sábado, 12 de agosto de 2017

Maduro, marihuana y corrupción, problemas de Uruguay

Por Julio María Sanguinetti (*)
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Mirada desde la Argentina, y muy especialmente desde la siempre bullente Buenos Aires, nuestra República Oriental aparece como una apacible pradera, administrada por una civilizada Montevideo. 

Esa visión bucólica es una parte de la verdad, pero hoy por hoy muy lejos de ser la más significativa. 

Los problemas se han acumulado y los desgastes del gobierno del Frente Amplio están a la vista, una vez que la economía mundial nos retornó a la normalidad de los precios internacionales, pasada la bonanza histórica de 2003 a 2012, que nos trajo al Río de la Plata un maná que superó ampliamente el de la Segunda Guerra Mundial.

La tragedia venezolana ha puesto en evidencia, ante toda América, el real balance de fuerzas del Frente Amplio gobernante. Es bastante evidente que el presidente Vázquez y el canciller Nin Novoa piensan muy parecido a los demás mandatarios del Mercosur, pero atados por la fuerza sindical (históricamente fundamental en el partido de gobierno, pero hoy más que nunca) y la mitad de su bancada parlamentaria, han tenido enormes dificultades para asumir la ostensible condición dictatorial del gobierno de Maduro. El ex presidente Mujica -en una demostración de su influencia- anunció públicamente que apoyaría al presidente Vázquez en su resolución, cualquiera que fuera, y esto le hizo posible a nuestro canciller votar la suspensión. No obstante ello, todos esos sectores sindicales y políticos pro chavistas han reiterado su disconformidad con la decisión.

La cuestión es que esa mitad del Frente Amplio, que se alinea en torno del ex presidente Mujica (aunque él ejerce un liderazgo distante), no es demócrata. Así de simple. Abandonada su etapa guerrillera, el viejo MLN Tupamaros es hoy una fuerza política que actúa dentro de la ley, pero cuya mayoría no cree en la libertad política. Sus comunicados de apoyo a Maduro dan vergüenza. El Partido Comunista uruguayo, a su vez, sigue al pie del concepto de lucha de clases, expresamente sostenido como sustento de sus actitudes políticas. Cuando se escuchan sus discursos parecería que estamos en 1917 en Rusia, prontos para asaltar el Palacio de Invierno, pero en los hechos ellos conviven -y muy cómodos- con un sistema en el que no creen, pero que les ha ofrecido la oportunidad de usufructuar las posiciones del Estado. No poseen capacidad de iniciativa, porque la otra mitad demócrata les impide el apartamiento constitucional, pero sí de veto, y por eso inmovilizan fácilmente al gobierno, tanto en la política exterior como en asuntos de gran importancia, por ejemplo los tratados de libre comercio, que rechazan ideológicamente. Recordemos que en la primera presidencia de Vázquez, el presidente de los Estados Unidos George W. Bush visitó la gran potencia uruguaya, le ofreció un tratado de libre comercio, nuestro mandatario -feliz- dijo que "el tren pasa una sola vez", lo aplaudió la oposición, pero el tren pasó y nadie se subió a él porque el sindicalismo uruguayo lo impidió.

Algo parecido ocurre con el jolgorio de la marihuana que estamos viviendo, con colas en las farmacias para comprar droga producida por cuenta del Estado, sin los gravámenes que pesan sobre el tabaco ni la menor advertencia por los riesgos a la salud. El presidente dice y repite que todas las drogas son malas, que la marihuana es una droga, que su regulación no es un aliento a consumirla. Hasta confesó días pasados que como médico, en miles de pacientes oncológicos terminales que atendió, nunca usó marihuana porque su efecto es inferior al de otras drogas más apropiadas. Queda claro que no está de acuerdo, como es lógico, cuando él realizó una campaña en contra del tabaco que le ha dado un gran reconocimiento internacional. Vive molesto por esa contradicción, pero como todo este embrollo nació de una propuesta del ex presidente Mujica, no tiene cómo oponerse.

Lo peor del caso es que se ha generado una banalización de la marihuana, a la que se la ve tan agradable como el champagne y poco menos que un "curalotodo". Es moda, "cool", progresista. Como escribí hace un tiempo, el tabaco es de derecha y la marihuana, de izquierda. Todo el mundo tiene claro los daños del cigarrillo, recordados con macabras imágenes en cada cajilla. Muy pocos tienen idea de los incuestionables efectos de la marihuana sobre la concentración, la memoria, la esquizofrenia, la capacidad cognitiva y aun el cáncer. En esa materia, todas las academias de medicina del mundo y las de psiquiatría, aquí mismo en Uruguay, son unánimes en señalarlo, advirtiendo muy especialmente sobre el peligro para los menores de 18 años, más proclives a generar unas peligrosa adicción.

Por si todo esto fuera poco, han aparecido brotes de corrupción que, sin la magnitud de la Argentina o Brasil, rechinan con la buena tradición uruguaya. Un programa multimillonario de construcción de viviendas para trabajadores, manejado por el sindicalismo, ha terminado en una gran estafa, con un par de dirigentes presos. En torno de Venezuela aparecen algunos negocios de gobierno a gobierno con una inexplicable intermediación, impuesta por decreto, a cargo de una bandita de pícaros amigos del ex presidente Mujica. A su vez, el vicepresidente de la república, Raúl Sendic, hijo del fundador de los Tupamaros e integrante de la fórmula presidencial como parte de esa aristocracia de la guerrilla, chapotea en los sargazos de una espantosa y desprolija administración como presidente de Ancap (la empresa petrolera del Estado), que incluye una tarjeta de crédito corporativa mal usada para gastos personales, y una serie de mentiras infantiles en torno de un presunto título cubano de licenciado en genética humana que nunca apareció. Son nubarrones a la vista, que confiemos la justicia disipe definitivamente.

(*) Abogado, Historiador y Escritor. Fue dos veces presidente de Uruguay.

© La Nación

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