Por Marcos Novaro
¿Qué fue lo que llevó a los mapuches de RAM a mentir sobre
la suerte de Santiago Maldonado y lo que había sucedido en el río Chubut el
primero de agosto de este año? Ante todo seguramente su afán por victimizarse,
presentar a la Gendarmería como una salvaje fuerza de ocupación que despreciaba
todos sus derechos, reales o imaginarios.
Algo que venía como anillo al dedo
ahora que se los señalaba desde el Estado y la escena pública como un grupo
violento, inclinado cada vez más sistemáticamente al terrorismo. Y también una
buena dosis de indiferencia hacia ese joven huinca y su familia: finalmente no
era tan "cumpa" como le habían hecho creer, se lo podía usar y
desechar. El sufrimiento extra que la mentira pudiera acarrear no pareció
disuadirlos.
¿Qué fue lo que llevó a los dirigentes de derechos humanos
que tomaron el caso en sus manos a abrazar con fervor la tesis de la
desaparición forzada y descartar de plano cualquier otra posibilidad? Ante
todo, sus propias necesidades políticas. Se acercaban las elecciones y su
proyecto partidario, el que creían y siguen creyendo imprescindible para seguir
existiendo como actores relevantes de la vida nacional, estaba por enfrentar un
desafío mortal en la figura de Cristina Kirchner candidata. Había que probar
que lo que ella y sus seguidores venían diciendo, que Macri es la continuación
de la dictadura por (apenas) otros medios, era cierto. Y Maldonado cayó también
como anillo para esos dedos.
Se sumó probablemente también para algunos de esos albaceas
de la memoria y pedagogos de la repetición en nuestra historia el afán de
emular a sus ancestros. Más de uno pensó que le llegaba su oportunidad de
escribir su ¿Quién mató a Rosendo? Y no iba a dejarla pasar.
Una vez lanzada la denuncia por los "testigos" de
RAM, con sus distintas versiones sobre camionetas, unimogs, golpes y secuestro,
Horacio Verbitsky trazó las líneas troncales del relato en un artículo de
Página 12, del 7 de agosto, que sería decisivo: " Macri ya tiene su
desaparecido". Allí ya está todo. Los funcionarios de Patricia Bullrich
supuestamente montando la conspiración, lo que se da por probado simplemente
porque un secretario estaba en Esquel y había sido abogado en un estudio que
defendió a represores. Demostrado. El uso de las camionetas de Gendarmería y el
movimiento de los efectivos durante el desalojo de la ruta, en medio de una
desordenada persecución y escaramuzas de piedrazos propios de una pelea entre
hinchadas de fútbol, de lo que se extraen datos sueltos sobre efectivos que se
acercan al río, vehículos que van para un lado y otro, filmaciones que se
interrumpen y testimonios contradictorios para abonar la tesis de la detención
y el ocultamiento. Convirtieron los vicios de una fuerza de seguridad por demás
desprolija y chapucera en señas finamente develadas de una trama siniestra
perfectamente planificada. Demostrado. El operativo de desaparición forzada se
había consumado.
A continuación entraron en escena los abogados de organismos
como el CELS y la APDH que prepararon a los testigos. Lo que debió ser en
particular complicado en el caso del llamado "testigo E", el único
que realmente había estado con Maldonado durante las corridas, se separó de él
en el agua y debió imaginar lo que había sucedido. Matías Santana no debió en
cambio revestir mayor dificultad porque su disposición a abonar la fábula a
como diera lugar estuvo desde el comienzo fuera de duda. Pero "E"
debió ser un caso distinto. Lo más probable es que contara demasiados detalles sobre
cómo se había separado de Maldonado cuando a éste se le agotaron sus fuerzas,
lo que le habían dicho sus colegas de RAM desde la otra orilla, que lo dejara
ahí, lo que había pasado y había visto a continuación. ¿De cuánto de todo eso
se enteraron sin querer los abogados de derechos humanos y ocultaron ex profeso
en la transcripción del testimonio, o se abstuvieron de comentar siquiera con
la fiscal y los jueces de la causa? ¿Fueron ellos los que incentivaron a
"E" a mantenerse en segundo plano, para dejarlo hablar a Santana que
era más funcional al relato ya establecido de lo que había pasado? ¿Fue por eso
que el testimonio de "E" fue minimizado cuando se presentó la
denuncia ante la CIDH para que ella lo reconociera como un caso indubitable de
desaparición y reclamara en esos términos al Gobierno?
La recolección de testimonios había sido hasta entonces un
oficio cuidadosamente cultivado y muy honrosamente preservado como activo de
los organismos. Desde los años setenta. Fue el instrumento decisivo con el cual
en 1979 esa misma CIDH, con ayuda de algunos de estos organismos locales,
lograron contraponer los hechos de los secuestros y las desapariciones a la
batería de fabulaciones con que los militares del Proceso querían ocultar sus
crímenes: supuestas fugas del país, autosecuestros, ejecuciones disciplinarias
dentro de la propia guerrilla, etc.
Pero toda tradición puede echarse a perder. Ahora, como
tantas otras cosas, se trastocó en su opuesto: la fabricación de una fábula, la
de que Maldonado había sido detenido, golpeado y subido a un vehículo de
Gendarmería. Para lo cual hubo que poner especial cuidado en ocultar los flecos
de la mentira que podían escapárseles a los "testigos": cómo habían
logrado ver todo eso, cuántos gendarmes, en qué vehículo, etc.
Inventar algo así y que parezca verosímil no es soplar y
hacer botellas. Los militares procesistas podrían haber dado prueba de ello, si
es que estos abogados hubieran querido recoger sus testimonios y aprender de su
experiencia. Requiere de una atención obsesiva a los detalles, y pese al esmero
que pusieron estos organismos cultores de la memoria, las versiones pronto se
revelaron contradictorias. Así que hubo que agregar más fabulación:
binoculares, caballos al galope trepando por la montaña y demás. Pero no
importó, porque el programa estaba trazado desde el comienzo y era indubitable,
lo había provisto el presidente del CELS y no tenía sentido dudar de él.
Mientras tanto la maquinaria de la movilización y la polarización política
ofreció la cobertura que hacía falta: cualquier duda o explicación alternativa
era parte de la "campaña de encubrimiento y negación".
¿Hasta cuándo? Según parece un directivo del CELS llamó días
antes de que todo se derrumbara a un ministro para hacerle una confesión:
"Los mapuches metieron la pata". ¿Desde cuánto tiempo antes lo sabía
o lo sospechaba? ¿Esperó hasta el final en la esperanza de que nunca se supiera
la verdad, sólo quedaran versiones y sobrevivieran entonces las peores
sospechas? ¿También en la expectativa de que la familia de Maldonado seguiría
ayudando, poniendo el cuerpo y el dolor que hiciera falta para mantener a flote
el relato de la desaparición? La figura de la víctima, como se sabe, ha servido
para muchas cosas entre nosotros, pero tal vez nunca como en este caso se había
usado tan alevosamente a costa de las víctimas de carne y hueso.
¿Pero qué clase de víctimas había ya a esta altura en el
caso Maldonado? ¿Y quiénes eran sus victimarios? El Estado le falló, no sólo al
propio Santiago al responderle piedrazo por piedrazo, sino a la familia al
tardar tanto en despejar la paja del trigo de las versiones y encontrar el
cuerpo. Pero también les fallaron a todos ellos los organismos de derechos
humanos al colaborar en la fabricación de una fábula que sumó infinito dolor a
la tragedia y ha contaminado la memoria de un hombre y sus seres queridos. Y le
fallaron por sobre todos los que él creyó amigos en RAM, que lo dejaron tirado
en el río, se desentendieron de su suerte y después de muerto siguieron
usándolo para sus exclusivos fines. Todo un digno colofón para un proyecto y
una época que se llenó la boca con la palabra "derechos" y no hizo
más que destruir las condiciones básicas para que rigieran las mínimas
garantías al respecto.
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