lunes, 7 de agosto de 2017

Los trucos y secretos de los candidatos con las encuestas

Por Giselle Rumeau
Las lenguas filosas de la política suelen contar una anécdota que describe sin rodeos cómo se puede manipular una encuesta de intención de voto en pos de generar un efecto deseado en el electorado. Corría el año 2003, y a sólo una semana de las elecciones presidenciales del 27 de abril -antesala del triunfo de Néstor Kirchner- un sondeo de opinión del peronista Julio Aurelio, el encuestador preferido del entonces presidente Eduardo Duhalde, destacaba el crecimiento repentino de otro de los postulantes, Ricardo López Murphy, y aseguraba que el radical estaba consiguiendo un lugar en la segunda vuelta junto a el ex mandatario Carlos Menem.

El relato ubica a Duhalde -quien por esas retorcidas vueltas de la historia fogoneaba entonces al patagónico- como el encargado de hacer correr la alarma para crear la postal nefasta de un ballotage entre dos hombres de la derecha, diferentes en el plano institucional pero similares en su concepción de la economía.

Mito o no, la realidad es que la difusión de la encuesta de Aurelio terminó generando el fenómeno del voto útil, que se da cuando un elector decide por espanto no votar a su candidato preferido para hacerlo por el que considera menos malo entre aquellos que tienen chances. Miles de ciudadanos decidieron cambiar el voto. Y Menem y Kirchner pasaron a la final. Lo demás es historia conocida.

No hay que ser muy perspicaz para saber a esta altura de los acontecimientos que las encuestas son una herramienta más de la campaña electoral. Gran parte de los candidatos cree en los sondeos como si fueran pergaminos sacros. Y escuchan a sus asesores cual mesías terrenal. Pero más allá de las dependencias exageradas, lo cierto es que desde hace rato se le viene dando a estos trabajos una monumental importancia a la hora de organizar las estrategias políticas.

Está claro que la encuesta nunca puede predecir un resultado con precisión porque existe el margen de error, en especial cuando los números están muy parejos. Por caso, ningún encuestador serio podría augurar hoy un ganador en la provincia de Buenos Aires, donde existe un empate técnico entre el candidato de Cambiemos, Esteban Bullrich, y Cristina Kirchner.

Sucede también que gran parte de los ciudadanos deciden su voto en los 15 días previos a la elección. O quienes dicen estar decididos, cambian de idea a último momento en el cuarto oscuro. La certeza, siempre inalterable y contundente, es cosa del pasado, cuando existía una férrea relación de identificación ideológica con un partido político.

Lo más curioso es que pese al fenómeno del voto útil, nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde influyen las encuestas en la opinión pública. Hay poca evidencia de que el elector decida en función de un sondeo. Puede darse en sectores sociales más informados, en los analistas, en la prensa o en las elites políticas. Quienes se encargan de hacer encuestas y asesorar a los candidatos cuentan que estos trabajos sirven para establecer tendencias sociales, políticas y económicas y proyectar así distintos escenarios de cara a la elección. En general -dicen- no es la encuesta sino la estrategia política la que podría incidir en la decisión del votante. Además de medir el nivel de conocimiento y la imagen comparativa, suele ser más útil segmentar el mercado electoral y testear el techo de la intención de voto. Esto es, saber cuántos nunca optarán por ese candidato y cuántos están dispuestos a cambiar el sufragio a su favor. Es una de las estrategias clave de Cambiemos, que suele olvidarse de su seguidores puros para salir a conseguir el apoyo de la clase media baja.

Pero no menos cierto es que con la difusión de los sondeos siempre se busca provocar alguna incidencia favorable en el escenario electoral para ir posicionando al cliente. En esa línea, se usan diferentes trucos y secretos antes de las elecciones, que los asesores cuentan en absoluta reserva:

Muchas veces se hacen dos encuestas. Una pública -con datos modificados- y otra para el candidato, con la cruda verdad. Las consultoras más serias hacen una sola y en todo caso se publican los resultados que el postulante o su asesor deciden y que, por supuesto, son favorables. Suele pasar que los candidatos descalifican los sondeos cuando no reflejan lo que les conviene. Después, las empresas van modificando los porcentajes a medida que se acerca la fecha de los comicios para que los resultados no sean muy distintos. Lo que en el barrio se dice, salvar las papas. De ahí, los errores en los pronósticos de las encuestas. Aunque nobleza obliga, muchas veces, estas equivocaciones se dan porque previamente se forzó la lectura y se hizo una interpretación desmedida de lo que decían los números. Por caso, hoy en la Provincia de Buenos Aires no hay ninguna medición que pueda decir que hay un ganador, porque la diferencia entre el primero y el segundo está en torno al margen de error del trabajo. Es por eso que siempre es importante saber quién hizo el sondeo, quién lo paga y compararlo con otros que se manejen con independencia política y financiera.

- Hay casos en los que se inflan los números para generar un efecto de voto exitista o voto ganador. O para concentrar el voto castigo al Gobierno en el caso de la oposición. Es el riesgo que puede correr Cambiemos: que Cristina se convierta en la jefa de la oposición, concentre el voto bronca y logre captar votos massistas. Aunque los sondeos aseguran que su techo es ya inamovible.

- Más dramático, pero no menos usado, es tirar levemente el resultado para abajo, para no crear demasiadas expectativas y engañar al adversario, dejarlo que se confíe. Cambiemos suele ser cultor de esta estrategia para generar el voto útil anti K y captar también los votos de Massa.

- Otro recurso es elegir un adversario para forzar una polarización. El oficialismo lo hizo al comienzo de la campaña con Cristina Kirchner y el resultado le fue adverso, porque la colocaron como la jefa de la oposición, con grandes chances de convertirse en la ganadora de las primarias, pese a su perfil bajo y escasa campaña.

- El caso contrario es manipular las encuestas para inflar al tercer candidato y evitar la polarización. Es lo que está intentando hacer ahora el Gobierno con el postulante a senador de 1País, Sergio Massa. Las encuestas oficialistas lo ubican al tigrense en un tercer lugar, lejos del segundo. Sin embargo, los últimos dardos de legisladores y funcionarios estuvieron más dirigidos al ex jefe de Gabinete que a CFK. En este caso, no se busca sumar sufragios sino dividir el voto opositor.

Ante la falta de competencia interna en la mayoría de los casos, las PASO servirán como una gran encuesta para definir el escenario, barajar, dar de nuevo y generar el voto útil. El mejor ejemplo de ese fenómeno se vió en la elección presidencial de 2015. Mauricio Macri sacó diez puntos más de lo que había obtenido en las primarias, con la suma de los sufragios radicales y peronistas de Juan Manuel de La Sota. En 2011, sucedió lo mismo con Hermes Binner. El socialista obtuvo en octubre de ese año cuatro puntos más que en agosto, al reunir los votos de Ricardo Alfonsín, que había hecho una mala performance. Aunque no le alcanzó para ganar, claro. En el caso del Gobierno, y ante la paridad que se da con Cristina, cuatro puntos pueden ser la puerta de ingreso al cielo o al infierno. Entre los bonaerenses, por caso, existe hoy un 10% de indecisos, según el promedio de los sondeos, a tan sólo diez días de las primarias. La gran incógnita, de concretarse finalmente la polarización entre Cambiemos y CFK, es si se van a licuar los votos de Massa y de Florencio Randazzo y quién tendrá la habilidad de capitalizarlos en octubre.

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