domingo, 17 de septiembre de 2017

La guerra ha terminado

Por Guillermo Piro
En 2011, el fotógrafo británico David Slater fue a las islas Célebes, en Indonesia, para fotografiar a un tipo particular de macaco, el cinopiteco. En un momento, uno de esos macacos tomó su máquina fotográfica y empezó a sacar y sacarse fotos. La mayoría resultaron confusas y desenfocadas, pero una salió bien. En ella, un macaco se fotografió a sí mismo. Slater decidió usar la foto como si fuese suya, la publicó en el libro Wildlife Personalities y la vendió a muchos sitios web y a casi todos los diarios del mundo.

La selfie se volvió famosa, pero al mismo tiempo desencadenó una larga serie de reflexiones ético-legales acerca de a quién pertenecían los derechos, si a Slater, el propietario de la cámara fotográfica, o al macaco, que fue quien dirigió el objetivo y oprimió el obturador. Wikimedia atribuyó la foto al macaco y la publicó en la sección de las imágenes libres de derechos para, de ese modo, evitar pagarle a Slater. Mientras Slater ponía el grito en el cielo, una organización animalista, PETA –People for the Ethical Treatment of Animals–, le inició causa a Slater y a Blurb, la editorial que publicó el libro de Slater, en nombre de Naruto –así se llama el macaco hembra que sacó la foto–: un verdadero y literal caso en que alguien aduce ser la voz de los que no tienen voz. Si PETA ganaba el caso, habría sido la primera vez en que un animal sería declarado propietario de algo, y no él mismo propiedad de algún otro: un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad. El año pasado, la corte federal de California le dio la razón a Slater, explicando que las leyes del copyright no pueden aplicarse a los macacos. Y PETA apeló.

Luego de sucesivas sentencias y apelaciones, en noviembre de 2016 Slater y Blurb presentaron lo que se llama una motion for dismissal, o sea un documento que en el sistema legal estadounidense sirve al acusado para explicar que los cargos que se le atribuyen están basados en motivos inexistentes. En ese documento, Slater había escrito algo que como golpe de efecto era irreprochable: “Lo único relevante en esta causa es que el querellante es una mona que hace juicio por violación de copyright”. Punto para Slater.

La periodista Abby Ohlheiser, del Washington Post, explicó en ese momento que la línea defensiva de PETA era débil, porque no podía probar siquiera que la famosa selfie había sido sacada por Naruto y no por otro mono. Según Ohlheiser, en base a lo que había podido recabar de la consulta a varios expertos, es muy difícil saber qué mono había sacado esa foto; más aún, ya era difícil saber con certeza si el macaco hembra conocido con el nombre de Naruto era en realidad una hembra.

La historia terminó el miércoles con un acuerdo entre Slater y PETA: Slater se compromete a donar el 25% de las ganancias derivadas de la venta de la selfie de Naruto a asociaciones que protegen a los monos de las islas Célebes. Jeff Kerr, el abogado de la organización animalista, dijo que el caso “generó una relevante discusión en todo el mundo acerca de la necesidad de extender los derechos fundamentales a los animales para su bienestar y no en relación con la explotación que de ellos pueden obtener los seres humanos”. Slater, por su parte, aludió a cuestiones más básicas: prefirió llegar a un acuerdo porque no podía permitirse los recurrentes viajes entre el Reino Unido y Estados Unidos a raíz de las sucesivas apelaciones, ya que su economía era tan frágil que estaba pensando en dedicarse a ser entrenador de tenis o paseador de perros.

Desde este rincón felicitamos al fotógrafo, o sea al macaco, con la esperanza de que antes o después algún abogado se las ingenie para convencer a quien corresponda de que si el arte puede ser hecho hasta por un ser humano, también puede ser hecho por un macaco, a todas luces, y desde cierto punto de vista, superior.

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