Por Daniel Muchnik
(*)
Cada generación paga sus precios. Los abuelos vivieron en
una Argentina que del crecimiento acelerado pasó a sentir un freno lento que
luego se volvió estridente. Los años 30 fueron tristes, pese a que los
considerados “infames” por frustrar los momentos electorales hicieron muchas
obras.
La red de caminos la crearon ellos. Los grandes edificios públicos en la
Capital los inauguraron ellos. De ellos surgió la propuesta de apurar un
desarrollo industrial de substitución cuando el conflicto mundial se nos venía
encima.
Los cuatro primeros años del justicialismo (1946-1950)
permitieron el jolgorio y la esperanza. Y se dio la mejor distribución del
ingreso, irrepetible, entre los trabajadores.
Pero esa racha fue cortada abruptamente por la pérdida de
reservas del Banco Central y luego una sequía que quebró la producción de
cereales. Era otra Argentina, la de 20 millones de habitantes que podían vivir
de los frutos de la tierra. El mundo vivía un equilibrio por la Guerra Fría y
la bipolaridad. Las dos partes en pugna parecían entenderse. Los abuelos
volvieron a presenciar o a participar de un odio absoluto entre peronistas y
antiperonistas. No hubo tregua. La revolución del 55 mostró un resentimiento
sin límites. Perón dejó las cuentas oficiales en rojo y una tensión en la
sociedad que no acabaría por muchísimos años.
Después sus hijos, nuestros padres, encararon proyectos
distintos. O la resistencia armada contra el sistema o avalar la estrategia
desarrollista de Arturo Frondizi y entusiasmarse con un cambio decisivo a
través de la industrialización imprescindible del país y el autoabastecimiento
petrolero. No pudo ser. Los militares, convertidos más que en un factor de
poder en un verdadero partido político, le hicieron a Frondizi 32 planteos y lo
echaron. Otro golpe de Estado sucedería a los cuatro años, cuando volvieron a
aparecer los nacionalistas y corporativistas que en la década del 30 habían
coqueteado con la extrema derecha.
Aunque más allá del todo, la década del 60 fue pletórica,
inolvidable e irrepetible. Brillaban los artistas, los centros culturales, las
exposiciones, el periodismo escrito, los bares bohemios, la magia de la
cultura, las costumbres más liberales y la pastilla anticonceptiva. Sin
embargo, a fines de los 60, después del Cordobazo, una explosión de protesta
sindical-estudiantil brotó y luego se expandieron los grupos armados, que
buscaron la toma del poder utilizando la violencia extrema.
Los años 70 fueron años invivibles para muchos, con la
actuación de la guerrilla, la agudización de una crisis económica que
estallaría en el Rodrigazo y una falta de estabilidad creciente en la vida
privada. Terminó y al mismo tiempo empezó con la dictadura militar de 1976, con
sus aires triunfales y sus crímenes atroces, en medio de una impunidad única.
Ese tiempo terminó con el fracaso en la Guerra de las Malvinas, que forzó la
muerte de miles de argentinos.
Los 80 trajeron la democracia pero también la falta de
resolución de la problemática económica. Los 90 fueron una ficción, la de la
convertibilidad, un engaño que permitió que los argentinos conocieran el mundo
mientras el país se fundía paso a paso.
El 2000 consagró la “grieta”, un país donde uno de cada tres
ciudadanos ingresó en la total pobreza, un manejo económico que terminó en
fracaso, más un manejo político que se asemejó a una autocracia.
Ahora, los descendientes de aquellos abuelos y de aquellos
padres idealizan los momentos en los que sufrieron sus antepasados. Leen lo
indispensable, los métodos educativos han fracasado, los celulares y las
notebooks son la única referencia, muchos creen a pie juntillas que el único
proceso válido es el populismo. El lenguaje se ha jibarizado, las relaciones
humanas son más frágiles y distintas a las conocidas, hay conciencia de que los
viejos tiempos no volverán. Es el reino de lo imprevisible.
(*) Periodista y escritor
0 comments :
Publicar un comentario