
más aviesas y estructuradas de los Kirchner con empresarios pyme que le juraban
fidelidad al relato. Una historia repetida, entonces, en la que se
olvida la tozudez de Magnetto con el poder de turno y por la cual
Macri debería haber consultado a un empresario que lo visita y, hace varios
años, tuvo necesidad de presentarse ante Magnetto como si apelara a un gurú.
Suele comentar: “Cuando entré al negocio gigante de la energía, lo
consulté a Héctor para tener previsiones sobre la conducta del grupo en
relación con mi emprendimiento. Entonces, él me preguntó: ‘Después de esta
operación, ¿te vas a meter en los medios?’ Le dije que no y entonces me
prometió: ‘Si es así, con Clarín no vas a tener problemas’”. Y fue así.
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