Por Julio María Sanguinetti (*) |
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Mirada desde la Argentina, y muy especialmente desde la
siempre bullente Buenos Aires, nuestra República Oriental aparece como una
apacible pradera, administrada por una civilizada Montevideo.
Esa visión
bucólica es una parte de la verdad, pero hoy por hoy muy lejos de ser la más
significativa.
Los problemas se han acumulado y los desgastes del gobierno del
Frente Amplio están a la vista, una vez que la economía mundial nos retornó a
la normalidad de los precios internacionales, pasada la bonanza histórica de
2003 a 2012, que nos trajo al Río de la Plata un maná que superó ampliamente el
de la Segunda Guerra Mundial.
La tragedia venezolana ha puesto en evidencia, ante toda
América, el real balance de fuerzas del Frente Amplio gobernante. Es bastante
evidente que el presidente Vázquez y el canciller Nin Novoa piensan muy
parecido a los demás mandatarios del Mercosur, pero atados por la fuerza
sindical (históricamente fundamental en el partido de gobierno, pero hoy más
que nunca) y la mitad de su bancada parlamentaria, han tenido enormes
dificultades para asumir la ostensible condición dictatorial del gobierno de
Maduro. El ex presidente Mujica -en una demostración de su influencia- anunció
públicamente que apoyaría al presidente Vázquez en su resolución, cualquiera
que fuera, y esto le hizo posible a nuestro canciller votar la suspensión. No
obstante ello, todos esos sectores sindicales y políticos pro chavistas han
reiterado su disconformidad con la decisión.
La cuestión es que esa mitad del Frente Amplio, que se
alinea en torno del ex presidente Mujica (aunque él ejerce un liderazgo
distante), no es demócrata. Así de simple. Abandonada su etapa guerrillera, el
viejo MLN Tupamaros es hoy una fuerza política que actúa dentro de la ley, pero
cuya mayoría no cree en la libertad política. Sus comunicados de apoyo a Maduro
dan vergüenza. El Partido Comunista uruguayo, a su vez, sigue al pie del
concepto de lucha de clases, expresamente sostenido como sustento de sus
actitudes políticas. Cuando se escuchan sus discursos parecería que estamos en
1917 en Rusia, prontos para asaltar el Palacio de Invierno, pero en los hechos
ellos conviven -y muy cómodos- con un sistema en el que no creen, pero que les
ha ofrecido la oportunidad de usufructuar las posiciones del Estado. No poseen
capacidad de iniciativa, porque la otra mitad demócrata les impide el
apartamiento constitucional, pero sí de veto, y por eso inmovilizan fácilmente
al gobierno, tanto en la política exterior como en asuntos de gran importancia,
por ejemplo los tratados de libre comercio, que rechazan ideológicamente.
Recordemos que en la primera presidencia de Vázquez, el presidente de los
Estados Unidos George W. Bush visitó la gran potencia uruguaya, le ofreció un
tratado de libre comercio, nuestro mandatario -feliz- dijo que "el tren
pasa una sola vez", lo aplaudió la oposición, pero el tren pasó y nadie se
subió a él porque el sindicalismo uruguayo lo impidió.
Algo parecido ocurre con el jolgorio de la marihuana que
estamos viviendo, con colas en las farmacias para comprar droga producida por
cuenta del Estado, sin los gravámenes que pesan sobre el tabaco ni la menor
advertencia por los riesgos a la salud. El presidente dice y repite que todas
las drogas son malas, que la marihuana es una droga, que su regulación no es un
aliento a consumirla. Hasta confesó días pasados que como médico, en miles de
pacientes oncológicos terminales que atendió, nunca usó marihuana porque su
efecto es inferior al de otras drogas más apropiadas. Queda claro que no está
de acuerdo, como es lógico, cuando él realizó una campaña en contra del tabaco
que le ha dado un gran reconocimiento internacional. Vive molesto por esa contradicción,
pero como todo este embrollo nació de una propuesta del ex presidente Mujica,
no tiene cómo oponerse.
Lo peor del caso es que se ha generado una banalización de
la marihuana, a la que se la ve tan agradable como el champagne y poco menos
que un "curalotodo". Es moda, "cool", progresista. Como
escribí hace un tiempo, el tabaco es de derecha y la marihuana, de izquierda.
Todo el mundo tiene claro los daños del cigarrillo, recordados con macabras
imágenes en cada cajilla. Muy pocos tienen idea de los incuestionables efectos
de la marihuana sobre la concentración, la memoria, la esquizofrenia, la
capacidad cognitiva y aun el cáncer. En esa materia, todas las academias de
medicina del mundo y las de psiquiatría, aquí mismo en Uruguay, son unánimes en
señalarlo, advirtiendo muy especialmente sobre el peligro para los menores de
18 años, más proclives a generar unas peligrosa adicción.
Por si todo esto fuera poco, han aparecido brotes de
corrupción que, sin la magnitud de la Argentina o Brasil, rechinan con la buena
tradición uruguaya. Un programa multimillonario de construcción de viviendas
para trabajadores, manejado por el sindicalismo, ha terminado en una gran
estafa, con un par de dirigentes presos. En torno de Venezuela aparecen algunos
negocios de gobierno a gobierno con una inexplicable intermediación, impuesta
por decreto, a cargo de una bandita de pícaros amigos del ex presidente Mujica.
A su vez, el vicepresidente de la república, Raúl Sendic, hijo del fundador de
los Tupamaros e integrante de la fórmula presidencial como parte de esa
aristocracia de la guerrilla, chapotea en los sargazos de una espantosa y
desprolija administración como presidente de Ancap (la empresa petrolera del
Estado), que incluye una tarjeta de crédito corporativa mal usada para gastos
personales, y una serie de mentiras infantiles en torno de un presunto título
cubano de licenciado en genética humana que nunca apareció. Son nubarrones a la
vista, que confiemos la justicia disipe definitivamente.
(*) Abogado, Historiador y Escritor. Fue dos veces presidente de
Uruguay.
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