Por Carlos Ares (*) |
Este domingo hay elecciones y en ocho días más se van a
cumplir 34 años desde que votamos tras el fin de la dictadura en 1983. El
presidente electo, Raúl Alfonsín, aseguraba entonces: "Con la democracia
se come, se educa, se cura". Treinta y cuatro años. Ocho de los radicales,
–dos de ellos en Alianza con el Frepaso– veinticuatro del peronismo y dos que
lleva Cambiemos.
En el mismo período –con condiciones económicas favorables
durante gran parte de esos años– la cantidad de personas pobres se redujo en
todos los países de la región. Menos en uno. En Argentina aumentó, del 18,5% en
1983 al 30% en 2016. Se estima que el índice 2017 sería del 28%.
En otros órdenes, algo se logró. Ahí están los reclamos,
continuos y sostenidos, en defensa de los derechos humanos, El Juicio a las
Juntas, las concentraciones contra los alzamientos "carapintadas", la
continuidad de los procesos y las condenas a los militares responsables, las
movilizaciones por la muerte del fiscal Nisman, contra los femicidios, por
Kosteki, Santillán, Mariano Ferreyra, Julio López, Santiago Maldonado. Pero no
da ni para consuelo frente a quienes pasaron, y pasan, en condiciones miserables
los mejores años de su vida.
Cada uno podría hacer su propia lista de fantasmas que lo
persiguen. Políticos, empresarios, sindicalistas, ratas y ratones en banda que
le han hincado los dientes al queso del poder. Algunos amparados en el voto
popular, la mayoría colgados de ese voto en listas sábanas, otros elegidos por
representantes de ese voto y, abajo de ellos, cientos de matones, de cómplices,
de lameculos que, al cabo, se revelan como tales. Ante la decepción, con el
resultado puesto, haciéndonos trampas al solitario, podríamos alegar el
"yo no los voté", sin que se pueda demostrar lo contrario. Siempre es
un alivio descargar, frente a los demás, en las redes, en los foros, la parte
del fracaso que nos toca y evacuar los intestinos en ellos. ¿Pero con eso qué?
Ganes o pierdas, estás adentro, somos lo que votamos. ¿De
qué se trata, cada vez, sino de confiar en quién, por razones a veces
inexplicables, te cae mejor, te parece más sincero, honrado, decente? Cada
tanto te convocan para que convalides, o no, con la acción de votar, la gestión
de los asuntos públicos y el acuerdo de convivencia que pactamos en la
Constitución. Es, además, un acto simbólico donde se asume la parte de
responsabilidad que te toca por lo que elegís. Y ahí vamos, un domingo, a dar
forma a la voluntad del conjunto. Una vez hecho el recuento, somos eso: un poco
de éste, otro poco de aquél, un poco de "tiene razón" acá, otro poco
de "me parece bien" allá, partes de una verdad siempre inasible a
perseguir.
Si uno dice, como si recitara, nombres de protagonistas que
han sido responsables y defraudaron el mandato de la esperanza, porque no
quisieron, porque no pudieron, por acción, omisión, estafa ideológica, mala
praxis, malversación de fondos, robos escandalosos o delitos varios, la tira de
los créditos al final de la película vista hasta ahora sería interminable.
Pero, ¿alcanzaría esa lista de culpables, muertos, absueltos
o procesados aún no condenados, para entender cómo fue posible que la trama de
lo que se cuenta en plata, de lo que mintieron, de lo que se llevaron, en
ilusiones y en dinero en efectivo, dejara semejante tendal de millones de
personas que viven en estado miserable y de otros tantos millones en estado de
resignación, o de indignación e impotencia?
Y aún así, aquí estamos y allá vamos otra vez, un domingo
más. Celebrando nuevamente la oportunidad de espantar a los fantasmas de la
pesadilla con el voto. Confiando al fin en que la democracia también es eso. Un
caudaloso río de deseos que se depura a medida que va golpeando contra las
piedras. Me dirás: todavía hay muchos
responsables del pasado bajo la sábana de las listas –Scioli, Felipe
Solá, De Mendiguren y tantos otros–, y en efecto, allí están. Pero ya sabemos
que en esta casa común siempre habrá alguno. No hay que temerles. Le sacás la
sábana y no existen.
(*) Periodista
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