sábado, 9 de septiembre de 2017

POR QUÉ ESCRIBIR

Por Carlos Ardohain

Escribo contra la corriente, porque escribir significa creer todavía en algo, porque si no lo hiciera 
la pulsión de muerte me arrastraría, me pasaría por arriba, me borraría del mapa.

Escribo para no ser escrito.
—Fogwill

Escribir puede ser más difícil que vivir. Esa dialéctica especular: el arte imita a la vida, la naturaleza imita al arte, refleja ese misterio: una relación difícil. Un amor imposible. Dos términos demasiado grandes, no hay ecuación que pueda resolverse así, todo es y no es a la vez. Nada es lo que parece.

El arte es más grande que la vida, la vida es más grande que el arte. Lo único que parece grande de verdad es la muerte, que estaba antes y estará después, estos dos términos son el mientras tanto, el ahora, pero… ¿no es al final lo único que importa, que merece la pena? ¿No es el único lugar, el único tiempo en el que de verdad estamos? ¿Acá, ahora? ¿Y después? Rasgado el velo, ¿Satori? ¿Nirvana?

Escribo contra la corriente, porque escribir significa creer todavía en algo, porque si no lo hiciera la pulsión de muerte me arrastraría, me pasaría por arriba, me borraría del mapa. Escribo para no arrepentirme de no hacer, para interpelarme, para sacarme la máscara y dar la cara por mí, para prolongar la función más allá de los bostezos del público postergando indefinidamente el acto final. Para sospechar que pasado un tiempo vos estarás leyendo y tomando posición o teniendo una opinión acerca de este texto; llegado a este punto pensarás: otra vez el recurso de interpelar al lector, pero aún así no podrás dejar de leer, porque si lo hicieras el texto moriría y esta relación autor-lector dejaría de existir instantáneamente. Escribo como quien construye una máquina inefable, un mecanismo preciso cuya función no se conoce todavía y puede que no tenga ningún provecho. Escribo sabiendo que será inútil pero lo haré de todos modos, añorando la alegría de los que saben o creen que todo es un sueño, que nada merece ser tomado en serio, que el tiempo no existe. Escribo porque es un acto físico y para mí es igual que dibujar. Un trayecto, un itinerario, un paisaje, casi un retrato. Porque creo que la palabra tiene poder, materializa y concreta, puede sanar, revelar, ser transformadora. Escribir es hablar en silencio. Es económico, mínimo, verdadero. Implica no estar solo. Escribo porque todavía soy capaz de amar.

Y también, claro, para no morirme nunca, para creer o suponer que la muerte no existe, o que uno la puede burlar. Para morirme pero quedar. Para dejar herencia. Para dejar huella. Por placer y porque sí. Para investigarme, bucearme, aprender de mí viéndome desde afuera. Para cantar de otra forma, ya que para cantar cantando la voz no me da. Para enamorar y a su vez enamorarme de mí. Para trabajar mi parte mejor. Para cambiar de opinión todo el tiempo, cada vez que escribo. Para ser. Para ir. Para reír. Para no explicar nada. Para explicarlo todo. Para caminar al revés. Para volar por el suelo. Para musicar sin sonido. Para cuestionar el sentido. Para parar la lluvia. Para no ser ingenioso ni ocurrente. Para no parar de buscarle sentido a la cuestión de buscarle sentido a la cuestión. Para averiguar cuál es la cuestión que tiene sentido. Para intentar que el tiempo avance para atrás. Para pasar al otro lado del espejo. Y del otro lado volver a pasar al otro lado. Para entender que no hay nada que entender. Para parar el mundo. Y no bajar. Para dejar de hablar. Para ver qué pasa. Para espejar.

© Revista Replicante / Agensur.info

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