Por Giselle Rumeau |
Las lenguas filosas de la política suelen contar una anécdota que
describe sin rodeos cómo se puede manipular una encuesta de intención de voto
en pos de generar un efecto deseado en el electorado. Corría el año 2003, y a
sólo una semana de las elecciones presidenciales del 27 de abril -antesala del
triunfo de Néstor Kirchner- un sondeo de opinión del peronista Julio Aurelio,
el encuestador preferido del entonces presidente Eduardo Duhalde, destacaba el
crecimiento repentino de otro de los postulantes, Ricardo López Murphy, y
aseguraba que el radical estaba consiguiendo un lugar en la segunda vuelta
junto a el ex mandatario Carlos Menem.
El relato ubica a Duhalde -quien por esas retorcidas vueltas de la
historia fogoneaba entonces al patagónico- como el encargado de hacer correr la
alarma para crear la postal nefasta de un ballotage entre dos hombres de la
derecha, diferentes en el plano institucional pero similares en su concepción
de la economía.
Mito o no, la realidad es que la difusión de la encuesta de Aurelio
terminó generando el fenómeno del voto útil, que se da cuando un elector decide
por espanto no votar a su candidato preferido para hacerlo por el que considera
menos malo entre aquellos que tienen chances. Miles de ciudadanos decidieron
cambiar el voto. Y Menem y Kirchner pasaron a la final. Lo demás es historia
conocida.
No hay que ser muy perspicaz para saber a esta altura de los
acontecimientos que las encuestas son una herramienta más de la campaña
electoral. Gran parte de los candidatos cree en los sondeos como si fueran
pergaminos sacros. Y escuchan a sus asesores cual mesías terrenal. Pero más
allá de las dependencias exageradas, lo cierto es que desde hace rato se le
viene dando a estos trabajos una monumental importancia a la hora de organizar
las estrategias políticas.
Está claro que la encuesta nunca puede predecir un resultado con
precisión porque existe el margen de error, en especial cuando los números
están muy parejos. Por caso, ningún encuestador serio podría augurar hoy un
ganador en la provincia de Buenos Aires, donde existe un empate técnico entre
el candidato de Cambiemos, Esteban Bullrich, y Cristina Kirchner.
Sucede también que gran parte de los ciudadanos deciden su voto en los
15 días previos a la elección. O quienes dicen estar decididos, cambian de idea
a último momento en el cuarto oscuro. La certeza, siempre inalterable y
contundente, es cosa del pasado, cuando existía una férrea relación de
identificación ideológica con un partido político.
Lo más curioso es que pese al fenómeno del voto útil, nadie sabe a
ciencia cierta hasta dónde influyen las encuestas en la opinión pública. Hay
poca evidencia de que el elector decida en función de un sondeo. Puede darse en
sectores sociales más informados, en los analistas, en la prensa o en las
elites políticas. Quienes se encargan de hacer encuestas y asesorar a los
candidatos cuentan que estos trabajos sirven para establecer tendencias
sociales, políticas y económicas y proyectar así distintos escenarios de cara a
la elección. En general -dicen- no es la encuesta sino la estrategia política
la que podría incidir en la decisión del votante. Además de medir el nivel de
conocimiento y la imagen comparativa, suele ser más útil segmentar el mercado
electoral y testear el techo de la intención de voto. Esto es, saber cuántos
nunca optarán por ese candidato y cuántos están dispuestos a cambiar el
sufragio a su favor. Es una de las estrategias clave de Cambiemos, que suele
olvidarse de su seguidores puros para salir a conseguir el apoyo de la clase
media baja.
Pero no menos cierto es que con la difusión de los sondeos siempre se
busca provocar alguna incidencia favorable en el escenario electoral para ir
posicionando al cliente. En esa línea, se usan diferentes trucos y secretos
antes de las elecciones, que los asesores cuentan en absoluta reserva:
- Muchas veces se hacen dos encuestas. Una pública -con
datos modificados- y otra para el candidato, con la cruda verdad. Las
consultoras más serias hacen una sola y en todo caso se publican los resultados
que el postulante o su asesor deciden y que, por supuesto, son favorables.
Suele pasar que los candidatos descalifican los sondeos cuando no reflejan lo
que les conviene. Después, las empresas van modificando los porcentajes a
medida que se acerca la fecha de los comicios para que los resultados no sean
muy distintos. Lo que en el barrio se dice, salvar las papas. De ahí, los
errores en los pronósticos de las encuestas. Aunque nobleza obliga, muchas
veces, estas equivocaciones se dan porque previamente se forzó la lectura y se
hizo una interpretación desmedida de lo que decían los números. Por caso, hoy
en la Provincia de Buenos Aires no hay ninguna medición que pueda decir que hay
un ganador, porque la diferencia entre el primero y el segundo está en torno al
margen de error del trabajo. Es por eso que siempre es importante saber quién
hizo el sondeo, quién lo paga y compararlo con otros que se manejen con
independencia política y financiera.
- Hay casos en los que se inflan los números para generar un efecto
de voto exitista o voto ganador. O para concentrar el voto castigo al
Gobierno en el caso de la oposición. Es el riesgo que puede correr Cambiemos:
que Cristina se convierta en la jefa de la oposición, concentre el voto bronca
y logre captar votos massistas. Aunque los sondeos aseguran que su techo es ya
inamovible.
- Más dramático, pero no menos usado, es tirar levemente el
resultado para abajo, para no crear demasiadas expectativas y engañar al
adversario, dejarlo que se confíe. Cambiemos suele ser cultor de esta
estrategia para generar el voto útil anti K y captar también los votos de
Massa.
- Otro recurso es elegir un adversario para forzar una
polarización. El oficialismo lo hizo al comienzo de la campaña con Cristina
Kirchner y el resultado le fue adverso, porque la colocaron como la jefa de la
oposición, con grandes chances de convertirse en la ganadora de las primarias,
pese a su perfil bajo y escasa campaña.
- El caso contrario es manipular las encuestas para inflar al
tercer candidato y evitar la polarización. Es lo que está intentando hacer
ahora el Gobierno con el postulante a senador de 1País, Sergio Massa. Las
encuestas oficialistas lo ubican al tigrense en un tercer lugar, lejos del
segundo. Sin embargo, los últimos dardos de legisladores y funcionarios
estuvieron más dirigidos al ex jefe de Gabinete que a CFK. En este caso, no se
busca sumar sufragios sino dividir el voto opositor.
Ante la falta de competencia interna en la mayoría de los casos, las
PASO servirán como una gran encuesta para definir el escenario, barajar, dar de
nuevo y generar el voto útil. El mejor ejemplo de ese fenómeno se vió en la
elección presidencial de 2015. Mauricio Macri sacó diez puntos más de lo que
había obtenido en las primarias, con la suma de los sufragios radicales y
peronistas de Juan Manuel de La Sota. En 2011, sucedió lo mismo con Hermes
Binner. El socialista obtuvo en octubre de ese año cuatro puntos más que en
agosto, al reunir los votos de Ricardo Alfonsín, que había hecho una mala
performance. Aunque no le alcanzó para ganar, claro. En el caso del Gobierno, y
ante la paridad que se da con Cristina, cuatro puntos pueden ser la puerta de
ingreso al cielo o al infierno. Entre los bonaerenses, por caso, existe hoy un
10% de indecisos, según el promedio de los sondeos, a tan sólo diez días de las
primarias. La gran incógnita, de concretarse finalmente la polarización entre
Cambiemos y CFK, es si se van a licuar los votos de Massa y de Florencio
Randazzo y quién tendrá la habilidad de capitalizarlos en octubre.
© 3Días
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