Por Guillermo Piro |
En 2011, el fotógrafo británico David Slater fue a las islas
Célebes, en Indonesia, para fotografiar a un tipo particular de macaco, el
cinopiteco. En un momento, uno de esos macacos tomó su máquina fotográfica y
empezó a sacar y sacarse fotos. La mayoría resultaron confusas y desenfocadas,
pero una salió bien. En ella, un macaco se fotografió a sí mismo. Slater
decidió usar la foto como si fuese suya, la publicó en el libro Wildlife
Personalities y la vendió a muchos sitios web y a casi todos los diarios del
mundo.
La selfie se volvió famosa, pero al mismo tiempo desencadenó
una larga serie de reflexiones ético-legales acerca de a quién pertenecían los
derechos, si a Slater, el propietario de la cámara fotográfica, o al macaco,
que fue quien dirigió el objetivo y oprimió el obturador. Wikimedia atribuyó la
foto al macaco y la publicó en la sección de las imágenes libres de derechos
para, de ese modo, evitar pagarle a Slater. Mientras Slater ponía el grito en
el cielo, una organización animalista, PETA –People for the Ethical Treatment
of Animals–, le inició causa a Slater y a Blurb, la editorial que publicó el
libro de Slater, en nombre de Naruto –así se llama el macaco hembra que sacó la
foto–: un verdadero y literal caso en que alguien aduce ser la voz de los que
no tienen voz. Si PETA ganaba el caso, habría sido la primera vez en que un
animal sería declarado propietario de algo, y no él mismo propiedad de algún
otro: un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad. El
año pasado, la corte federal de California le dio la razón a Slater, explicando
que las leyes del copyright no pueden aplicarse a los macacos. Y PETA apeló.
Luego de sucesivas sentencias y apelaciones, en noviembre de
2016 Slater y Blurb presentaron lo que se llama una motion for dismissal, o sea
un documento que en el sistema legal estadounidense sirve al acusado para
explicar que los cargos que se le atribuyen están basados en motivos
inexistentes. En ese documento, Slater había escrito algo que como golpe de
efecto era irreprochable: “Lo único relevante en esta causa es que el
querellante es una mona que hace juicio por violación de copyright”. Punto para
Slater.
La periodista Abby Ohlheiser, del Washington Post, explicó
en ese momento que la línea defensiva de PETA era débil, porque no podía probar
siquiera que la famosa selfie había sido sacada por Naruto y no por otro mono.
Según Ohlheiser, en base a lo que había podido recabar de la consulta a varios
expertos, es muy difícil saber qué mono había sacado esa foto; más aún, ya era
difícil saber con certeza si el macaco hembra conocido con el nombre de Naruto
era en realidad una hembra.
La historia terminó el miércoles con un acuerdo entre Slater
y PETA: Slater se compromete a donar el 25% de las ganancias derivadas de la
venta de la selfie de Naruto a asociaciones que protegen a los monos de las
islas Célebes. Jeff Kerr, el abogado de la organización animalista, dijo que el
caso “generó una relevante discusión en todo el mundo acerca de la necesidad de
extender los derechos fundamentales a los animales para su bienestar y no en
relación con la explotación que de ellos pueden obtener los seres humanos”.
Slater, por su parte, aludió a cuestiones más básicas: prefirió llegar a un
acuerdo porque no podía permitirse los recurrentes viajes entre el Reino Unido
y Estados Unidos a raíz de las sucesivas apelaciones, ya que su economía era
tan frágil que estaba pensando en dedicarse a ser entrenador de tenis o
paseador de perros.
Desde este rincón felicitamos al fotógrafo, o sea al macaco,
con la esperanza de que antes o después algún abogado se las ingenie para
convencer a quien corresponda de que si el arte puede ser hecho hasta por un
ser humano, también puede ser hecho por un macaco, a todas luces, y desde
cierto punto de vista, superior.
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