Por Nelson Francisco Muloni |
Resultan, aún hoy, conmovedoras las palabras de aquellos que
renovaron la estirpe del verdadero corazón humano en el sostenimiento de una
idea, de una convicción, de una fuerza, cualidades todas, claro, enmarcadas en
la nobleza de la lucha solidaria. Fueron libertadores, pensadores, artistas, estadistas. Una “epopeya
del corazón”, diría el poeta. O el corazón épico. La seguridad de la razón y la
labor de las vísceras.
Porque se trata de eso: acciones colectivas. Militancia. Con
rumbos de manos extendidas. Y corazones abiertos. Desde partidos políticos. O
espacios sociales. Y hasta individualmente (ardua lucha ésta última), como
supieron hacerlo aquellos emblemas que hoy enaltecen la condición humana en
cada lugar del mundo. Libertarios de la conciencia.
Siempre, en el militante, se habla de compromiso. Debe
hablarse de compromiso. So riesgo de enancarse en las turbulentas aguas del
fanatismo. Y la vergüenza. O la destrucción. Como los cánceres que hoy arrastran
vidas sin otro sentido que la vesánica adoración de dioses propios o la
repulsión a los ajenos, qué más da.
La militancia es objetivo. De libertad. De vida. “Y somos militantes de la vida”, dice
Mario Benedetti en simples pero hermosos versos tras explicar que “cantamos por el niño y porque todo / y
porque algún futuro y porque el pueblo / cantamos porque los sobrevivientes / y
nuestros muertos quieren que cantemos”.
Que es un canto, la militancia. Un canto que conmueve. Hugo
Guerrero Marthineitz diría que “si el
canto conmueve, entonces es humano”. Y es humana la militancia. Hacia
adelante, siempre. Hacia los horizontes que nunca llegan. Es decir, hacia las
utopías. Que son maravillosas. Como la libertad.
Cuando el trabajo es simple precio salarial, aunque honrado,
no es militancia. Porque ésta supone otros valores. Aún sin salario. Aún en la penuria.
Con la escasez a tarascones en nuestra piel. Que no vencida, sino militante.
Por eso desprecio a los advenedizos. A los que, a sabiendas
de que lo son, insisten en postularse desde la infamia. Con la testuz inclinada
ante los poderosos. Con el único objetivo de una poltrona de indignidad.
Por eso mi homenaje a los militantes. De cada vertiente. De
cada hechura. De cada fibra. A los que cruzan las calles llevando, como lo
hicieron siempre, sus voces partidarias. A los que giran en las plazas clamando
por justicia. A los que dejan su vida, día a día, por los niños depauperados
por el hambre y el desamor. A los que buscan la verdad entre los estropicios de
las decadencias. A los que siempre luchan contra el riesgo de la mediocridad. A
los íntegros.
En fin, lo de Benedetti:
“cantamos porque
llueve sobre el surco
y somos militantes de
la vida
y porque no podemos ni
queremos
dejar que la canción
se haga ceniza.”
© Agensur.info
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