Por Manuel Vicent |
En la tragedia
griega cuando el héroe se encontraba abocado a una suerte agónica sin posible
solución aparecía en escena un actor trasportado por una maquinaria
representando a una deidad. Situado en un lugar de dominio, relevancia y poder,
desde lo alto de ese tinglado con voz tronante pronunciaba un oráculo y gracias
a su veredicto favorable el destino del héroe derivaba hacia un final épico y
feliz. Deus ex machina, se llamaba este recurso
dramático.
El pesimismo nos
obliga a pensar que la política española se desarrolla hoy como un intenso
drama en el que los dos oponentes, el Gobierno del Estado y el de la
Generalitat, están condenados a una destrucción mutua sin que esté prevista una
solución que salve a los contendientes en el borde del precipicio.
Como parece
evidente que los personajes de este guión no son capaces de salir de este
maldito embrollo, me pregunto si existe en España un gran estadista con
indiscutible prestigio y autoridad que pueda descender como un Deus ex machina con gran aparato escénico sobre
este campo de batalla. La respuesta es no.
Ignoro si el
momento político que vive hoy España merecería el genio de Sófocles para
expresarlo como una tragedia o más bien el humor corrosivo de Aristófanes para
describirlo como una tragicomedia en la que el independentismo catalán se
parezca a un pulpo que ha salido de una pecera y no hay Deus ex machina con suficiente poder ni talento para introducirlo
de nuevo en ella.
Como quiera que
acabe este desafío al Estado de derecho por parte de la Generalitat las
consecuencias son claras, irreversibles y envenenadas: en el mejor de los
casos, las hipotéticas urnas engendrarían un feto político sin viabilidad
posible, pero es seguro que entre la sociedad española y catalana, con sus
facciones políticas, banderas, lenguas y culturas, el odio durante décadas está
garantizado.
© El País (España)
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