Por Jorge Fernández Díaz |
Al amor exigente y también al boicot sistemático de
su propio padre, debemos el extraño carácter deportivo del Presidente. Un
episodio, que puede leerse en la página 17 de su sabrosa biografía (Macri),
condensa otros muchos a lo largo de toda su vida y muestra de qué material está
formada su capacidad de aprendizaje, su resiliencia y su íntima tenacidad.
Franco llevaba a su hijo en largos viajes comerciales y lo obligaba a
participar en complejas negociaciones desde edades inverosímiles.
Durante los
recreos, el patriarca solía jugar en pareja al bridge mientras fumaba puros;
Mauricio siempre perdía, o lo hacía perder, de manera que Franco lo humillaba y
lo echaba de su lado. De adolescente, cansado de esa vergüenza y sin contarle
nada a nadie, el hijo compró un manual de bridge en Nueva York y luego contrató
a un profesor particular en Buenos Aires. Se entrenó febrilmente en ese ajedrez
de barajas durante un año, e irrumpió por fin una noche en la mansión de Barrio
Parque. Era una velada de juego, y el chico miró fijo al líder del clan y lo
desafió delante de todos: "Probame". El interpelado tuvo unos
segundos de duda, pero al final aceptó el reto. Dos horas después, Mauricio lo
derrotaba sin atenuantes. "Te gané -le dijo con los ojos encendidos-.
¿Viste? Todo llega, viejo."
El país del hiperpresidencialismo habilitó el
tiempo de un deportista y canceló la era de una actriz, y como decía Borges,
ese cambio sería el primero de una serie infinita. El deportista no es verbal,
no sabe de relatos ni de muecas, pero tiene una disposición orgánica a aceptar
con modestia las duras correcciones de sus profesores, a recibir con templanza
los abucheos, a tolerar el error y a armarse una fortaleza anímica para hacer
frente a los reveses parciales y dar vuelta los partidos. La política es, para
Cristina, un alucinante teatro emocional de argumentos y de máscaras: una diva
no suele soportar silbidos ni tomatazos, ni críticas demoledoras. Para Macri,
en cambio, la política es una fascinante cancha de tenis con un público
generalmente adverso al que sólo se lo enfrenta con el cuero duro y se lo
conquista con resultados. Por distintos motivos, a Cristina y a Mauricio se los
ha visto como amateurs y se los ha subestimado, pero cada uno con su estilo y
en su momento, ha sabido acumular y construir poder, y ejercerlo de manera
efectiva. Un análisis pormenorizado de los últimos resultados comiciales
permite pensar que Macri aprendió los trucos, jugó profesionalmente su partida
de bridge y le ganó a su propia sombra. Debería agradecerle a Franco; los
inmigrantes han forjado muchas veces a sus hijos dándolos prematuramente por
perdidos.
Ese vasto sondeo que alumbró el domingo permite
calibrar por primera vez a Cambiemos como una fuerza nacional. ¿Qué clase de
artefacto construyó el deportista? Los informes muestran que en provincias y
municipios y en villas de emergencia miles y miles de "descamisados"
sufragaron por el "gobierno de los ricos". Estas evidencias le
hicieron exclamar a Luis D'Elía: "Me enoja que un pobre vote a
Macri". Hay dos posibilidades: o éste no es un gobierno para ricos (mito
kirchnerista divulgado profusamente por Sergio Massa) o los pobres de pronto se
han vuelto imbéciles, porque no comprenden a los bienhechores y avalan a sus
verdugos. Sobrevuela el asunto una mirada tilinga, clásica de Palermo
Hollywood, según la cual es perfectamente natural que los humildes adjudiquen
la miseria actual a quien lleva gobernando diecisiete meses y olviden o
indulten a quienes administraron el país durante 24 años; también que no tengan
la lucidez suficiente como para valorar la lucha contra los narcos y las
mafias: las principales víctimas de la inseguridad y la adicción no son los
vecinos ideologizados de Palermo, sino justamente los laburantes de las calles
de barro. Parece que, según los "cafés revolucionarios", los pobres
no deberían apreciar las cloacas y las rutas, ni esa pavada de los metrobuses
(a veces la única luz en una aterradora y gigantesca boca de lobo), ni los
créditos para la vivienda y el consumo. Como los "progres" viven una
vida acomodada, no aprecian ninguno de estos logros, les parecen simplemente
nimios. Aunque pueden entender, como comprendemos casi todos, que muchos
ciudadanos bonaerenses formulen también un voto castigo, puesto que el aumento
de tarifas (perversa bomba de fragmentación dejada por la arquitecta egipcia)
cerró negocios y aniquiló empleos. En la otra vereda, una tilinguería similar
se queja de ese mismo electorado: no puede concebir que siga defendiendo a una
millonaria sospechosa y que, aun en la lona, no se sienta atraído por el
republicanismo. La estupidez no es de izquierda ni de derecha.
A propósito: persisten en hablar de esas vetustas
coordenadas, cuando se sabe que entraron en crisis con la aparición del
peronismo, proyecto que gozaba con ser inclasificable y que desconcertó durante
décadas a los politólogos. Cambiemos también es inclasificable; tal vez haya
que lucir esa ambigüedad centrista para ser argentino. Perón se inspiraba en
Mussolini, pero se equivocaron quienes asimilaron su experiencia al fascismo
italiano. Podríamos colegir que Macri es de derecha, si admitimos que Perón
también lo era. Ni el kirchnerismo es de izquierda ni el macrismo es de
derecha, camaradas: ¿aguantaremos la incertidumbre de esa doble verdad
incómoda? Cambiemos es un animal nuevo en la jungla del siglo XXI, y los
zoólogos y veterinarios han demostrado hasta ahora una enorme pereza
intelectual para explicarlo: quisieron emparentarlo con otras especies
conocidas, pero por el momento ninguna encaja. En ese frente policlasista hay
peronistas, radicales, liberales, socialdemócratas, socialcristianos y hasta
izquierdistas que jocosamente integran (la ocurrencia es de Lombardi) "el
macrismo leninismo". Cobija a ortodoxos pero también a heterodoxos y a
frondizistas, y cree secretamente que el progreso radica en la modernización.
En esta sociedad devoradora de novedades, no parece prudente hacer campaña con
el regreso al pasado: es como intentar venderle hoy al público la nostalgia por
el iPhone 3. "La gente no vuelve atrás", traduce Urtubey. Lo más
curioso es cómo lo ven ahora a Macri algunos "compañeros" de adentro
y de afuera: como el macho alfa del peronismo republicano. "Viene a
generar empleo privado, pero usa el dinero estatal para obra de
infraestructura, defiende el rol de un Estado fuerte, tiene una visión
desarrollista y apuesta a la educación pública", dicen con raro énfasis.
El triunfo del domingo, las picardías postelectorales, las demostraciones de
fuerza y la perspectiva de que todo esto se confirme en las urnas de octubre
los hacen dudar a algunos justicialistas clásicos, que admiran en otros las
mañas propias y que confiesan por lo bajo: "A Macri lo teníamos por un
boludo (sic), lo queríamos para que hiciera el ajuste y pusiera presa a la
señora; después veníamos nosotros de nuevo y restituíamos la normalidad. Pero
ahora resulta que el boludo no le hace caso al círculo rojo y que nosotros no
levantamos cabeza. Claudio Poggi no nos tuvo paciencia, no esperó la
renovación, se metió en Cambiemos y les dobló el brazo a los Rodríguez
Saá". Ese ejemplo exitoso les pone los pelos de punta, sobre todo en el
marco de la visión descarnada de Pichetto: "Tal vez nos espere el llano en
2019". Demasiado tiempo a la intemperie. El chico del bridge juega cartas
también con esa avidez peronista, y parece que no se va al mazo.
© La Nación
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