Por Pablo Mendelevich |
La cuestión, al final, siempre es la de los medios y los
fines. Dicho en forma más precisa, el punto en el que los medios, cualesquiera
fuesen, se justifican en la medida en que hay un objetivo superior, tan elevado
que hasta desarrolla estatura de divinidad. Si se trata de la liberación, por
ejemplo -véase la aureola épica del vocablo-, todo o casi todo es válido para
lograrla. La liberación no puede esperar.
Estamos hablando de la liberación del
pueblo, obvio, no de la de una calle cortada ni de la de un preso que ganará
lastimosa fama al reincidir con los mismos crímenes. Tampoco de la liberación
de la economía, que por extraña razón corresponde a un pensamiento situado en
la vereda de enfrente de la de los devotos de la liberación a secas. Acá es
liberarse del yugo imperialista, digamos, de la sinarquía internacional, los
cipayos, los buitres, en fin, ya se sabe, todos los que impiden que nos
desarrollemos de una buena vez.
Se dirá que hablar de liberación en clave peronista es un
viejazo. Que lo de liberación o dependencia ya no corre más, mucho menos la
otra versión, la trágica, liberación o muerte. Sin embargo la palabra
liberación, abrazada cual destino de ensueño, resonaba hasta ayer nomás en los
patios de la Casa Rosada entonada por las juventudes cristinistas delante de su
líder, entonces la presidenta de la Nación, a quien semejante ofrenda
congratulaba.
¿Pasó de moda ese estilo vintage K? Porque no era la primera
vez que la promesa de liberación reverberaba en los oídos marmóreos aunque
estropeados del busto de la República, que por culpa de su privilegiada
ubicación en el Salón Blanco perdió de muy joven la capacidad de sorprenderse.
Cuatro décadas atrás el Tío Héctor Cámpora había celebrado el eco de cánticos
similares, si bien compuestos sobre un programa de acción política bastante más
agitado y severo, dramático, que no consistía en denunciar enemigos sino en
eliminarlos.
Igual que esas bandas y trovadores que salen de gira y
archivan viejos éxitos para no fatigar a sus fans ni a ellos mismos, el
cristinismo guardó la partitura "Cristina corazón, acá tenés los pibes
para la liberación". Ella hasta pudo olvidarse del tema, como olvidó -la
neurología es sabia- la explicación que le dio al país su jefe de Gabinete
Aníbal Fernández acerca de que en Alemania había más pobres que la Argentina
kirchnerista. El repertorio se renovó merced al hit "Macri basura, vos sos
la dictadura", con cuya letra la ex presidenta dice ahora no estar de
acuerdo, aunque se descuenta que sí con la música, ya que nunca le molestó que
sus pibes lo entonasen en los actos con sostenido entusiasmo a pocos metros de
donde ella entrega sus verdades. Salvo que sus oídos estén tan atrofiados como
los del busto de la República.
Sobresale entre aquellas verdades la de que en la Argentina
pasa lo mismo que en Venezuela, no hay estado de derecho. Una incomodidad, no
sólo para quien tiene que estar yendo a tribunales a atajar imputaciones y
procesamientos sino para el encargado de componer una estrofa con tan refinado
diagnóstico: dictadura no padecemos, lo que falta es estado de derecho. Con
basura, por lo menos, no rima.
Parece ser que la liberación quedó trunca porque la
interrumpió Macri. Según el revisionismo histórico tercera temporada, elaborado
por el kirchnerismo en situación de calle, Macri conduce el primer gobierno de
derecha que accede al poder a través del voto.
He aquí una falacia (otra) que merece ser desmenuzada. No es
del caso discutir si el gobierno de Cambiemos es de derecha, de centroderecha o
si es un gobierno de coalición que integran dirigentes más despartidizados del
mundo empresario con sectores de pensamiento conservador, radicales, radicales
disidentes y peronistas desencantados con el peronismo tradicional, junto a
progresistas distanciados de las izquierdas orgánicas. En la simplificación del
revisionismo escrito con K, Macri es un neoliberal que restaura el
autoritarismo de la última dictadura, el primer representante de la oligarquía
que consigue llegar al poder por medio de los votos. Pero si se aceptara que
Macri es lo que le endilgan, no sería el primero. Sólo sería el primero no
peronista.
Lo que se conoce habitualmente como neoliberalismo fue
aplicado por primera vez por el gobierno de Isabel Perón, claro que de manera
calamitosa. El mentor fue en aquella época (1975) Ricardo Zinn, materia gris
del Rodrigazo, que fue la quintaesencia del ajuste contra los sectores
populares. Zinn era entonces el segundo del ministro de Economía Celestino
Rodrigo y al año siguiente, golpe de estado mediante, se convirtió en asesor de
José Alfredo Martínez de Hoz. Para recordar el segundo antecedente no hace
falta peinar canas, basta con no borrar del calendario la década menemista, que
incluyó el concubinato de la familia Alsogaray (algo que acaba de ser recordado
por estas horas a raíz del fallecimiento de María Julia) con el grueso del
peronismo, por entonces bajo el influjo de un pequeño restyling en la
parafernalia de la liberación: había que liberarse de la vetusta telefonía
estatal y, de paso, de YPF, Aerolíneas, la industria argentina, etc. Tiempo de
achicamiento del Estado, privatizaciones, relaciones carnales con Estados
Unidos. Algunos peronistas pataleaban por parcialidades, pero cada dos años se
reencontraban en la camaradería de las boletas electorales.
En cuanto a la vocación represiva que el kirchnerismo y la
izquierda le atribuyen hoy a Macri definiéndolo como un precursor, por su
condición de electo, también hay que volver al gobierno peronista que produjo
el Rodrigazo y que poco antes instauró el terrorismo de Estado. Lo hizo a las
órdenes de José López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social, aunque cada
vez hay más autores que sostienen que detrás de la creación de la banda
terrorista estatal Triple A había estado el propio Perón.
Cristina Kirchner negó siempre a Isabel Perón. La borró.
Jamás habló de ella ni de su gobierno, salvo una vez que mencionó que había
votado a la fórmula Perón-Perón "desde la izquierda", es decir, con
la boleta del FIP que había acordado Jorge Abelardo Ramos con el líder para que
la JP digiriera mejor ese voto "derechista". Hasta el día de hoy
Cristina Kirchner se dice la primera presidenta mujer que llegó al poder por el
voto popular, una mentira. Isabel Perón sacó el 61,85 por ciento de los votos,
tantos como su esposo. Por eso a la muerte del general fue ungida presidenta.
Es lo mismo que sucedió con Pellegrini, José Evaristo Uriburu, Figueroa
Alcorta, Victorino de la Plaza y Ramón Castillo, los vice presidentes que gobernaron
el país al morir quienes habían encabezado las fórmulas. A nadie se le ocurrió
hasta ahora borrarlos de la historia por no haber accedido de entrada como
presidentes. Pero lo de Isabel, desde la óptica cristinista, no tiene una razón
sino tres: fue en ese tercer gobierno peronista cuando se fundaron,
entrelazados, el terrorismo de Estado y el neoliberalismo salvaje. Y ella sí
fue la primera mujer que gobernó la Argentina, lo que no habría contribuido a
asociar género con mérito.
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