Por Manuel Vicent |
Todos los himnos
nacionales están cargados con la pólvora de unas letras fatuas, violentas e
incluso sanguinarias. Cuando suenan en los estadios al iniciarse un encuentro
deportivo internacional los jugadores de cada equipo abrazados por los hombros
en la cancha las entonan, unos con ardor, otros con desgana, y entre ellos siempre
hay uno que oficia de gran patriota, al que solo le falta aporrearse el pecho
como un gorila en celo mirando hacia lo alto.
En La Marsellesa se pide que la sangre impura inunde
nuestros surcos; los germanos gritan: “Alemania sobre todo el mundo”; los
británicos exclaman: “Oh, señor, nuestro Dios, levántate y dispersa a los
enemigos”; “Listos para morir, Italia llama a sus hijos”, cantan los italianos;
los norteamericanos con la mano en el corazón invocan la tenebrosa lucha, el
rojo fulgor de los cohetes, las bombas estallando en el aire; y en Els segadors, para no ser menos, se anima a
defender a la patria catalana con golpes de hoz.
Por fortuna el
himno español no tiene letra. Nada hay más elegante que permanecer con la boca
cerrada ante esta clase de versos crueles elaborados por poetas mediocres, que
llaman a degollar al enemigo.
Mas cuando ya
parecía que ese himno, hasta ahora en poder de la derecha, empezaba a ser
emocionalmente aceptado por la izquierda a través de los éxitos deportivos, la
reacción contra el independentismo catalán lo ha puesto de nuevo al servicio de
un españolismo en algunos casos rancio y muy burdo, servido por una
testosterona de muy baja calidad.
Ahora la letra del
himno español la constituyen, por un lado los infames abucheos de los
independentistas en los estadios y por otro los mazazos de Manolo el del bombo y los gritos de ¡a por ellos!, bajo el
amparo del toro de Osborne, una marca de coñac, estampado en la bandera
nacional. Los dioses ciegan a los que quieren destruir.
© El País (España)
0 comments :
Publicar un comentario