Por Ernesto
Tenembaum
Un recurso clásico del liderazgo político consiste
en generar expectativas de futuro. Un líder que reconoce que su destino es una
lenta agonía seguramente acelere ese proceso porque sus seguidores buscarán una
perspectiva algo más feliz. En ese sentido, Cristina Fernández de Kirchner hizo
algo muy lógico el domingo por la noche, cuando calificó su propio resultado
electoral como "una hazaña", interpretó que la sociedad la eligió a
ella y no a otros como articuladora de la oposición y culminó con un muy
sincero "esto recién empieza, aquí no termina nada".
Pero una cosa es lo que un líder tiene que decir
para mantener a sus seguidores cerca y otra muy distinta la descripción de la
realidad que surge de los datos objetivos.
Es cierto que Unidad Ciudadana creció marginalmente
respecto de las elecciones de agosto. Pero, al final de todo el proceso, a
Cristina le fue peor en estas elecciones que al maltratado Daniel Scioli en
2015. Scioli le ganó por siete puntos a Mauricio Macri en la provincia de
Buenos Aires. Cristina perdió por cuatro con Esteban Bullrich.
Desde que Cristina asumió el poder, en el año 2007,
el peronismo perdió cuatro de las cinco elecciones a las que se presentó: nunca antes había
pasado eso en su historia, es un verdadero récord. Una y otra vez, con los
mismos métodos, su liderazgo lo guió hacia la división y la derrota.
Mauricio Macri, desde 2007, la enfrentó 5
veces en la Capital con una fuerza propia, cuatro veces en la provincia de
Buenos Aires con candidatos propios o apoyando a otros, como Francisco De
Narváez y Sergio Massa, y una vez a nivel nacional.
Siempre le ganó.
No hay ningún contraejemplo.
En 2011, al desatarse el huracán de simpatía hacia
Cristina, luego de la muerte de Néstor Kirchner, Macri eludió el combate.
"No podés competir contra una viuda", dicen que le dijo Durán Barba.
Es como si la tuviera medida. Conoce sus errores,
sabe utilizar para su beneficio la brutalidad de sus métodos y le gana, hasta
ahora, siempre.
En el 2015, el discurso del kirchnerismo sostenía
que el problema era que Cristina nunca había sido candidata. Macri nunca le
había ganado a Cristina sino a Filmus, a Insaurralde, a Aníbal Fernández,
Daniel Scioli y otros personajes menores. Pero a ella nunca.
Ese mito se terminó el domingo, cuando la derrotada
fue Cristina Fernández de Kirchner y no por Macri sino por un candidato que no
era de los más fuertes de su sector.
Cristina no perdió la elección de ayer porque
confrontó con los poderes concentrados sino porque, en una decisión
inexplicable, no le concedió la interna a Florencio Randazzo. De haberlo hecho,
el Frente para la Victoria habría ganado las PASO y desde allí se habría
generado un clima político que, tal vez, habría terminado el domingo en una
victoria de Unidad Ciudadana. "No va a discutir con quien fue su
ministro", fue la explicación que dieron los suyos.
Esa pequeña anécdota en la que una decisión
inexplicable provoca un daño severo se repitió infinidad de veces desde que
Cristina asumió en la Casa Rosada. En ese entonces, el lejano 2007, Hugo
Moyano, Emilio Pérsico, Alberto Fernández, Sergio Massa, Julio Cobos, Martín
Lousteau, Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota, Florencio Randazzo, Juan
Manuel Abal Medina, Emilio Monzó, Felipe Solá, el "Chino" Navarro,
Daniel Peralta, Mario Ishii, Julio Piumato, eran kirchneristas. La CGT, unida,
respaldaba al oficialismo y, dentro de su círculo de influencia, se hallaban
gran parte de los medios de comunicación, entre ellos el grupo Clarín. La
dirigente que se ofrece para liderar la unidad opositora es la misma que
dinamitó esa poderosa construcción heredada.
A la vuelta de todo esto, al kirchnerismo le queda
una sola arma, cada vez más débil: ella misma. Tal vez haya sido un objetivo buscado. El
recorrido de Cristina revela siempre ese patrón: en el centro de todo
está ella misma y nadie más. Justamente por eso, también lo está en el
centro de su debacle, y por ende en la del kirchnerismo: están sus obsesiones,
sus evidentes límites, sus déficits de formación política y económica, sus
arrebatos de humor, la ambición de un liderazgo eterno, el insulto a los otros
siempre a flor de piel, su intensidad, su paranoia y la pasión recurrente por
la primera persona del singular.
Desde el cepo cambiario a la discusión con un
abuelito "amarrete", desde el conflicto personal y sostenido con la
prensa hasta la fallida elección de candidatos para cargos claves, desde las
cadenas nacionales que solo servían para alejar votantes hasta las mentiras
sobre el funcionamiento de la economía o la persecución a Carlos Fayt, desde
los evidentes casos de corrupción hasta la elección de César Milani, la cadena
de daños innecesarios es interminable.
Si enfrente tiene un poder arrollador, con más
razón alguien no debe cometer errores. Pero, con este estilo, posiblemente esa
persona pierda hasta un solitario.
Dados estos antecedentes, en la Casa Rosada ayer
tenían otro motivo para celebrar: quien se proclamó como la gran opositora al
Gobierno es la misma persona a la que, una y otra vez, derrotaron, el regalo del
destino que le permitió, en gran parte, a Macri transformarse en el imprevisto
nuevo líder político de la Argentina.
Dice CFK que el pueblo eligió al tipo de oposición
que ella propone. En principio, la verdad es que eligió, por magnitudes
sorprendentes, al Gobierno que ella denuncia. Pero, por otro lado, la oposición
que ella propone es la que se resume en el simbólico "Macri,
basura, vos sos la dictadura". Tras esa idea equivocada muchos
militantes insultaron a Macri, le tiraron huevos, lo acusaron de desaparecer
personas, le agitaron el helicóptero una y otra vez: ahí están los resultados.
Es opinable si se trata de la oposición preferida
por la sociedad. Lo que es claro es que con ella, con Cristina, con su estilo
opositor, Macri se hace un banquete.
Ella, mientras tanto, apenas logra prolongar la
agonía y acumular derrotas que, algo lógico en cualquier líder con problemas,
presenta como hazañas y epopeyas.
© Infobae
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