Por Gabriela Pousa |
Yuval Harari, uno de los sociólogos e historiadores
contemporáneos, explica que la diferencia entre el homo sapiens y el
resto de las especies que habita la tierra es la capacidad de contar historias
(y por ende de creerlas), y que esta diferencia hizo que podamos imponernos sobre
el resto.
El caso de Santiago Maldonado viene a comprobar
esta hipótesis. Así estamos hablando todo el tiempo de Maldonado. Se han
congregado centenares de personas pidiendo por él en manifestaciones pacíficas
y no tanto. Violencia inaudita y repentina. Horas de aire en canales de
televisión, miles de centímetros de páginas en diarios y revistas.
Interminables minutos de aire en radio, todo ello creando una construcción
intelectual de una representación política.
No importaría Maldonado si no hubiese elecciones en
el corto plazo. A nadie le importaría, seamos francos. Todos “sabemos”
de él, pero nadie sabe nada. Sólo un puñado de fotos que circulan en los medios
donde se lo ve con un look muy “acristado” con barba, pelo largo lo cual
visualmente, lo representa como una suerte de Cristo martirizado, un Çhe
Guevara contemporáneo.
Sabemos – porque lo repiten hasta el hartazgo – que
es tatuador, que vivía de eso, aunque nadie ha visto o tiene estampado en su
cuerpo una de sus “obras”. También sostienen que es un artesano, aunque
tampoco vimos ninguna de sus artesanías, las que seguramente hoy
tendrían un valor de cuasi reliquia. Cuentan que era buen hijo y
hermano, aunque en la era de la tecnología digital nunca vimos una foto en
familia. Todo aun siendo cierto, es raro.
Nos dicen que es un luchador de las causas
sociales, pero no lo pudimos ver en ninguna marcha (por lo menos a cara
descubierta para poder individualizarlo) o participando activamente en grupos
de lucha que permitiese conocerlo o confirmar su “lucha”.
Por otro lado, invocando su desaparición nos
centramos en discutir en términos legales y políticos el rol de las
instituciones y del Gobierno Nacional. Banalizamos las circunstancias,
sometiendo el tema a chicanas y bajezas de todos lados porque en realidad a
nadie le importa el supuesto desaparecido en democracia, como no importaron
tantos otros mientras podíamos comprar electrodomésticos en cuotas o viajar los
fines de semana largos.
Hoy Maldonado es una creación intelectual y
política de la cual lo que menos importa es la persona. Su figura cuasi
religiosa convoca a una liturgia casi obligatoria, todos piden o se justifican
en nombre de Maldonado.
La oposición radicalizada habla de un plan
sistemático de desaparición de personas para disciplinar las voces de los
pobres oprimidos que se van a levantar ante el supuesto ajuste que, además, es
consecuencia de desmanejos que ellos mismos causaron. El oficialismo,
como de común errático, primero negó y ahora busca en una piedra arrojada desde
lejos a un colectivo de personas una justificación de no sabemos muy bien
qué.
Macri no es Cristina claro, la picardía siniestra
para la invención de ficciones no es su pericia. Lo metieron en un laberinto
donde ninguna salida es gratuita.
De lo único que hoy podemos estar seguro es que
Maldonado, sin conocer nada sobre y de él, ha pasado a la galería de
nuestros “ilustres” héroes de barro, y no se va a hacer nada para que salga de
ese sitio. Seguimos tristemente recreando mitos.
Quizás algún día, la cara desaliñada de Santiago se
luzca estampada en remeras que alguna generación usará sin saber siquiera quién
fue ni dónde está.
Una pena.
(Ojalá aparezca y estas reflexiones pierdan razón
de ser o resulten obsoletas)
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