Por Javier Calvo
Las imágenes surgen algo chocantes. El Presidente se muestra
tomando helado en Tucumán, de yerba mate. La ex presidenta se muestra
compungida en una misa, portando una foto que ya es emblema. Profesionales del
desquicio muestran cómo un acto multitudinario y en paz puede mutar varias
horas después a un post epílogo violento. Todas estas fotos son del mismo día,
el viernes 1.
A ninguno de ellos parece importarle realmente dónde está
Santiago Maldonado. Ni la búsqueda de la verdad, lo que es peor.
El helado de Macri simboliza una suerte de negacionismo que
abrazó el Gobierno respecto del caso. Como si el Estado y los que ejercen
circunstancialmente el control de uno de sus poderes no tuvieran
responsabilidad alguna para esclarecer qué pasó y cómo hallarlo.
La ejecutora más visible de esa lógica gubernamental fue la
ministra Patricia Bullrich. Se podría entender desde que de ella depende la
fuerza apuntada, la Gendarmería. Pero una cosa es el respaldo político a un
grupo de subalternos y otra es redoblar la apuesta y poner las manos en el
fuego por ellos. Se puede quemar.
En los últimos días y al ver que esa estrategia se le empezó
a volver en contra, el Gobierno corrió de la línea de choque a Bullrich y puso
a Garavano, ministro de Justicia, y al secretario de DD.HH., Avruj, al frente
de la posición oficial. Lo primero que hicieron fue lo que deberían haber hecho
hace un mes, cuando se reportó la desaparición de Santiago: recibir a su
familia.
Ahora, tomar estos errores o la pésima idea de que el Estado
no tiene por qué ocuparse de encontrar a Maldonado (Poder Judicial, ¡teléfono!)
como un virtual regreso de la dictadura ofende nuestra inteligencia. También la
memoria.
Cristina Fernández de Kirchner y muchos de sus adherentes
creen que encontraron en el caso Maldonado la oportunidad de estigmatizar
definitivamente al macrismo como el regreso de la represión. Así, detrás de la
legítima demanda social de esclarecimiento (que el oficialismo equivoca al
adjudicarla en exclusiva al kirchnerismo), CFK lo usa en clave electoral.
Resultó patético –y triste– que el armado que montó en una
misa de Merlo por Maldonado se desnudara como una simple e interesada
escenografía, cuando la madre de una víctima de la tragedia de Once se acercó a
interpelarla. Hay omisiones que siguen doliendo.
La ex presidenta tiene una maestría en el uso de causas
nobles en beneficio propio. A lo largo de los 12 años que gobernaron, su marido
y ella se apropiaron de banderas que nunca habían desplegado. Y acogieron a
diversos grupos sociales, como los de los organismos de derechos humanos, que
siempre se sintieron huérfanos de la contención estatal. El precio fue alto.
En esta disputa donde, insisto, parece que no importara la
verdad y sí lo que conviene, aparecen actores de reparto que aportan su granito
de arena a la confusión general. Y, en ciertos casos, camiones llenos de arena.
A la cuestión aborigen en general y a la mapuche en
particular, plagada de complejidades, se suman los dudosos procedimientos de
las fuerzas de seguridad y de inteligencia. Miembros de estos dos sectores, con
la esmerada colaboración de los violentos de siempre, pretendieron empañar una
concentración tan masiva como democrática, pese a la intolerancia de un puñado
de sus participantes.
Como viene sucediendo desde hace años, los bandos en pugna
cuentan con un inestimable respaldo de medios y periodistas adictos.
Negacionistas y aprovechadores reclutan comunicadores que toman postura,
defienden posiciones sin matices y divulgan informaciones falsas o rumores sin
confirmar que sólo contribuyen a ratificar su posicionamiento. Y el de sus
audiencias, que reducen sus capacidades de debatir con racionalidad
pensamientos diferentes.
Que un diario haga tapa casi todos los días con Santiago
Maldonado o que dos no lo hagan casi nunca y lo cubran desde Policiales o
Sociedad, salvo cuando hay incidentes dos horas después del acto del viernes,
son apenas botones de muestra de una locura comunicacional que se
retroalimenta. Medios audiovisuales, webs y redes sociales multiplican la
sinrazón. Hay excepciones, claro. Pocas.
En medio de este fuego cruzado de intereses y conveniencias
hay una familia y una sociedad que reclaman saber dónde está Santiago
Maldonado. Por eso, cuando da la sensación de que vale todo y que abundarán
nuevos intentos de embarrar la cancha, convendría detenerse en no olvidar que
hay que buscarlo y saber qué pasó con él. La verdad, nada menos. No importa a
quién le convenga. Es lo que necesitamos.
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