Por Carlos Gabetta (*) |
Hace un cuarto de siglo, el que suscribe tuvo el privilegio
de vivir unos años en Barcelona. En una noche de amigos de ese tiempo, escuchó
el indignado relato de una fonoaudióloga, especialista en sordos profundos,
escandalizada porque la Generalitat –el gobierno catalán-catalanista; entonces
encabezado por Jordi Pujol, fundador de “Convergència I Unió”– le había
retirado la ayuda económica a una niña andaluza, ya que le estaba enseñando a
hablar español en lugar de catalán.
O sea, que a una discapacitada grave que en
el mejor de los casos sólo puede aprender una lengua, se pretendía imponerle
una que, incluso en Cataluña, buena parte de la población no habla, mientras
que todos hablan castellano; sin contar su difusión en el resto del mundo.
Con el tiempo y la crisis político-económica española,
europea y mundial, el catalanismo ha devenido un nacional-populismo de los
varios que, con las variantes del caso, proliferan en todas partes. Como los
demás, aprovecha el descontento popular y el desconcierto de conservadores,
liberales y socialdemócratas ante la crisis económica global, para proponer un
repliegue que nadie indica adónde conduce.
En el plano simbólico, se ha llegado al extremo de exigir la
supresión de los nombres Góngora, Quevedo, Machado, etc., de las calles
catalanas. De la idiotez catalanísticamente correcta… En cuanto a los argumentos
“de fondo”, si uno es la probada ineficacia y corrupción de los gobiernos
españoles, tanto de derechas como socialistas, pues habría que comenzar por lo
mismo en la Generalitat catalana, con la familia Pujol a la cabeza, vinculada a
casos de corrupción y a la titularidad de cuentas en varios paraísos fiscales.
No obstante, es cierto que el gobierno español viene manejando tan mal este
asunto, que en pocos años ha logrado dar alas al independentismo catalán más
alocado.
La economía catalana representa alrededor del 20% de la
española; es la primera por PIB nominal de las comunidades autónomas de España
y su PBI per cápita está por sobre la media de la Unión Europea (UE). La
industria representa alrededor del 45% del PBI catalán y el 25% del español, entre
otros datos que dan cuenta de su vitalidad.
Pero ¿qué sería hoy de una Cataluña independiente? No sólo quedaría
fuera de España, sino también de la UE y sin casi posibilidades de reingresar,
porque España se opondría. El 75% de sus exportaciones van a la UE. Fuera del
euro, quién sabe cuál sería el valor de su nueva moneda, o cómo se financiarían
los servicios sociales.
La respuesta a estos y otros interrogantes vienen dándola
numerosas empresas. Más de veinte, entre ellas: CaixaBank, Gas Natural Fenosa,
Aguas de Barcelona y Banco Sabadell, anunciaron el traslado preventivo de sus
sedes sociales fuera de Cataluña. La incertidumbre jurídica debida al proceso
independentista ha generado un “sálvese quien pueda”. Otras, como el Grupo
Planeta, se mantenían a la expectativa. Los bancos, por su parte, han
facilitado a sus clientes las llamadas “cuentas espejo”, es decir con domicilio
en Cataluña pero funcionamiento concreto en ciudades como Zaragoza. Los
jubilados y ahorristas, incluyendo a los independentistas, temen encontrarse de
un día para otro cobrando o en posesión de “catalans” en lugar de euros…
Al escribirse este artículo, el miércoles 11-10, el líder
Carles Puigdemont se ratificaba en sus propósitos, pero en los hechos
retrocedía, para escándalo del independentismo intransigente, al convocar al
gobierno español “a negociar para resolver el conflicto”. En fin, que cualquier
cosa podía ocurrir, pero para lo que aquí interesa, no se trata de negar la
preservación de una cultura y una lengua ricas y de larga historia (seis de las
17 autonomías de España tienen otra lengua cooficial), sino de denunciar
propuestas demagógicas y oportunistas sin porvenir y que van contra el sentido
integrador de la civilización.
(*) Periodista y escritor (Desde Barcelona)
0 comments :
Publicar un comentario