Por Jorge Fernández Díaz |
El que ha naufragado, tiembla incluso ante las olas
tranquilas, decía Ovidio. ¿Alguien sabe cuánto pesa el temor? Si un lector
quisiera averiguarlo debería tomarse el trabajo de pesar tres mil millones de
dólares. Porque durante el mes de julio cerca de un millón de argentinos acudió
al banco a cubrirse y logró sin quererlo esa cifra desmesurada. "Para
quien tiene miedo, todos son ruidos", decía Sófocles.
La espectacular
compra regocijó a los kirchneristas: llegaron a decir que la gente no confiaba
más en Macri y que éste analizaba un nuevo cepo cambiario. La verdad fue un
tanto indócil a estas sandeces: muchos ahorristas reaccionaron como en
"los viejos tiempos" ante la eventualidad de que Cristina Kirchner
ganara ampliamente las elecciones primarias, garantizara así su triunfo en
octubre, bloqueara la gobernabilidad, impidiera al mismo tiempo los recortes y
el endeudamiento, forzara desde allí un accidente macroeconómico y comenzara la
restauración populista. El pánico a esa debacle no era privativo de quienes
tenían ahorros; la calle estaba llena de incertidumbre y el asunto surgía en
casi cualquier conversación. "Si vuelven, esto vuela por el aire y nos
convertimos en Venezuela". Ese era, con cientos de matices, el comentario
generalizado. "El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo
que son", decía Tito Livio. Pero lo cierto es que, en la intimidad, la
arquitecta egipcia dice estar segura de que la política de Cambiemos nos
conduce al Apocalipsis, y que cuando esa terrible profecía se cumpla, el último
gobierno cristinista será por fin revalorizado. Uno cree lo que necesita creer,
y apuesta en consecuencia. La fe mueve montañas, y las derriba.
El miedo es la sustancia principal de los ballottages.
Precisamente por eso, octubre será una dramática batalla entre dos miedos; se
verá entonces quién asusta más al atribulado electorado bonaerense: ¿el
deportista de Los Abrojos o la Pasionaria del Calafate? Erraría el jefe del
Estado al pensar que todos sus votantes aplauden su pericia y lo aman:
muchísimos lo apoyan simplemente por miedo a un nuevo crac, al helicóptero y a
la decadente resignación del partido único. Y flaco favor le hacen a la señora,
en ese delicado contexto comicial, algunos de sus militantes más irracionales,
que mientras se suceden extraños y explosivos atentados persisten en lanzar a
través de las redes sociales delirios funestos y amenazas violentas; tratan al
presidente constitucional como si fuera un gemelo remozado de Massera, y
fulminan con anatemas a kirchneristas más reflexivos o a intelectuales honestos
que amagan una autocrítica. "El fanatismo corroe la inteligencia",
dice Birmajer, y el narcisismo puede ser muy peligroso: si todo el tiempo hablo
en nombre de las mayorías, y resulta que éstas ahora me dan la espalda, la
culpa no pueden tenerla ni la comunidad ni mis propios errores, sino la prensa
que lava cerebros y la "dictadura" que la paga y la alienta. Macri
tiene, para esos sectarios en estado de histeria creciente, el physique du rol
de la maldad capitalista. Y entonces se arrastra dentro de sus mentes un cierto
deseo de que el intruso de Balcarce 50 termine por confirmar los más oscuros
prejuicios. Que sea un conservador fraudulento, un hambreador desalmado, un
privatizador serial e incluso un represor clandestino. Esas confirmaciones
justificarían la corrupción y la negligencia propias, y habilitarían el
glamoroso juego de la "resistencia popular y prolongada", por
supuesto sin correr esta vez demasiados riesgos, dado que junto con ese anhelo
indecible corre la certeza inconsciente de que Macri es democrático y, por
consiguiente, relativamente inofensivo. El viejo populismo era cancelado por
dictaduras reales, y ese hecho nefasto y doloroso le servía sin embargo para
perdonarse a sí mismo; indultar sus grandes equivocaciones y reclamar luego una
cierta amnistía gestionaria: no es que nosotros seamos tan buenos, es que los
demás son peores. El neopopulismo es ahora cancelado por el pueblo soberano y a
través de las urnas, situación inaudita para la cual tampoco hay manuales.
Perón no conoció esa "humillación" del sufragio, y no dejó escrito de
qué manera el populismo podía explicar que se había quedado sin pueblo. Para
procesar ese doloroso desconcierto, queda meterse en la burbuja, no faltar
nunca a misa mediática, y darse manija los unos a los otros con relatos
endogámicos y alarmantes. Pero cuidado con estas cápsulas de resentimiento y de
divagues en espiral porque crean cegueras y fantasmas, engendran monstruos y, a
veces, hasta desatan tragedias.
Muchas otras circunstancias carecen de literatura
orientativa. Perón tampoco podía prever que la larga gestión de su partido
lograría partir a los pobres en dos universos antagónicos. El sacerdote jesuita
y gran cientista político Rodrigo Zarazaga, experto en el conurbano profundo,
conmovió esta semana al mundo político corroborando que "el bastión
histórico" amasó la peor tasa de desocupación del país, y que el 45% de
los empleados trabajan en negro. Ya de por sí, esas evidencias y guarismos estremecerían
al autor de "Conducción política". Pero el dato más relevante radica
en que existe una grieta dentro de las mismas bases peronistas: un abismo
cultural separa hoy a los ciudadanos de la formalidad y a los habitantes
desesperados de las zonas informales. En el primer segmento, afirma Zarazaga,
hay personas que se criaron con los valores del peronismo clásico, pero que hoy
"son receptivos al discurso meritocrático y luminoso" de Cambiemos.
Para ellos, aspirar a la clase media y tener cada vez mejor infraestructura es
muy valioso. A los otros, en cambio, no suele conmoverlos ni siquiera tener
cloacas, porque están concentrados en la supervivencia del día a día. Doce años
de viento de cola y tasas chinas, con todo el Poder Ejecutivo y parlamentario a
disposición, no lograron sacarlos de esa urgencia vergonzosa. De "mi hijo
el doctor" a "ya sé que me hijo no será doctor jamás, sólo ruego que
no caiga en la droga". ¿Hay prueba más contundente del fracaso? En esos
barrios es donde Vidal escuchaba a cada rato: "Le debo a Cristina la
Asignación Universal y el Plan Argentina Trabaja; ustedes me van a sacar lo que
ella me dio". Subsidios importantes pero obscenamente personalizados, que
por supuesto nadie les quitó, aunque la intensa campaña del miedo de 2015 hacía
terrorismo emocional con esa catástrofe apócrifa e inminente.
El evitismo actual confundió el caudaloso laborismo formal e
inclusivo de Perón con las yapas de la Fundación Evita. Aquel peronismo había
alcanzado conquistas sustentables y permanentes; el kirchnerismo regaló energía
y transporte sabiendo que eran obsequios provisorios, y creó derechos
inestables y dependientes, con nombre y apellido, en el contexto de un Estado
que degradó la educación, la salud y la infraestructura básica, y que precarizó
el trabajo. Ese "paraíso" informal y miserable no conduce al primer
Perón, sino a Santa Cruz, feudo descangallado por tantos años de un raro
progresismo con el que no se progresa. Y también al "socialismo" de
Caracas, donde colapsó el modelo y sólo brillan los fusiles. Bolivia y Ecuador
no necesitan la violencia, porque fueron cuidadosos con sus finanzas; el
chavismo es un bochorno mundial, defendido aquí por Narcisos que nunca se
equivocan. La complicidad con ese régimen refuerza el miedo de los argentinos.
Y ya lo decía Publio Siro: "El que es temido por muchos, debe temer a
muchos".
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