La ex presidenta no
quiere a la gobernadora contendiente
de campaña. Omisión culposa.
Por Roberto García |
Se contuvo Cristina en su reaparición al celebrar la exangüe
victoria electoral de las PASO, en la provincia de Buenos Aires. No hubo
bullicio ni ocasión para disfrutar de la venganza, apenas un festejo módico
ante números tardíos y sospechosamente demorados. No por ella, claro. Y aunque
más de uno quiso ver en el escenario a la misma mujer arrogante, cargada de
vehemencia, que identificó a su gobierno, lo cierto es que estuvo lejos de
la leyenda del escorpión, ese arácnido cuya naturaleza lo obliga a picar
siempre, inclusive a su salvador.
Se contuvo dos veces, por lo menos. Una, cuando evitó una impiadosa
crítica contra la empresa que junto al Gobierno habían inducido a un guarismo
diferente al que se conoció. Y, otra, al referirse a la Gendarmería con
cuidada complacencia a pesar de revelarse convencida de que ese instituto de
seguridad era responsable por la desaparición de Santiago Maldonado, el
tatuador vinculado a las reivindicaciones violentas de cierta fracción mapuche.
Comprensible: Indra, la empresa encargada del escrutinio, fue
la misma que los Kirchner utilizaron en todos los comicios de sus mandatos, la
que jocosamente –como se consignó antes de la elección en esta columna– algunos
aluden con el lema “garantía de transparencia y de resultado”. Para el que la
contrata, obvio.
Cristina caminó en puntas de pie al hablar de esa fuerza, quizás
porque durante su gestión la privilegió con un generoso presupuesto y
despliegue –al menos en relación con otros institutos uniformados– le duplicó
personal (pasó de 23 mil a 50 mil), pertrechos, armamento y enseres.
Tanta diplomacia y conmiseración en su discurso sobre estos guardianes
del orden, se completó con un propósito adicional: transferirle la
culpa en exclusividad a los civiles del gobierno Cambiemos por el
penoso episodio, “a los que dieron las órdenes” de acuerdo a su versión. Ese
gambito oral implica una sustancial e inesperada modificación en su pensamiento
tradicional respecto a la forzada evaporación física de las personas.
No es una novedad que abundan prisioneros en todo el país bajo esa
condición, y menos novedad es que no se atendió la pretensión de muchos de
ellos por invocar que, como militares, no podían desobedecer el mandato de sus
superiores. Si ahora estos uniformados se sorprenden por el giro en las
palabras de Cristina, habrá que imaginarse un estupor mayúsculo en las
organizaciones vinculadas a los derechos humanos que compartieron
criterio y acción con el gobierno pasado. No pueden creer en este desvío luego
de tantos años juntos, con la misma prédica y doctrina, a ver si como senadora
decide propiciar un cambio en la legislación o invoca la teoría de los dos
demonios.
Con María Eugenia, no. No han sido estas dos contenciones públicas de Cristina los únicos brotes, parafraseando a Dujovne, que sacuden la llegada electoral al 22 de octubre. También, más reservadamente, ha decidido eludir cualquier confrontación con María Eugenia Vidal –a quien el Presidente le endosó un “hacete cargo” de la campaña en la última cumbre de Cumelen–, más bien desea que el protagonismo de la posible pelea en todo caso lo arriesgue el radical Leopoldo Moreau, su vocero.
Sin disimulo. Fue más ostensible la aplicación del instintivo freno, en su stand up
con papeles de ayudamemoria, al aludir a la Gendarmería y a pesar de que le
endilga a ese cuerpo, a una de sus unidades o a alguno de sus miembros, ser los
secuestradores de Maldonado, desaparición que se ha vuelto un emblema opositor
para perforar la credibilidad de Mauricio Macri.
Objetivo: transformarla en el instrumento de mayor confianza de su
administración, la dilecta custodia de la democracia y la más profesional en
materia de represión interna.
Al revés, claro, de la jibarización que ejerció sobre el Ejército, la
Marina y Aeronáutica, corporaciones para ella generadoras de golpismo y
atrocidades. Resulta paradójico que tanto empeño de la ex mandataria por formar
y educar a un servicio de seguridad, volverlo favorito y parcialmente idóneo en
algunos rubros, ahora culmine como presunto ejecutor de uno de los delitos
más aberrantes en el caso Maldonado.
Curiosa reflexión esta brutal mudanza de ideas de la dama. Hasta
ahora, no se aceptaba en el manual kirchnerista el concepto de “obediencia
debida” como excusa para aliviar penas, indultar o borrar
responsabilidades de los subordinados. Además de bajar cuadros de jefes
militares, todos de la más alta graduación, durante los doce años K se impulsó
la detención y eventual juicio de quienes cumplieron órdenes durante los
fatídicos 70, sin importar la edad o su figuración jerárquica. En algunos casos
por el sólo hecho de pertenecer a la institución castrense o integrar una
nómina en una guarnición donde ocurrieron violaciones.
Parte del desconcierto le llega a los docentes que hoy reparten
cuartillas entre infantes y párvulos sobre la desaparición de Maldonado, textos
en que se acusa a los abominables represores de la Gendarmería. Como son
partícipes de discutir “la realidad nacional” en los colegios primarios, habrá
que descubrir en los maestros el nuevo talento pedagógico para censurar
sus propios libretos sobre la “obediencia debida” y dejar solo a Macri
reprimiendo manifestaciones de mapuches y otros pueblos indígenas, llevándose
en una bolsa al desdichado Maldonado.
Y ella concentrarse en un perfil de su propaganda sobre el lado negro de
la economía, como si esa apelación sirviera para ganar. Al mismo tiempo, a los
intendentes que dicen seguirla les aseguró que esta elección era “el último
aporte que hacía por ellos”, un favor, mientras les prometía alistarse en el
opositor bloque del Senado, no romperlo ni dividirlo, negociar ya con los
gobernadores y hasta llamarlo a Pichetto, hoy al frente de ese dominante polo
legislativo. Erró en conjugar los tiempos: ya lo ha llamado a Pichetto y éste
no le atendió el teléfono. Tiempo de revancha para quien no hubo dádiva
ni agradecimiento luego de haber puesto la gola más diestra al servicio de la
dama.
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